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Por la BBC Mundo
“Más alto”, exige la niña, con los ojos brillantes de emoción. “Más alto, más alto”.
Zeina está siendo empujada en un columpio en un pequeño parque infantil en los suburbios de la ciudad de Padua, en el norte de Italia.
Una escena normal en cualquier parte del mundo.
Pero Zeina, de dos años, no puede mover la cabeza correctamente. El lado derecho de su cara, cuello y cuero cabelludo están marcados con cicatrices profundas, todavía inflamadas.
Ahora, sin embargo, está a salvo y alimentada. Y se siente como si estuviera volando.
Zeina es una de las 5.000 personas a las que se les ha permitido salir de Gaza para recibir tratamiento especializado en el extranjero desde que estalló la guerra tras los ataques de Hamás el 7 de octubre en el sur de Israel.
La Organización Mundial de la Salud afirma que más de 22.000 habitantes de Gaza han sufrido lesiones que les han cambiado la vida como resultado del conflicto, pero a muy pocos se les ha permitido abandonar la franja desde que se cerró el cruce fronterizo de Rafah con Egipto en mayo.
“Fue un día de pesadilla”, cuenta la madre de Zeina, Shaimaa, al describir los momentos previos a la lesión de su hija mientras jugaba en la tienda de campaña de su familia en al-Mawasi, al sur de Gaza, el 17 de marzo.
La familia ya había huido dos veces de su hogar en Jan Yunis, primero a Rafah y luego a la extensa “zona humanitaria” de al-Mawasi, donde pensaron que estarían a salvo.
Zeina y su hermana Lana, de cuatro años, estaban jugando juntas, abrazándose y diciéndose “te quiero, te quiero” –recuerda Shaimaa– cuando se produjo un enorme ataque aéreo cerca.