Algunos marsupiales australianos hacen tal esfuerzo para copular que caen muertos. Les sucede a los machos del antequino. El celo de las hembras solo se da una vez al año. Ellos tienen que aprovechar la ocasión, así que copulan con todas.
Por abc.es
las que pueden durante doce o catorce horas seguidas. En esos días no comen y se extenúan hasta tal punto que sangran internamente. Al final de la temporada de apareamiento los machos, sin cumplir un año, mueren.
Hay más animales que mueren tras el sexo; en muchos influye la diferencia de tamaño. Ellos suelen ser mucho más pequeños que las hembras y mueren a manos de ellas tras el coito: sucede con la mantis religiosa; la araña Latrodectus mactans, llamada ‘la viuda negra’; o algunas especies de peces abisales. El macho del pez abisal conocido como ‘demonio marino’ (Lophiiformes) es diminuto respecto a la hembra. Ni siquiera es capaz de alimentarse por sí mismo, así que muerde a la hembra, como un parásito, y fusionan sus sistemas circulatorios. Él se alimenta y, al mismo tiempo, la provee a ella de esperma. Cuando se reproduzca, dejará de ser útil.
La viuda negra, la araña Latrodectus tiene muy mala fama, pero en realidad sus parejas se ‘suicidan’. Es cierto que algunas veces la hembra atrapa al macho que intenta huir del apareamiento pero en la mayoría de los casos los machos aceptan su destino y se lanzan hacia los colmillos de su pareja para dejarse devorar.
La explicación es que sacrificando su vida, el macho podía llenar a su pareja con más cantidad de esperma. La hembra conserva dicho esperma en dos órganos de almacenamiento y puede controlar cuándo utilizar estas células acumuladas para fertilizar sus huevos. Si se aparea de nuevo, el esperma del segundo macho puede desplazar el del primer pretendiente, ya fallecido. Sin embargo, las hembras que devoran a su primera pareja tienen más probabilidades de rechazar a la siguiente y así los machos ‘suicidas’ garantizan su paternidad.
La mantis religiosa también tiene peor fama de la que merece: matar la macho lo mata, pero se lo come por una buena razón. Cuando llega el momento de aparearse, los machos se juegan literalmente la vida al acercarse a su pretendida. En ocasiones, la hembra deja que el macho concluya sus ejercicios amorosos para después atraparlo y devorarlo; una estrategia evolutiva que puede parecer incoherente pero que tiene su explicación. La mayor parte de los machos muere de agotamiento tras aparearse.
Las hembras saben que han de afrontar un periodo de desgaste físico importante mientras producen los 20 o 30 huevos que compondrán su prole y que apilará en la llamada ‘ooteca’, una especia de caja fuerte para la puesta formada por una sustancia blanda, una saliva segregada por la madre, que se endurece al contacto con el aire formando una cápsula protectora para los huevos. Para la poderosa hembra, la mejor forma de afrontar este periodo es conseguir proteínas extras y un macho que va a morir extenuado suele resultar una tentación irresistible.