Rodrigo De Paul fue el primero en dejar evidencia la estrategia. Cada vez que Frenkie de Jong tomaba el balón su marca era pegajosa, invasiva. La indicación de evitar que fluya el tránsito por esa vía neerlandesa era obvio. Pero pasaba siempre un hecho más: un pequeño empujón en la espalda cada vez que el mediocampista del Barcelona se desprendía de la posesión. La escena se repitió casi todo el partido, independientemente de quien era su marcador.
Por Infobae
“¿Había algo de estrategia que lo empujaban siempre?”, le planteó Infobae al propio De Paul en zona mixta. “No, nada…”, dijo mientras lanzaba una enorme carcajada y optaba por apurar el paso en el laberinto de atención a la prensa rumbo al micro. Sin embargo, Leandro Paredes sí dejó entrever que había algún dato extra en ese suceso: “Seguramente sabemos nosotros que a los jugadores así, con tanto talento, no les gusta que les estén encima, que los toquen después que larguen la pelota, así que era cuestión de fastidiarlo un poco”.
Por las entrañas del Lusail Stadium también caminó Nahuel Molina. No infló el pecho, no alzó la voz, ni alardeó. Ese primer gol con la camiseta de la selección argentina en una etapa tan importante del Mundial no modificó su habitual semblante de respeto con los periodistas, de análisis en voz baja. El lateral derecho controló dentro del área un pase de Lionel Messi como si fuese una costumbre estar en esa posición ofensiva. Y en su genética algo hay de la vocación ofensiva: fue delantero en sus inicios e incluso llegó a estar en la órbita del Barcelona en infantiles.
“Sí, empecé de delantero en inferiores, después me fui tirando para atrás…”, reconoció ante este medio con cierta timidez. Pero su rendimiento fue destacado al punto que el Blaugrana había decidido darle una prueba y el diario catalán Mundo Deportivo había adelantado en el 2012 que esa entidad probaría a un “delantero habilidoso” de 14 años. Sin embargo, Molina mantiene por completo su perfil bajo y aclara cuando el preguntamos si algo de ese pasado apareció en la definición ante Andries Noppert: “¿Hoy? ¡No! Metí puntín, como en el barrio…”.
“Scaloni a mí me pidió que juegue alto, porque sabíamos que podíamos llegar a tener alguna posibilidad jugando alto. Generalmente Fideo juega por ahí abierto, hoy me tocó a mí, pero sólo me pidió eso (el DT). Después que esté bien parado atrás”, agregó.
Y, como todos aquellos que vieron el partido, él tampoco puede explicar cómo lo vio Lionel Messi para filtrarle el pase: “La verdad, no sé cómo hizo para verme. Él siempre fue un ejemplo para nosotros, los chicos argentinos, y hoy me toca jugar con él en la cancha y lo disfruto”.
Son las tres de la mañana en el Lusail Stadium. La zona de prensa solamente tiene un foco activo. Como un enjambre. Lionel Messi, como ya es costumbre, sale último y atiende a la tanda de periodistas argentinos que espera por él. Sus compañeros lo aguardan en el micro, pero saben que el capitán tiene respeto por el trabajo de aquellos enviados que arribaron a Doha. “Terminamos sufriendo al pedo. Con el 2-0 se podría haber terminado el partido en los 90 minutos. Ellos no hicieron nada, simplemente meter gente alta, grande y empezar a meter pelotazos. Nos complicaron de esa manera. El árbitro tampoco ayudó mucho. Injustamente terminamos yendo al alargue en un partido que debíamos terminar a los 90?, analizaba con nuevos dardos dirigidos al juez Antonio Mateu Lahoz y al DT rival.
Ahora quedan cinco días para enfrentar a Croacia por semifinales. O cuatro días y contando… Y el que aparece por la puerta contraria a donde salen los deportistas es el entrenador, Lionel Scaloni. “¿Quién queda? ¿quién queda?”, pregunta el DT entre sobresaltado y obsesivo de cuidar el descanso de sus dirigidos. Cada minuto de recuperación a partir de ahora cuenta. “¡Son las tres de la mañana, es tarde, vamos a dormir!”, plantea ante unos pocos cronistas que estaban en ese sector y pega media vuelta para volverse al micro. A los segundos, el capitán, sin saber que su entrenador había aparecido en el sector, seguirá sus pasos e iniciará su merecido –y más que nada necesario tras 120 minutos de pura acción– descanso.