El cacao venezolano conquista Tokio: La historia de Alfredo González, un “chocolatero accidental” en tierras niponas

El cacao venezolano conquista Tokio: La historia de Alfredo González, un “chocolatero accidental” en tierras niponas

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Tokio, la capital más grande del mundo que mezcla años de tradición ancestral con sus avances tecnológicos y futuristas, tiene entre sus calles un pequeño rincón donde el aroma a cacao venezolano despierta los sentidos. Alfredo González, un caraqueño de 57 años, tomó un riesgo que pocos se atreverían a asumir y transformó su pasión “accidental” por el chocolate en una empresa próspera.

“Cacao Zoku” es una tienda que destaca en el exigente mercado japonés gracias a sus inigualables sabores exóticos que ha cosechado el reconocimiento local y también el de prestigiosos concursos internacionales. Rodeado de pintorescas obras de arte y tabletas de chocolate artesanal, su creador contó a La Patilla su travesía para convertir esta marca en una de las más importantes del Lejano Oriente.





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“Soy un chocolatero accidental”, dijo Alfredo entre risas. A pesar de haber trabajado en distintas áreas, desde la exportación de frutas en Venezuela hasta la tecnología de información en Japón, jamás imaginó que elaboraría chocolate artesanal

La vida lo llevó por varios caminos antes de encontrar su afinidad por el chocolate. “En Venezuela hice varias cosas. Al principio estuve trabajando en la empresa de mi familia. Mi padre era exportador de fruta, mango, y tuve una temporada metido en ese rollo con ellos”, recordó este caraqueño, quien luego de pasar por Amazonas pescando peces ornamentales, también estudió diseño gráfico y trabajó en turismo de aventura.

Su llegada a Japón en 1999 marcó un punto de inflexión. Aunque comenzó en tecnología, su curiosidad y talento lo impulsaron a liderar proyectos innovadores como la implementación de drones para inspeccionar plantas fotovoltaicas. No obstante, un cambio en la dirección de la empresa lo motivó a tomar otro rumbo: “Me retiré de la compañía porque llegó un presidente nuevo que era un tecnócrata, se metió en mi oficina y me dijo: ‘estás jugando con juguetitos. Esto no es algo productivo’. Y yo: ‘bueno, págame y me voy’”, y así lo hizo Alfredo.

Una aventura exótica

El viaje que le abrió las puertas al mundo del cacao inició con una aventura para cruzar el Atlántico hacia el Caribe. Un amigo francés lo invitó a recorrer la zona en barco, y él ocupó el tiempo en un proyecto personal, lo que le permitió conocer una finca de cacao en la isla de Guadalupe. 

“Fue la primera vez que en realidad vi una mata de cacao con el fruto colgando”, rememoró, y la idea de llevar ese tesoro para su esposa cruzó por su mente como un simple gesto de amor. Sin embargo, lo que parecía un regalo exótico, luego se convertiría en una chispa que encendería su nueva pasión.

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“Cuando llegué, mi esposa me dijo: ‘oye, qué interesante todo esto, por qué no te pones a importar cosas exóticas del Caribe’, y yo: ‘ vamos a ver’. Me comentó que tenía un amigo chocolatero, que le lleváramos el cacao para que lo viera para ver si vendía el cacao y todo este tema, y la cosa cómica es que yo estaba renuente (…) Agarré un grano de cacao y empiezo a saborearlo, me gustó y me pregunté cómo hacen chocolate, pues agarré me metí en internet”. 

Con el cacao en mano, Alfredo se aventuró en el arte de hacer chocolate, un proceso que le resultó tan retador como cautivador. “Conseguí un canal de YouTube y siempre le echo flores a ese señor porque da un conocimiento bastante amplio y no te pide nada”, contó sobre su principal recurso de aprendizaje, el canal “Chocolate Alchemy”. Este método de autodidacta lo condujo a descubrir que este manjar de dioses requiere precisión y paciencia. 

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“Vi los videos, me fui a un seminario de cacao de Costa Rica que estaban dando aquí en Japón. Me hice bastante amigo de la persona que lo estaba haciendo, y él está importando cacao de allá de Costa Rica, y bueno, estaba desesperado por comprarme un cacao para empezar a hacer chocolate en la casa”, agregó.

