La epidemia global de adictos al fentanilo ha tejido una red compleja entre temas aparentemente desconectados, como la crisis migratoria con México y la reticencia conservadora de los republicanos a apoyar a los aliados de EEUU. La situación es alarmante, con un crecimiento exponencial en las cifras de muertes por sobredosis de drogas en Estados Unidos, según informó el periodista Nacho Montes de Oca.
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En 2010, se registraron 235 muertes por sobredosis; en 2015, la cifra se disparó a 54,404; en 2021, alcanzó los 106,669; y en 2022, llegó a 109,000. Comparando estas cifras con las bajas en guerras pasadas, la crisis de los opiáceos podría superar incluso la cantidad de muertos en la Primera Guerra Mundial (116,511) en 2024.
La crisis del fentanilo en Estados Unidos comenzó en la década de 1990 con la proliferación del uso de opiáceos, buscando alivio para las dolencias. La viralización de imágenes de adictos y las muertes de celebridades como Prince y Tom Petty no generaron suficiente alarma. En 1999, se recetaron 138 millones de medicamentos con opioides en EE. UU., llegando a 219 millones en 2011 y convirtiéndose en los fármacos más vendidos.
Purdue Pharma, el laboratorio que dominaba el mercado, admitió haber falsificado pruebas ante la FDA, contribuyendo al inicio de la epidemia. En 2020, las muertes por sobredosis de opioides alcanzaron 68,630, representando el 75% del total de casos.
La introducción de controles en 2008 aceleró el mercado ilegal, involucrando a grupos de crimen transnacional. Ante las restricciones para acceder a opiáceos legales, creció el contrabando de drogas, especialmente el fentanilo, que es 50 veces más potente que la heroína.
El fentanilo, difundiéndose en circuitos marginales, potenciaba el efecto de otras drogas, llevando a narcotraficantes a introducir esta poderosa mezcla en forma de pastillas o inyectables. China, principal proveedor de fentanilo, mantuvo envíos incluso después de restricciones.
La alianza entre empresarios chinos y carteles mexicanos surgió como respuesta a mayores controles aduaneros. En menos de cinco años, los carteles mexicanos dominaron la importación, producción y exportación de fentanilo, generando enormes beneficios.
El fentanilo, con un precio de 3 a 6 dólares por dosis en EE. UU., es un negocio lucrativo. Un kilo puesto en la frontera se valúa en unos 400,000 dólares, multiplicándose en su procesamiento. La producción clandestina puede generar hasta 1 millón de dosis por kilo.
La crisis del fentanilo no afecta solo a EE. UU., sino que tiene tres aspectos críticos: salud pública, debilitamiento institucional y pobreza; expandiendo el control territorial de carteles mexicanos y generando conflictos fronterizos. La Sociedad de Actuarios estimó en 631,000 millones de dólares el costo agregado de la crisis entre 2015 y 2018.
El problema también tiene dimensiones geopolíticas. La respuesta de China, principal proveedor de fentanilo, fue tardía y solo ocurrió tras sanciones. China podría resolver la cuestión, ya que exporta más del 90% del fentanilo a nivel global.
Sin embargo, las tensiones en EE. UU. sobre cómo abordar la crisis, desde propuestas militaristas hasta enfoques aislacionistas, obstaculizan una solución colectiva. La historia se repite, pero con roles invertidos: China, en lugar de ser víctima, podría convertirse en la solucionadora de un problema que afecta a sus adversarios geopolíticos.
Finalmente, el dilema actual refleja la complejidad de las relaciones internacionales y cómo un problema de salud pública se entrelaza con cuestiones políticas, migratorias y de seguridad, generando desafíos significativos para encontrar una solución global.
Hay una nueva Guerra del Opio, pero esta vez en sentido inverso. La epidemia global de adictos al fentanilo conecta asuntos aparentemente inconexos como la crisis migratoria con México y la negativa conservadora de los republicanos a asistir a los aliados de EEUU. Sale hilo pic.twitter.com/H3RK75Nn3y
— Nacho Montes de Oca (@nachomdeo) January 8, 2024