Partiendo de esta triste realidad, la cacareada unión cívico-militar que tanto pregonaba Chávez y de la cual aún se jactan sus sucesores en el poder, jamás existió. Es decir, el dogma castrense considera que todo lo que sea, se parezca o suene como civil es, sin lugar a dudas, inferior.
Si Chávez decía que existía una armoniosa unión cívico-militar, tenía que ser cierto, pero de esa ecuación, sólo el factor civil lo creía. ¿Cuál era la actitud de los militares que se veían obligados a compartir espacios y actividades con esos civiles? Menosprecio, desdén.
En conclusión, para que algo sea cierto, no basta con que alguien diga que lo es. Toca demostrarlo con evidencias. Y basta ver de qué tamaño es la mentira, con un ejemplo que es similar en cientos de casos, siempre iguales, con pésimos resultados: Una vez iniciado el gobierno de Chávez, se convierte en una práctica dejar de lado la formación profesional, experiencia y efectividad de muchos gerentes y mandos medios civiles, que dirigían empresas del Estado, para ser sustituidos por generales y coroneles, en su mayoría, carentes de la formación y experiencia requeridos para tan demandantes responsabilidades. Por supuesto, que hubo honrosas excepciones, como pasó con el general Guaicaipuro Lameda en PDVSA, pero ¿Cómo terminó esa gestión? Fue una colisión entre un ente pensante, prudente, profesional como lo era Lameda, contra la arrogancia de un ignorante comandante Chávez, que no aceptaba otro liderazgo que no fuera el suyo, por perverso y nocivo que éste fuera. Por lo tanto, paulatinamente, los organismos públicos y empresa del Estado, fueron quedando en manos de unos ineptos, corruptos, pero adulantes e incondicionales oficiales del chavismo. El resto es historia.
Lamentablemente, la verdadera unión cívico-militar, se comienza a fraguar debido a las penurias que atraviesa el pueblo, tras 25 años de ignominia, el régimen destruyó la moral, la disciplina y los beneficios del mundo militar, que, en forma similar a PDVSA, vivía dentro de una burbuja que los hacía inmunes a las vicisitudes del venezolano común de la era previa al chavismo. Se acabaron los comisariatos, el IPSFA, los créditos especiales y salarios y paquetes de salud y socio económicos. Incluso ahora la persecución, la cárcel, la tortura y la muerte no distinguen entre civiles o militares. Queda solo un grupo de privilegiados en los altos cargos del régimen quienes, “por ahora”, se dan la gran vida.
En esta historia entra en escena María Corina Machado, tal vez la única persona que, desde sus inicios en el mundo de la política con SUMATE, su paso por la Asamblea Nacional y su actuar con o sin partidos políticos que la acompañasen, jamás fue incoherente o inconsistente entre su discurso y sus acciones: Firme, valiente, directa, capaz de llamar “ladrón” al propio Hugo Chávez en su momento de mayor poder, así como de marcar distancia de muchos políticos supuestamente opositores que trataron de llevarla al lodazal donde acostumbraban operar.
Sin dinero, sin logística, sin acceso a medios de comunicación, amenazada ella y sus colaboradores, con rutas saboteadas, obstaculizadas, pero con la convicción de que el venezolano común, fuese militar o civil, ama de casa, profesional, obrero, campesino, maestro, policía, estudiante, hombre, mujer, niño, joven, adulto o anciano, cualquiera, entendía que su causa, sus motivaciones, su lucha no eran distintas a las suyas.
Por primera vez dentro de una gesta, que jamás debería llamarse campaña electoral, porque no lo fue, una persona llega con un mensaje en el cual no ofrece más de lo mismo, sino verdades y lecciones acerca del real significado del concepto de ciudadano, de las virtudes, valores, principios, aspectos profundos para el alma, donde se apela a todo ello para convocar al pueblo, al verdadero pueblo como un todo, para que asumiéramos un compromiso de lucha, en el cual cada quien es responsable de su destino, que es común a todos, para bien o para mal. Tal vez cabe aquí la frase de José Félix Ribas, dentro de su discurso a la “tropa” que no eran sino niños y jóvenes en su gran mayoría, quienes estaban junto a él un 12 de febrero de 1814, momentos previos a la Batalla de La Victoria, que concluyó diciendo: “En esta jornada que va a ser memorable, ni aún podemos optar entre vencer o morir: ¡necesario es vencer! ¡Viva la República!”.
Al igual que ese 12 de febrero de 1814, cuando se conformó ese vínculo cívico-militar que superó exitosamente todas las probabilidades en su contra, lo sucedido el 28 de julio de 2024 fue nuestra segunda batalla de La Victoria, y, a partir de allí, militares y civiles venezolanos, nos unimos para conquistarla, haciendo cada quien lo que tuviera que hacer, asumiendo un compromiso vital para el futuro de nuestro país. Y continuaremos unidos hasta ver liberada la patria de este oscurantismo, de estos seres malignos, para instaurar la luz, el amor, el esfuerzo común, la decencia, los valores morales, conquistando un destino que no será sino hermoso y virtuoso.
María Corina ha demostrado que “lo que se demuestra no se discute”