“¿Saben ustedes ahora un poco más de lo que ocurre en Venezuela?” Acaba de terminar el pase especial de Simón en el cine Capitol, en plena Gran Vía madrileña, cuando una joven migrante se acerca a dos estudiantes españoles que asisten a la proyección de la película que conmueve hasta las entrañas. Quiere que se sepa la verdad sobre su país. Y que no se olvide.
Por: El Mundo
Muchos de las presentes no han podido evitar las lágrimas, ella también tiene los ojos llorosos. Entre los chascarrillos criollos habituales, desde el chamo al marico pasando por me da ladilla, la sala del legendario Capitol se ha llenado de respiraciones entrecortadas. Algunos no lo saben, pero la mayoría de los convocados porta heridas, las del alma, que todavía no han sanado.
De eso trata Simón, que no es el omnipresente Bolívar sino un líder estudiantil interpretado por Christian McGaffney, que se exilia en Miami después de ser detenido en Caracas. Simón encabeza a un grupo de jóvenes idealistas en las protestas de 2017, aquellas en las que la revolución bolivariana asesinó a 163 personas, la mayoría jóvenes, hirió a 3.000 y detuvo a 1.351, según los datos de la organización Foro Penal.
Jóvenes como David Vallenilla, muerto por el disparo en el pecho de un sargento de Aviación cuando estaba en los exteriores de la base de La Carlota. Como Juan Pablo Pernalete, alcanzado por una bomba de gas. Como Miguel Castillo, Armando Cañizales o Neomar Lander, que sólo contaba con 17 años.
Simón es un grito de libertad entre torturas y desapariciones forzadas en las casas clandestinas que todavía hoy usa la policía política y la contrainteligencia militar de Nicolás Maduro. Una película incómoda donde la culpa y el perdón te desafían, que habla sin tapujos sobre la disyuntiva de quedarse o irse. Donde no cabe el olvido ante la pérdida de un país que dejó de serlo.
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