La otra cara: La omnipotencia ilusoria y terrorismo de Estado, por José Luis Farías

La otra cara: La omnipotencia ilusoria y terrorismo de Estado, por José Luis Farías

Hace días, en una tertulia donde el habla se pulía hasta alcanzar la exquisitez, un viejo amigo se refería a la inequidad que impera en la actual campaña electoral de Venezuela. Con cierta eufemística, propia de su acendrado academicismo, señalaba el descarado actuar del candidato-presidente Nicolás Maduro. Este no se ha contenido en el empleo de recursos públicos para saturar los espacios mediáticos con su imagen hasta la náusea, cuya muestra más asqueante acaso sea su imagen del gallo pinto en la pantalla del Times Square de Nueva York, dejando a los demás contendientes a la sombra de su omnipresencia propagandística.

Desfalco y Derroche

El ejercicio democrático demanda virtudes que el gobierno de Maduro y su entorno están lejos de poseer.





La decencia mínima que debe caracterizar a todo funcionario público en el manejo de los recursos del Estado es una virtud ausente en su gestión. Más bien, su sino es el abuso y el atropello. Las calles y avenidas de Venezuela han sido invadidas por murales gigantescos (el uso del superlativo aquí es meritorio) que exaltan su figura como si de un mesías se tratase. La radio y la televisión se ven asaltadas por propagandas cínicas que buscan manipular la percepción ciudadana, mientras que en las redes sociales se despliegan campañas millonarias destinadas a asegurar que ningún internauta escape al funesto encanto de su presencia digital. Todo esto conforma un espejo fiel de cuán lejos están dispuestos a llegar con tal de perpetuar su dominio.

El desfalco en el uso de los recursos públicos es evidente. Grúas pertenecientes a Corpoelec, destinadas originalmente a reparaciones de infraestructura eléctrica, se emplean ahora para alzar pendones y pancartas del candidato-presidente. Vallas monumentales financiadas con dineros del pueblo interrumpen el paisaje urbano, mientras que miles de motocicletas son regaladas a jóvenes bajo la coacción del apoyo incondicional, acompañadas de repartos de dinero en efectivo con la clara intención de comprar voluntades.

El Silencio Cómplice

En la ardiente efervescencia de las campañas electorales, donde el ansia de perpetuidad en el poder y el deseo de dominio se entrelazan en una danza febril, el abuso de la autoridad emerge como un veneno corrosivo que, lejos de fortalecer la sagrada alianza entre gobernantes y gobernados, la corrompe desde sus cimientos más íntimos. Este mal no sólo desgasta la confianza del pueblo en sus líderes, sino que también horada los principios vitales sobre los cuales se erige la democracia misma, convirtiendo el noble ejercicio del sufragio en una trágica farsa, donde el destino de naciones enteras pende de hilos invisibles tejidos por la codicia y el oportunismo desbocado.

Sin embargo, nada de esto parece resonar en las autoridades del Consejo Nacional Electoral (CNE), quienes prefieren mirar a otro lado. El Contralor guarda silencio cómplice mientras que el Fiscal actúa con celo únicamente para perseguir y encarcelar a los adversarios políticos del régimen. Todo parece estar orquestado para proyectar una sensación de invencibilidad que desaliente al elector y lo induzca a la abstención. Diría Borges: “En el tumulto de ambiciones y engaños, el oscuro designio se oculta tras máscaras de poder.”

Autoritarismo Desbocado

En estos días aciagos, donde la política venezolana se tiñe de sombras y opresión, la figura del candidato-presidente Nicolás Maduro emerge como el epitome del autoritarismo desbocado. La persecución, la agresión y el encarcelamiento se han erigido como pilares fundamentales de su gobierno, desgarrando el tejido democrático y sembrando el terror entre quienes osan alzar la voz en disidencia. Siendo María Corina Machado y el candidato Edmundo González y su entorno las víctimas principales del terrorismo de Estado aplicado por el régimen.

Ian Kershaw, reconocido historiador británico, advierte que “los regímenes totalitarios del siglo XX nos enseñan que la represión y el control absoluto no son medios para sostenerse indefinidamente en el poder, sino caminos hacia la desestabilización y el colapso”. Estas palabras resuenan con inquietante pertinencia en el contexto actual de Venezuela.

La violencia se ha ejercido contra decenas de comerciantes y ciudadanos honestos han sido víctimas de una maquinaria represiva implacable. Desde vendedoras de empanadas hasta dueños de hoteles y posadas, moto taxistas, todos han sufrido la brutalidad del Seniat y de los cuerpos policiales, quienes actúan como arietes del régimen, destruyendo medios de vida por el simple delito de apoyar a un candidato opositor. El silencio pétreo de las autoridades electorales y la diligencia represiva de la Fiscalía y los cuerpos de seguridad han sumido al país en un clima de temor y desesperanza.

Los Costos del Abuso de Poder

Las detenciones políticas arbitrarias han alcanzado cifras alarmantes, con 102 dirigentes encarcelados a ocho días del final de campaña. Periodistas y refugiados en sedes diplomáticas son blanco de acusaciones infundadas, mientras el gobierno se dedica a obstruir el libre tránsito y sabotear concentraciones políticas con barricadas y amenazas físicas. Esta política represiva, propia de regímenes totalitarios, pretende imponer el poderío del Estado como un muro infranqueable frente al clamor popular por un cambio democrático.

La coacción y el abuso del poder son como venenos que el régimen administra creyendo en su capacidad para contener sus efectos. Pero pueden desatar fuerzas que el régimen no puede prever ni controlar. De hecho, nunca imaginaron que sus errores continuos serían la piqueta que, desde las entrañas mismas del poder, erosionaría sus bases.

