Ser maestro es quizás una de las profesiones más nobles e importantes para el forjamiento de una sociedad libre, plural, digna y republicana. Un maestro es más que un educador, es un ser que pone al servicio de otro sus mejores cualidades científicas y humanas. Todos recordamos a nuestro primer maestro por sus regaños, pero también por los valores que nos sembraron. Ser maestro es una vocación de vida, una labor que debería ser la mejor pagada del mundo porque es directamente proporcional a la posibilidad de que un país sea exitoso.
Venezuela se despertó este 2023 con una gran manifestación de su magisterio entero que, cansado de las humillaciones del poder, de percibir un salario de hambre y de ser objeto de atropellos y violaciones flagrantes a sus derechos, se volcó a las calles para exigir cambios en sus condiciones laborales. Ha sido un movimiento que ha logrado contagiar a todo un país, siendo ese espejo en el que se miran 30 millones de venezolanos que sufren las consecuencias de un sistema económico que colapsó por responsabilidad de una dictadura.
Nicolás Maduro ha generado un holocausto de la educación. El régimen no se ha conformado con intervenir indebidamente en los colegios para convertir a la educación en una herramienta política, sino que también ha propiciado la destrucción total de la calidad de vida de los educadores. Los maestros se debaten hoy entre la mendicidad y el abandono de su labor de vida, porque sencillamente los salarios que perciben son los peores que se puedan conocer en el planeta tierra. Para el momento en que se escribe este artículo un maestro de una escuela pública recibe menos de 15 dólares al mes por su trabajo, un ingreso paupérrimo para sobrevivir a un país donde la canasta alimentaria se ubica cerca de los 400 dólares. Es un ingreso tan bajo que ni siquiera permite cubrir los gastos de movilidad de un maestro hacia el centro educativo. Un maestro en Colombia recibe más de 400 dólares al mes como contraprestación por sus servicios, en Chile cerca de 500, y en Perú al menos 600 dólares. Es decir, los salarios de los maestros de la región son 30 veces superiores a los de sus pares venezolanos.
Por estas condiciones tan deplorables muchos han decidido colgar los guantes de la educación, para dedicarse a otra actividad mejor remunerada o para emigrar a otros destinos donde exista mayor valoración de la profesión. De acuerdo con la Federación Venezolana de Maestros, entre 2015 y 2020 más de 100.000 docentes abandonaron el sistema educativo.
No obstante, hay muchos maestros que se resisten a abandonar sus aulas y hacen milagros para seguir formando el futuro del país, a pesar de las turbulentas condiciones. Esos son los que hoy están en la calle, unidos bajo un reclamo justo, legítimo y moral que es un testimonio valiente de lucha para cada venezolano. Las masivas movilizaciones de los maestros representan también el espíritu de un país que no se rinde y que está convencido que Venezuela solo se arregló para quienes están en el poder.
Si Maduro le importara el futuro de los maestros, podría decretar un aumento salarial ya mismo. Los recursos existen y se pueden invertir, solo se requiere voluntad política. A las arcas del Estado ingresaron cerca de 20.000 millones de dólares por ingresos petroleros el año pasado, lo cual significó que el Estado tuvo un repunte significativo de su flujo de caja. Pero Maduro prefiere condenar a los maestros al hambre y la desidia, buscando que claudiquen en su lucha y se conformen con una vida llena de penurias, mientras él y su cirulo se reparten el botín de corrupción.
Ahora más que nunca los maestros deben seguir en las calles, defendiendo sus ideas y su reclamo digno. El régimen apelará a la intimidación, como lo vimos hace días cuando a través de grupos paramilitares enviaron amenazas contra quienes se expresan pacíficamente en las avenidas de Venezuela. Maduro activará como siempre todas sus palancas para enfriar la calle, ofreciendo falsas promesas o reprimiendo salvajemente. Sin embargo, el régimen ignora que quienes están protestando son los olvidados, los que hoy no tienen nada que perder, porque la dictadura les robó todo. Los que no tienen salario porque se esfumó con la inflación, los que no tienen alumnos en las aulas porque se fueron del país o abandonaron la escuela para dedicarse a otra actividad, los que han perdido familiares por la violencia y los que saben que en la justicia no tendrán una respuesta sino un fusil más de la dictadura. En fin, son el pueblo de carne y hueso que ha sufrido las consecuencias de una terrible crisis. Es el pueblo que inspira y que nos hace sentir muy orgulloso de ser venezolano, porque a pesar de todo el esfuerzo por apagar el espíritu del país, la conciencia democrática, cívica y libertaria está allí.
Nota publicada originalmente en INFOBAE