Tenía 7 años y su vida era un martirio: su exigente padre la hacía trabajar, junto a sus hermanos, en el campo. Sacaba yuyos a mano pelada, araba y sembraba la tierra con sus dedos pequeños y no la dejaban jugar porque eso era perder el tiempo. Por eso, el día que le dijeron que irían en tren a visitar a unos familiares en Alabama se sintió emocionada frente a semejante aventura: nunca había asomado su nariz más allá del alambrado de la granja o la escuela y jamás habían tenido vacaciones.
Por infobae.com
Esa tarde de 1912 se subió con todos, muy ilusionada, al vagón. Estaba decidida a no perderse nada. Iba en su mundo soñando con otra vida cuando la locomotora realizó un frenado de emergencia. Nannie, con su poco peso, salió volando por los aires y pegó de lleno con su cabeza en el asiento de hierro que tenía más adelante. A partir de ese día, eso es lo que sostuvo ella años después, “sufrí dolores, migrañas severas y desmayos”. El golpe sería su gran excusa para justificar sus cuantiosos crímenes: asesinatos a sangre helada que cometió sin perder, ni por un segundo, su sonrisa amable.
Muchos antes del primer muerto
Nancy “Nannie” Hazle (luego sería conocida como Nannie Doss, el apellido de su último marido asesinado) nació el 4 de noviembre de 1905 en Blue Mountain, Alabama, Estados Unidos. Era la mayor de los cinco hijos del matrimonio formado por Lou Holder y James Hazle. Sus padres se casaron después de concebirla, lo que para la época supuso un desafío a las normas.
James resultó un padre controlador y severo. Nannie lo odiaba. Su infancia fue poco feliz y su educación errática porque la preferían trabajando en la granja. A los cinco años ya cortaba madera. De jugar, ni hablar. ¿Amigos? Menos. Cuando podía, Nannie iba al colegio, pero le quedaba a demasiada distancia: entre ida y vuelta debía caminar más de seis kilómetros. Era lo más lejos que había ido nunca.
Después vino el mencionado golpe en la cabeza en el viaje en tren, pero no le dieron demasiada bolilla. La vida siguió igual de difícil que antes. Cuando llegó a la adolescencia solo encontraba placer en leer las revistas del corazón con historias de amores rosados y las columnas de los corazones solitarios. Soñar funcionaba como un escapismo. Su padre les tenía prohibido a sus hijas mujeres cualquier tipo de maquillaje o el uso de ropa provocadora. Les soltaba unos eternos sermones. En resumen: debían evitar ser miradas por los hombres para no tener problemas. Por supuesto, en consonancia con estos mandatos los bailes y encuentros sociales estaban prohibidos para ellas.
La vida que no era rosa
Trabajando en una fábrica de lino en la localidad cercana de Anniston fue que Nannie conoció a quien sería su primer marido: Charles Braggs. Aunque Nannie tenía solamente 16 años su padre aprobó muy contento esa relación. Cuatro meses después de conocerse se celebró el matrimonio. Corría el año 1921. Braggs era el único hijo de una mujer soltera que, por supuesto, cuando Nannie se instaló en la casa con Braggs, se quedó viviendo con ellos. Muchas décadas después, Nannie afirmó: “Me casé como quería mi padre (…). Su madre soltera (por su suegra) tomó mi vida por completo cuando nos casamos. Ella no veía nada malo en lo que hacía él”.
En el período de cuatro años, entre 1923 y 1927, la pareja tuvo cuatro hijas. El estrés en que vivía Nannie con tantas pequeñas y bajó el mandato de su suegra quien era tan inflexible como su propio padre, la condujo a volcarse a la bebida y al cigarrillo. No era feliz. Braggs, a veces, se ausentaba durante varios días y Nannie enloquecía porque sospechaba infidelidades. La vida matrimonial no era nada de lo que había soñado leyendo sus revistas rosas.
Durante el año 1927 ocurrieron dos muertes horribles con pocos días de diferencia. En las dos oportunidades pasó lo mismo: Braggs llegó a su casa del trabajo y encontró a una de sus hijas tirada en el piso de la cocina. En las dos ocasiones fue casi igual y las menores estaban muertas.
Nannie quiso hacerle creer a su marido que podría haber sido por un envenenamiento accidental. Pero Braggs desconfiaba de ella y empezó a temerle a su mujer. Sus hijas, se decía, estaban bien cuando él partió a trabajar, ¿cómo podía ser que después del desayuno hubieran muerto? En ambas oportunidades el seguro pagó una pequeña suma de dinero por sus fallecimientos. Pero Braggs se sentía en peligro y no se dejó convencer por Nannie. Se volvió a confiar en ella así que no comía ni tomaba nada que preparara Nannie. De hecho, muchos años después, lo bautizaron “Charlie, el suertudo”. Ya veremos por qué.
Una tarde harto de la situación en que vivía armó su bolso, tomó a Melvina su hija mayor y directamente se marchó. Dejó a la menor, la recién nacida Florine y a su madre y dueña de la casa conviviendo con Nannie. Curiosamente, al poco tiempo de irse de su casa, la madre de Braggs también murió. No hay registros de qué pudo haberle ocurrido.
Nannie quedó sola con Florine y para procurarse su sustento consiguió un trabajo en un molino algodonero. Braggs, a pesar del miedo, un año después volvió a la casa donde estaba Nannie con Melvina. Quería separarse, ya tenía una nueva pareja, y recuperar la casa de los Braggs. Era el verano de 1928. Logró el divorcio y Nannie terminó yéndose a vivir a lo de sus padres con sus dos hijas Melvina y Florine.
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