La noche del estreno de la película se pareció a una profecía autocumplida. Fue en el London Pavilion y cada uno de los cuatro Beatles llegó en una limusina con quien fuera su novia o su esposa en ese momento. Piccadilly Circus, uno de los centros neurálgicos de la vida londinense y el epicentro del distrito teatral de esa ciudad, era un hervidero de gente. Hubo que cerrar el tránsito porque al menos 12.000 fans -sobre todo mujeres, de las gritonas de los sesenta– habían llegado hasta las inmediaciones del cine para respirar el mismo oxígeno que sus ídolos.
Por infobae.com
“Pensábamos que simplemente apareceríamos en nuestras limusinas, pero no podíamos llegar por toda la gente que había”, explicaría Paul McCartney décadas después de aquel 6 de julio de 1964. La noche que se estrenó A hard day’s night, la primera película de Los Beatles y la que retrató como ninguna la Beatlemanía, que estaba en su pico máximo.
Por la Beatlemanía, Los Beatles llegaron tarde -aunque, claro, los esperaron- al estreno de su película sobre la Beatlemanía. Esa que empieza con ellos corriendo lo más rápido posible para huir y esconderse de la estela de gritos, desesperación y fanatismo que ya los rodeaba en el Reino Unido y que estaban terminando de construir del otro lado del Atlántico, en Estados Unidos. Esa devoción que los convertía en leyenda en tiempo real y que no los dejaba vivir tranquilos.
La película empieza con esa escena y también empieza con el acorde más misterioso de la historia de la música. Es que A hard day’s night fue una película y también fue un disco. Y no cualquier disco: lanzado el 10 de julio de 1964, hace exactamente sesenta años, fue el primer álbum de los Fab Four en el que no incluyeron ningún cover de otro artista. Era la tercera vez que editaban un disco de estudio, y por primera vez todas las canciones estuvieron acreditadas a la dupla Lennon / McCartney. Se trataba de una señal clara: con su propio talento, sin versionar éxitos ajenos, ya alcanzaba y sobraba. El mundo era suyo. Faltaban menos de dos años para que John Lennon lo condensara en una frase que recorrió el planeta: “Los Beatles son más populares que Jesús”.
El acorde con el que empieza “A hard day’s night”, que es la canción con la que empieza el disco y también el film, permaneció en estado de enigma por más de medio siglo. Guitarristas, físicos y matemáticos se preguntaron qué acumulación de notas construían ese rasguido que revolucionó la historia del pop y que parece ser la puerta a un mundo al que nadie había entrado todavía.
George Martin, el histórico productor musical de Los Beatles y una mente brillante, tuvo claro que ese rasguido rompería los moldes de lo que estaba inventado hasta ese momento. “Sabíamos que abriría tanto la película como el LP con la banda sonora, por lo que queríamos un comienzo particularmente fuerte y efectivo. El estridente acorde de guitarra fue el despegue perfecto”, dijo en The Complete Beatles Recording Sessions. Alguna vez, la crítica musical describió a ese sonido como el fin de la civilización occidental tal como se la conocía hasta ese momento.
YouTube está plagado de guitarristas más o menos aficionados haciendo su mejor esfuerzo por reproducir o reproduciendo con pericia ese sonido que parece quedar vibrando en el aire, o rebotando contra las paredes, o las dos cosas. Internet -y también YouTube, una de sus sedes más potentes- está lleno de teorías sobre el origen de ese sonido: ¿una guitarra desafinada o afinada en otra escala?, ¿un dedo mal puesto que quedó bien?, ¿un truco con la velocidad de la grabación?
Hacia 2008, Jason Brown, investigador del Departamento de Matemáticas de la Universidad de Dalhousie (Canadá), estudió el acorde a través de lo que se llama técnicamente “transformación de Fourier”. Es una forma de representar la onda del sonido y poder seguir su espectro para intentar descifrar sus componentes. Permite ver, en criollo, “cuánta cantidad de cada nota musical” hay en cada momento del acorde. Se aíslan los tonos como si se tratara de la radiografía de una canción. Eso le permitió descubrir algo que hasta ese momento no se sabía: además de las guitarras de Harrison y de Lennon, que ya se sabían presentes en ese rasguido emblemático, también había un piano sonando.
En 2012, Kevin Houston, también matemático pero de la Universidad de Leeds (Inglaterra), hizo su aporte a la investigación. A través de un software especializado aisló el acorde de acuerdo a cada una de sus frecuencias y, además, estudió los videos de las presentaciones en vivo en las que Los Beatles interpretaban la canción. Descubrió algo que le llamó la atención: la posición del pulgar de Harrison sobre una cuerda. Aseguró que ahí radicaba la resolución del misterio.
La respuesta definitiva llegó en 2016, cuando el guitarrista canadiense Randy Bachman se citó con Giles Martin, el hijo de George, nada menos que en Abbey Road. Juntos revisaron las cintas originales en las que John, Paul, George y Ringo grabaron sus obras y Bachman fue directo al grano: quería resolver el gran misterio de “A hard day’s night”.
Aislaron cada uno de los instrumentos grabados y confirmaron que no sólo estaban las guitarras de Harrison -de doce cuerdas- y de Lennon -de seis-, sino que Paul hacía sonar un acorde en su bajo y, efectivamente, había un piano sonando. Fue el propio George Martin el que se sentó en ese instrumento y aportó ese sonido. ¿Y Ringo, siempre una especie de último orejón del tarro beatle? El análisis exhaustivo de Bachman y de Martin hijo develó el sonido de un platillo como telón de fondo. Todos, incluido el histórico productor, eran parte del acorde, que no podía explicarse por cada una de sus partes, sino por la suma de todas ellas. Casi como una metáfora de la potencia de Los Beatles.
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