Sus primeros intentos de chocolate no fueron exitosos tras comprar un kilo de cacao y algunas herramientas para elaborarlo. “Hice el chocolate de este tipo y resultó muy malo”, reconoció. Pero no se dio por vencido y, tras meses de práctica, logró una mezcla que le resultó satisfactoria. Compartió sus primeros productos con amigos y familiares, y las reacciones no tardaron en llegar: ‘¡Alfredo, qué cosa más buena, tienes que hacer una tienda!’”, comentarios de ese tipo lo animaron a dar el paso crucial en su vida.

De vuelta a las raíces

Para dar un paso formal, en 2019 el venezolano decidió inscribirse en un curso especializado en cata de cacao y chocolate impartido por expertos del Fine Cacao and Chocolate Institute. “Me metí ahí, me costó 2000 dólares, pero valió la pena”, aseguró sobre la experiencia. 

Uno de los profesores que dejó una huella en él fue Chloé Doutre, una francesa con años de vivencias en Venezuela, que le enseñó a distinguir los matices únicos del cacao. Con estas nuevas habilidades, Alfredo se sintió listo para regresar a su tierra natal y adquirir su primer lote: “Compré 800 kilos de cacao”, señaló orgulloso.

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Pero el viaje de retorno en marzo de 2020 sufriría un contratiempo. Justo cuando pensaba que todo iba viento en popa para regresar a Japón, la pandemia estalló y aplicaron cuarentena en Venezuela, por lo que quedó atrapado durante seis meses. “Fue un show, no me quedó otro remedio”, relató. 

Durante ese tiempo, el caraqueño aprovechó para recorrer el centro-norte del país y empaparse del conocimiento local sobre el cacao. “Me puse a visitar fincas, a ver gente, a aprender lo más que podía mientras estaba alrededor de la zona”, mencionó. Aunque fue una situación compleja, valora esos meses como un tiempo de aprendizaje invaluable.

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Finalmente, en agosto, Alfredo logró salir de Venezuela en un vuelo humanitario hacia Europa, que, aunque costoso, le permitió regresar a Japón junto a su esposa, quien esperaba su retorno con ansias. Al llegar, se enfrentó a otro obstáculo: el local que había negociado para su chocolatería no cumplía con los requisitos de seguridad que él consideraba esenciales. 

“La dueña de la tienda no quiso poner un sistema antiincendios, le pareció que era un fastidio”, expresó. En lugar de tirar la toalla, decidió buscar otro espacio hasta que encontró el lugar perfecto cerca de una estación de trenes. Aunque estaba “destartalado”, el emprendedor lo vio como una oportunidad: “Esto lo vamos a arreglar con menos dinero que íbamos a gastar en el otro”, y así convenció a su esposa.

De Chuao a Patanemo

En su nuevo local, Alfredo comenzó con una oferta sencilla: cuatro tipos de tabletas de chocolate y una caja de bombones con cuatro sabores distintos. “Empecé con tabletas de de Chuao, una de Patanemo, una de Patanemo con nibs y una de Patanemo con sarrapia, fusión de sarrapia. Con eso empecé. A la semana, ya tenía una caja de bombones de nueve sabores diferentes, tenía ocho chocolates y así empecé poco a poco”, destacó.

No pasó mucho tiempo antes de que diversificara su propuesta, al agregar helados de chocolate y pasteles. “Tuve que echarle piernas y aprender todo sobre la marcha, que es lo más interesante (…) Fui a la fábrica de Carpigiani, que es el Ferrari de las máquinas de hacer helado y aprendí a hacer helado. Después, también aprendí a hacer torta, no sabía nada. Esto es un aprendizaje”.

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Así le dio vida a Cacao Zoku, un nombre que tiene un significado especial para él y su esposa. “Quiere decir ‘la tribu del cacao’, en japonés. Pero también tienes que ‘kazoku’, quiere decir familia, y además hay una expresión japonesa que dice: ‘zoku zok’, y esa expresión también tiene que ver con el nombre. Entonces nos gustó como sonaba”.

Cacao Zoku es ahora una embajada del chocolate venezolano en tierras niponas, donde este visionario criollo introdujo una variedad de sabores y texturas de su país para que su proyecto se diferenciara entre los negocios locales. “Cuando empecé aquí, fui a muchas tiendas de chocolate y tienen cacao de todo el mundo. Yo pensé: ‘no, yo voy a hacer solamente cacao venezolano porque allá tenemos diferentes cacaos de distintos lugares’, esa fue mi idea”, reveló.

