Recién casados, destinados al idilio en México. Ella ilusionada, él un ¿cretino insaciable? La traición: dejarla sola y desamparada sentada al lado de una abuela con su bebé llorón, mientras el energúmeno se regodeaba en su asiento de lujo, para después ofrecerle migajas de su festín
La historia que les contaré hoy representa el máximo ejemplo del egoísmo conyugal masculino. Una irrefutable muestra de cómo algunos hombres poseen la insólita habilidad de convertir los momentos más románticos en auténticos desastres.
Por Infobae
Prepárense, porque esta narración está inspirada en el escandaloso post de una mujer con el usuario “AmITheAsshole” (Soy yo la imbécil) de Reddit y publicado por la revista People, titulado: “¿Soy una malvada por ignorar a mi marido durante nuestro vuelo cuando expresó ansiedad por volar?”.
La protagonista relató las andanzas de un caso extremo y fuera de lo común en el noble gremio de los maridos.
Pongamos el contexto: una pareja recién casada se disponía a emprender la soñada luna de miel.
El destino, las paradisiacas playas mexicanas, auguraba días inolvidables de pasión, amor y relax después de la boda. Ella, una mujer de 33 años curtida en los viajes de negocios, había acumulado una pequeña fortuna en puntos de viajero frecuente.
Con tan valiosa moneda, se aseguró de solicitar un upgrade al paraíso de los cielos: la añorada clase business. Pero no se trataba de un capricho egoísta, claro que no. Lo que ella deseaba era poder disfrutar de esos lujos junto a su flamante esposo en un inicio soñado de la luna de miel. ¿Qué mayor prueba de amor podría haber?
Lamentablemente, sus cálculos no tuvieron en cuenta el enorme poder de atracción que la clase business ejerce sobre las almas masculinas menos evolucionadas. Y su marido, un varón de 30 años, pertenecía precisamente a esa categoría de especímenes aún no descartados por la selección natural.
Al llegar al mostrador de la aerolínea, la pareja se encontró con que, por una de esas cosas del destino, solo había un upgrade disponible. Un solo pasaje de ascenso al placer de los asientos reclinables, las comidas calientes y las exquisitas bebidas. ¿A quién escogería la suerte? Al hombre, por supuesto.
En ese momento crítico, la mujer pecó de ingenuidad. “No, no podemos separarnos, es nuestra luna de miel”, imploró a la aeromoza.
Pero su consorte no compartía tan elevados ideales. Poseído por el dulce canto de las sirenas del sobrepreciado transporte, el desdichado pronunció las palabras que lo convertirían en el patán más grande de la historia: “No, está bien, yo me voy a business class”.
En un abrir y cerrar de ojos, el muy cretino había abandonado a su esposa al comienzo mismo de la luna de miel, arrojándola sin miramientos a la sórdida clase turista.
La pobre mujer no tuvo otra opción que aguantar el enojo con estoica resignación. Embargada por la tristeza y la decepción, tomó asiento al lado de una anciana con su bebé llorón, en lo que auguraba ser un vuelo de pesadilla.
Ni las más locas fantasías de la noche de bodas podrían haber preparado su ánimo para semejante bofetada.
Pero cuando el mal parecía haber tocado fondo, he aquí que la serpiente enseñó su otra cabeza. A los pocos minutos de iniciado el vuelo, el desgraciado comenzó a bombardearla con mensajitos de texto desde su trono de business class.
“Cielito, me muero de miedo, necesito que me tranquilices”, le debe haber clamado la criatura con la inocencia fingida que solo poseen aquellos que actúan como mosquitas muertas.
¿De veras este tipo pretendía que su desamparada mujer lo consolara después del tremendo abandono del que había sido víctima?
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