La República Islámica de Irán, la mayor valedora de la vertiente islámica chií, y los terroristas de Estado Islámico (EI), una de las últimas y más salvajes encarnaciones del integrismo salafista militante suní, son protagonistas de una encarnizada enemistad alimentada por un abismo político y religioso.
El atentado suicida del miércoles en la ciudad iraní de Kerman, marca de la casa del terrorismo islamista radical que profesa EI, que dejó más de 80 civiles muertos y centenares de heridos, es solo el último de una larga serie de actos de extrema violencia cometidos por el grupo en territorio iraní.
A su vez, Irán fue uno de los principales actores en la destrucción del emirato que EI estableció en territorio iraquí y sirio, para la que puso numerosas tropas “voluntarias” en el terreno, en su mayoría guardianes de la revolución, organizó y fortaleció milicias locales para combatir al grupo, ofreció inteligencia y apoyo aéreo y presionó políticamente a quienes les daban apoyo.
Qasem Soleimaní, el general de la Fuerza Quds de la Guardia Revolucionaria cuyo mausoleo fue el lugar del ataque del jueves, fue el responsable de organizar el combate a sangre y fuego iraní contra EI.
Religión
El argumento de conflicto más ostensible entre ambos, una república teocrática chií y un grupo integrista suní, es la religión.
El cisma islámico del siglo VII por disputas sobre quien es el legítimo sucesor del profeta Mahoma es el origen de un problema que con los siglos ha derivado en profundas fracturas en doctrina religiosa, prácticas y costumbres entre los chiíes y los suníes, el grupo abrumadoramente dominante en el islam.
Al contrario que los suníes, los chiíes (“seguidores de Alí”) mantienen un clero organizado y rinden homenaje continuo a Husein, nieto de Mahoma, y a Alí, cuyo martirio es recordado cada año en la fiesta de Ashura.
Estas prácticas, entre otras muchas, son consideradas por muchos suníes como idolatría, prohibida en el Corán.
En ese contexto y dentro de su visión radical, el EI considera que los chiíes son “politeistas” y “falsos musulmanes”, lo que no solo “permite” teológicamente su exterminio, sino que lo exige.
Desde sus comienzos, el EI atacó con virulencia todas las comunidades chiíes con las que se topó en Irak (de mayoría chií), Siria o Afganistán.
Política
El EI nace tras la invasión de Irak por parte de EE.UU. y se alimentó con los antiguos cuadros del gobierno y el Ejército de Irak bajo Sadam Husein, suníes que dominaban a sangre y fuego un país de mayoría chií.
La llegada al poder en Irak, con el respaldo de Irán, de grupos chiíes, no gustó a los vecinos árabes suníes del país rico en petróleo, como Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos.
Según Irán, que mantiene una tensa relación con ambos países por la hegemonía regional, ambos dieron soporte al incipiente EI para inestabilizar Irak y mantener ocupados a los iraníes.
La guerra civil siria fue otro foco de tensión, en el que EI puso en peligro al régimen amigo de Teherán Bachar al Asad (alauita, una forma de chiísmo).
Irán corrió a apuntalar a sus gobiernos amigos y mientras la coalición internacional impulsada por los EE.UU contra EI bombardeaba desde el aire Siria e Irak, en el terreno eran los soldados y milicianos próximos a Teherán los que avanzaban contra las tropas del autoproclamado emirato.
Para 2017, la derrota territorial de EI en Irak era un hecho, y sus remanentes comenzaron una campaña terrorista contra territorio iraní.
Desde entonces, varios ataques en territorio iraní han dejado decenas de muertos, mientras que las autoridades iraníes anuncian periódicamente detenciones, ataques, juicios y desarticulaciones de células terroristas que vincula con la organización.
EFE