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Desde los primeros días, González encontró en Japón un reto, pero también un propósito. En el camino se cruzó con Alejandro Patiño, fundador de Cacao Shares, quien llevaba cacao venezolano a Japón desde la comunidad de Patanemo. Aseguró que la conexión fue instantánea y mutua.

“Trabajo con el cacao de Patanemo, lo utilizo para muchas cosas. Él quería hacer un crowdfunding, y nos juntamos. Traje a un amigo chocolatero, él tenía otro y entre todos hicimos los ‘rewards’. Así logramos enviar a la gente de Patanemo a un postgrado en Venezuela con la profesora Levina. Eso me motivó, pensé: ‘qué bueno poder ayudar desde aquí a la gente allá, con el tema del cacao y la educación’”.

“La Disneylandia del cacao”

Para González, el cacao venezolano es un legado que merece reconocimiento. A diferencia de muchos chocolates comerciales, su producto criollo se destaca por una riqueza genética y cultural única. “Genéticamente, el cacao criollo, que es el porcelana, es originario de Venezuela. Proviene de la cuenca del sur del lago Maracaibo y de ahí se expandió por toda la costa de Venezuela y a otros países de América Latina (…) En Venezuela tenemos una cantidad de cacao impresionante, cacaos criollos modernos que han evolucionado de los cacaos criollos ancestrales. Venezuela es la Disneylandia del cacao”.

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La pasión de González por su trabajo se refleja en su variada oferta. En Cacao Zoku, los clientes pueden probar presentaciones frutales, con toques almendrados y florales. “Tengo ahora siete variedades de cacao aquí y estoy esperando seis más en diciembre. No es fácil traer cacao para Japón, es muy rudo, pero si puedes ofrecer 12 tipos de cacao a tus clientes y todos saben diferente, es una experiencia”, dijo.

Cada sabor cuenta una historia, desde las exquisitas notas de naranja y nueces del Patanemo hasta las florales del Choroní. “No hay mejor cacao que el venezolano, tenemos una tradición de cacao que viene desde los tiempos de la colonia”, expresó con satisfacción.

Paralelamente, González transmite una experiencia sensorial completa en Japón y la excelente aceptación entre los visitantes de su tienda lo confirman. El emprendedor audaz, explicó que en este rincón podrán saborear cacao en grano, nibs y distintos tipos de chocolates. Incluso, para los más atrevidos, la degustación incluye ron venezolano, un detalle que añade calidez y autenticidad. “Hemos tenido una buena recepción con el tema del cacao, especialmente porque es de un solo sitio, de un solo país, y es tan diverso. El cacao venezolano es súper diverso”, opinó.

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Pero la conexión de González con Venezuela va más allá de los productos, pues confesó que actualmente está involucrado en un proyecto para fundar una escuela de chocolatería en Ocumare de la Costa. Gracias a su marca en Japón, logró un vínculo más cercano con su país, a diferencia de sus días como empleado en una multinacional. “Esto me permite tener contacto casi a diario con Venezuela, y para mí ha sido una experiencia increíble. Quiero volver. Al final, todos queremos eso, ¿no?”.

Un mundo de sabores

Desde que los japoneses descubrieron el verdadero sabor del chocolate a través de Cacao Zoku, se niegan a probar otro al ser un producto de calidad. Sin duda, cada bocado es un mundo de sensaciones memorables. “Tengo amigos que me han mentado la madre, porque me dicen: chamo, ya no puedo volver a comer el chocolate que comía todos los días en el supermercado, porque esto es otra cosa’. Siempre ha sido una reacción positiva”, resaltó.

Por esa razón Cacao Zoku es mucho más que chocolate, es conocido como un rincón donde convergen el arte y la esencia criolla. Entre decoraciones con obras de artistas de su país, su creador representa y rinde homenaje a sus raíces. “Para mí, más que todo, es un orgullo de verdad poder traer un pedacito de Venezuela a esta gente aquí mediante las piezas de diferentes pintores”.

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Y en esta receta de sabores intensos y aromas dulces, Alfredo contó que incorporó un plato inesperado que mezcla tradición venezolana con creatividad chocolatera: la arepa de cacao. Un verdadero guiño a sus orígenes, un manjar que despierta la curiosidad y el asombro de quien lo prueba. “Eso es un postre que no te lo imaginas, es espectacular. Cuando lo digo, la gente no lo cree, se queda loca”.

