“Venezuela está en uno de sus peores momentos. El régimen de Nicolás Maduro no está yendo en dirección a una dictadura como la de Nicaragua, sino que ya está ahí”, dice Tamara Taraciuk Broner, abogada egresada de la Universidad Torcuato Di Tella y con una maestría en Derecho. Sus palabras llegan por teléfono desde Uruguay. Es difícil descifrar su acento, por momentos neutro, en otros levemente caribeño. Nació en Caracas, se crió y se educó en la Argentina, vivió en los Estados Unidos y ahora reside al otro lado del Río de la Plata.
Por Astrid Pikielny | LA NACION
A pesar de la escalada represiva que padecen los venezolanos desde las elecciones del 28 de julio último y que obligaron al presidente electo Edmundo González Urrutia a buscar refugio en España, para Taraciuk la dictadura en Venezuela no tiene un destino inevitable. El escenario es complejo, admite, pero una salida negociada hacia una transición democrática es posible si aumenta la presión internacional coordinada, si la oposición se mantiene unida y si se pone en marcha un programa que ofrezca reducir penas en los casos de delitos que no sean crímenes de lesa humanidad. Para eso trabaja Taraciuk como directora del Programa de Estado de Derecho Peter D. Bell en el Diálogo Interamericano.
“Las elecciones del 28 de julio en Venezuela fueron un hito político”
“Se pueden ofrecer beneficios que son legales y reducción de penas a cambio de medidas concretas para una transición democrática”, dice Taraciuk, especialista en temas de derechos humanos y justicia transicional, ex directora para las Américas de Human Rights Watch.
Taraciuk es hija de padres argentinos exiliados en Venezuela durante los años setenta. Su abuelo, Julio Broner, un importante industrial autopartista con “conciencia social”, fue presidente de la Confederación General Económica (GGE) durante el último gobierno de Perón. No estaba en la Argentina cuando se produjo el golpe militar de 1976, pero integraba una lista negra y nunca regresó al país.
La historia familiar y el vínculo profundo con su abuelo, admite Taraciuk, marcó una vocación y un interés académico y profesional: “Trabajar para que las personas puedan elegir dónde vivir y cómo quieren hacerlo”.
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