El rey Carlos III se arrodilló ante el altar y ofreció una oración: “Dios de compasión y misericordia, cuyo Hijo no fue enviado para ser servido sino para servir, dame la gracia de que pueda encontrar en tu servicio la perfecta libertad, y en esa libertad el conocimiento de tu verdad”, expresó.
Y siguió: “Haz que pueda ser una bendición para todos tus hijos, de toda fe y creencia, para que juntos podamos descubrir los caminos de la mansedumbre y ser conducidos por los senderos de la paz; través de Jesucristo, nuestro Señor. Amén”.