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Igualmente, Alfredo apuesta por el café venezolano como una declaración de identidad. “Todas las cosas que vendo aquí vienen de Venezuela. Tengo café de especialidad, olvídate del café de Brasil, el café colombiano, eso no sirve”, valoró. Al mismo tiempo, destacó el evento anual que organiza en la tienda con el apoyo de su amigo y dueño del afamado food truck Tokio Arepa. 

Chocolate de oro

Su primer intento en el mundo de las competencias fue más un reto personal que una búsqueda de reconocimiento. “El primer año que abrí, mi esposa me decía: ‘tienes que competir’, y yo contestaba: ‘no vale, todavía no me siento preparado’”, compartió Alfredo. Pero la presión de su esposa fue tal que decidió enviar varias tabletas al concurso avalado por la IICCT (International Institute of Chocolate & Cacao Tasting, en inglés), que incluía una innovadora mezcla de chocolate con leche de camello. 

“Mandé tres tabletas de esas, una con un té tradicional japonés que se llama hojicha y esas tabletas quedaron buenísimas (…) Hice unas tabletas con té Ceylon de Sri Lanka, y la tableta normal de leche. Envié una tableta de Chuao con una pimienta que conseguí de Nepal y mandé otra tableta de Patanemo”. Este riesgo lo llevó a obtener una medalla de bronce en el concurso de Asia-Pacífico, un hito que abrió las puertas a futuras competencias.

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Pero el camino hacia la gloria no terminó ahí. Alfredo se preparó para el concurso mundial, por lo que tuvo que mejorar sus tabletas y ajustar las recetas. “La tableta que mandé para el concurso de Asia-Pacífico era 70%, la incrementé hasta el 72%, reduje la pimienta y balanceé mejor el sabor”, explicó. Esta dedicación rindió frutos cuando su creación fue galardonada con una medalla de plata. El reconocimiento validó su arduo trabajo, pero también estableció a Cacao Zoku como un referente del chocolate de calidad en Japón.

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A pesar de su éxito, el caraqueño mantiene una perspectiva realista sobre los concursos. “Creo que el mejor feedback que tienes es con los clientes que te llegan a la tienda, cuando repiten y repiten”, acotó. Una de sus clientas más leales, proveniente de los Emiratos Árabes, prefirió dejar atrás la experiencia en la chocolatería del afamado chef Alain Ducasse, y ahora se decanta por Cacao Zoku. “Ella viene toda la semana, religiosamente”.

Un sueño que se expande

Su propósito por crecer aún más en la industria chocolatera está en pleno desarrollo. “Acabo de terminar la fábrica, y estaba hablando con unos inversionistas, porque para expandir necesitas capital. Alto capital”. En este camino, comenzó a colaborar con otros emprendedores, como Nacho, con quien trabaja en un producto en Madrid. “Él es una persona que, como yo, empezó después de viejo. Se enamoró del cacao, como yo, y el cacao es una cosa que una vez que te metes en él, te enamora y te apasiona”. 

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Los planes son ambiciosos. Alfredo admitió su deseo de abrir tiendas en mercados clave como China y Emiratos Árabes. “Quiero abrir una tienda en Shanghái. Shanghái es un tronco de mercado, y quiero abrir una tienda en Dubái. Esos son los planes a corto plazo”. Pero su visión no se detiene ahí. También anhela establecer una presencia en Estados Unidos y, por supuesto, en su tierra natal, Venezuela. 

“Eso vendría a darse una vez que el proyecto de la Escuela de Ocumare se concrete. No va a ser una tienda física, pero sí voy a vender los chocolates en Cacao de Origen y en Cacao Cultura en Valencia. Esa es la idea que tengo por ahora”.

Este emprendedor audaz expuso cómo el cacao venezolano y su creciente aprecio en Japón representa para él algo más que orgullo. “Venezuela está ahora en todo el mundo. Y poner mi granito de arena para que la gente conozca Venezuela es importante. En Venezuela hay mucha gente valiosa, hay muchas cosas valiosas, hay muchas posibilidades, un futuro brillante, creo que ese futuro entra por medio de la educación”.

En tal sentido, valora profundamente la resiliencia que lo caracteriza. “Nunca es tarde para emprender. Empecé esto cuando tenía 53 años (…) Siempre te vas a caer y siempre te vuelves a levantar. Nosotros los venezolanos somos resilientes. Cuando tú ves a un venezolano, estás viendo a Venezuela”, concluyó.