El desdén por la decencia y la justicia, la manipulación descarada de los recursos públicos para perpetuar una imagen de omnipotencia y la represión constante contra aquellos que osan cuestionar el status quo, han tejido una tela de araña que atrapa tanto al ciudadano común como al opositor más ferviente. Las calles pintadas con murales que glorifican al líder, los medios saturados con propaganda sin tregua y las instituciones del Estado cooptadas para servir como herramientas de intimidación, todo ello conforma el caleidoscopio de la tiranía moderna.

La Ilusión de Invulnerabilidad

En este juego perverso de apariencias y dominio, el régimen se aferra a una ilusión de invulnerabilidad, como si la voluntad popular y el deseo innato de libertad pudieran ser doblegados por la fuerza bruta y la coerción despiadada. Pero el tiempo, implacable y sabio, suele desvelar las falacias de los déspotas. La erosión de las bases desde sus entrañas es un proceso que avanza silencioso pero inexorable, gestado por la indignación de un pueblo que no olvida ni perdona.

En cada protesta silenciada y en cada voz que se alza contra la injusticia, late el latido firme de una democracia que espera ser restaurada. El régimen puede controlar los medios, puede encarcelar a sus detractores y puede manipular las elecciones, pero nunca podrá sofocar el anhelo de libertad que se arraiga profundamente en el espíritu humano.

Así, mientras las sombras del autoritarismo se alargan sobre la tierra, la resistencia persiste como un faro de esperanza en la noche oscura. La historia nos enseña que ningún régimen, por más opresivo que sea, puede negar eternamente el derecho natural de todo pueblo a ser libre.

Este reflexión adquiere una vigencia palpable al observar la situación desesperada de un país atrapado en las garras de un liderazgo que se aferra al poder a cualquier costo.

Equivocaciones del Poder

Sin embargo, Maduro y sus secuaces parecen ignorar la realidad que les rodea. Creyendo en la invulnerabilidad que otorga el abuso del poder y la manipulación propagandística, esperan sembrar la desilusión y la apatía entre los electores. Pero están equivocados. El próximo 28 de julio, la voluntad popular se alzará como un torrente indetenible, clamando por un horizonte nuevo donde la democracia sea el faro que guíe a Venezuela hacia la libertad y la justicia.

En medio de la oscuridad, la esperanza persiste. La lucha por la democracia en Venezuela es un llamado a la resistencia, una proclama contra la opresión y la tiranía. La historia nos enseña que ningún régimen puede suprimir indefinidamente el deseo innato de libertad que arde en el corazón de un pueblo.

La persecución, la agresión y el encarcelamiento son la práctica habitual del gobierno del candidato-presidente Nicolás Maduro.

Son decenas los comerciantes atropellados: vendedoras de empanadas o de sándwich, dueños de restaurantes o de hoteles, moto taxistas, dueños de transportes públicos o de carga e incluso caballos que han sufrido la actuación represiva del Seniat o de los cuerpos policiales dejados sin sus medios de vida por simplemente ofrecer sus servicios a un determinado candidato adversario o a dirigentes políticos.

La ola de detenciones políticas arbitrarias alcanzaron a 71 los dirigentes detenidos en apenas los primeros diez días de campaña, incluidos periodistas, y además de numerosos asilados en sedes diplomáticas todos bajo acusaciones sin fundamento co el silencio pétreo de las autoridades del CNE y con la diligencia represiva de la Fiscalía y los cuerpos de seguridad.

Las interrupciones del gobierno de Maduro al libre tránsito por el territorio nacional son cotidianas, a diario se registran informaciones de obstáculos de todo orden como barricadas, incluido el uso de vehículos oficiales, en la vía pública para impedir el acceso de los líderes políticos a los sitios de concentración; así como agresiones físicas, amenazas e intimidaciones.

Prueba de Fuego

Con ésta abominable política represiva en medio de la campaña electoral presidencial, propia de regímenes totalitarios, se pretende igualmente que con el abuso propagandístico, crear un clima de intimidación, de amasamiento y de provocación imponiendo el poder de la fuerza para presentarse como inamovible, indestructible e inderogable. Pero cuán lejos están de la realidad Maduro y sus acólitos, nada podrá tener el curso de la voluntad popular a favor del cambio democrático el,próximo 28 de julio

El candidato-presidente se encuentra muy lejos de la realidad si cree que tales artimañas le asegurarán la victoria. Ignora por completo que hay un pueblo decidido a instaurar un cambio político a través de los cauces democráticos. La esperanza de una Venezuela libre y justa persiste en el corazón de sus ciudadanos, quienes no se dejarán intimidar por las artes oscuras del poder.

En este escenario, la democracia venezolana enfrenta una prueba de fuego. La batalla por la integridad electoral y la transparencia está en marcha, y el mundo observa con atención cómo se desenvuelven los acontecimientos en esta tierra tan golpeada por la discordia y el desencanto. Ésta desmedida campaña de amedrentamiento, estos actos de barbarie fascistoide, apuntan a un clima de caos para inducir a la violencia y justificar un zarpazo, pero no caeremos en ello, no nos desviaremos de la ruta electoral. Ésta desmedida campaña de amedrentamiento, estos actos de barbarie fascistoide, apuntan a un clima de caos para inducir a la violencia y justificar un zarpazo, pero no caeremos en ello, no nos desviaremos de la ruta electoral. En los corazones valientes de Venezuela, la llama de la esperanza arde con fuerza, desafiando las sombras del poder.