En octubre del año pasado, la pequeña localidad belga de Termonde, en Flandes Oriental, vio sacudida su tranquilidad por las obras de refacción en el Convento de los Santos Vicente y Pablo, lindero a la escuela católica.
Por infobae.com
Los trabajos se volvieron el centro de atención de los pobladores, no por una cuestión arquitectónica sino por la presencia permanente de policías y peritos forenses mientras se realizaban excavaciones dentro del convento y también en el jardín.
El motivo no demoró en conocerse, la Justicia belga había decidido aprovechar las obras para reflotar un “cold case” que llevaba casi cuarenta años envuelto en el misterio: la desaparición de la monja Germaine Robberechts, de 56 años, que se esfumó de un día para el otro sin dejar ningún rastro pero sí un reguero de rumores que iban desde la fuga con un amante hasta la posibilidad de un asesinato.
Los vecinos más antiguos recordaban a la Hermana Gabrielle, o Hermana Gaby, como la llamaban en la escuela y en el pueblo, porque era una mujer que se hacía notar, no sólo por su carácter afable y su sociabilidad o por las clases que daba en la escuela, sino porque era “una monja moderna”, hábil conductora que solía atravesar a no poca velocidad las poco transitadas calles de Termonde.
Con estudios de artes plásticas, además de enseñar dibujo y estética, era una muy buena fotógrafa, hacía cerámica cuando no tocaba el acordeón, casi nunca se quedaba callada y siempre estaba dispuesta a manejar su viejo Peugeot haciendo de chofer para sus hermanas del convento y para hacer los mandados.
Había sido así hasta el 6 de marzo de 1982, cuando se la dejó de ver.
Rumores y más rumores
La primera versión que corrió, cuando habían pasado unos días de su desaparición, fue la de un secuestro, aunque no existía ninguna pista que la hiciera plausible.
También se habló, y mucho, de la posibilidad que hubiera huido con un amante. De pronto, la “modernidad” tan admirada de la Hermana Gaby se transformó en motivo de sospecha. Su carácter liberal dejó parecer compatible con el de una recoleta religiosa.
La familia de la hermana Gabrielle nunca creyó esa versión y su madre, ya una mujer mayor, se indignó cuando supo que se la había difundido desde las propias entrañas del convento. Fue a pedir explicaciones y el canónigo Gastón Mornie, superior de la escuela católica, le dijo que era cierto, que Germaine –no la llamó “Hermana Gaby”– se había fugado con un campesino de un pueblo cercano e incluso le dio el nombre.
A pesar de sus años, la madre de Germaine decidió confirmarlo por su cuenta y buscó la casa del supuesto amante. Fue el propio campesino quien le abrió la puerta, la invitó a pasar y le presentó a su mujer y a sus hijos. Le dijo que sí, que por supuesto conocía a la monja que manejaba el Peugeot, pero que nunca había hablado siquiera con ella.
A pesar de las evidencias, la Iglesia y en especial el canónigo Mornie se mantuvieron firmes en su versión. Con el correr de los días se fue haciendo claro que con eso estaban tratando de avergonzar a la familia de Germaine –gente muy religiosa– para que enterrara a historia.
Incluso el obispo bajo cuya jurisdicción estaba el convento le envió una carta a la madre de la monja en la que le decía que Germaine “se fue voluntariamente del convento”.
El canónigo sospechoso
Al mismo tiempo corrían otros rumores que no convenían a la Iglesia ni al convento, y en especial al canónigo Mornie. Uno de los soplos que recibió la policía aseguraba que pocos días antes de su desaparición, la monja había discutido fuerte con el superior de la escuela.
Mornie y la Hermana Gaby se conocían bien. El canónigo no sabía manejar y la monja siempre estaba presta a hacerle de chofer cuando hiciera falta.
Durante esos viajes en auto, la monja pudo haber visto y escuchado cosas que no le convenían al canónigo y eso podía haberle costado la vida, decía el rumor y la policía sospechó que podía ser cierto.
Gabrielle habría descubierto que el canónigo llevaba a cabo manejos financieros ilegales que le servían para pagarse los vicios, que no era pocos. Los investigadores sospecharon –y comprobaron- que cuando Mornie le pedía a la monja que lo llevara a “retiros espirituales” en realidad iba a un prostíbulo cercano.
También supieron que poco antes de la desaparición de la Hermana Gaby, Mornie había encontrado sobre su almohada un anónimo que lo conminaba a abandonar sus desvíos y llevar una vida acorde a los valores cristianos.
No tardaron en comprobar que la única persona que tenía la llave del dormitorio del canónigo –y todas las del convento- era la monja desaparecida. Sumaron dos más dos y supusieron que después de haber recibido el anónimo, que sólo la Hermana Gabrielle podía haberle dejado sobre la almohada de la cama, Mornie la había matado y desaparecido su cadáver para silenciarla.
Con todas esas sospechas, la policía interrogó al canónigo, que negó todo. Le pidieron que se sometiera al detector de mentiras y aceptó: la prueba no le pudo salir peor.
El caso parecía resuelto, pero de pronto quedó congelado.
Los socios del silencio
A pesar de los resultados que iba aportando la investigación policial, la Justicia decidió no acusar a Mornie.
Dos meses después de la desaparición de la monja, la fiscalía no había hecho ninguna imputación ni interrogado al sospechoso. El diario Het Laatste Nieuws publicó un artículo en el que explicaba la razón: el fiscal encargado del caso pertenecía al mismo círculo de acaudalados hombres católicos de Termonde que frecuentaba el canónigo Mornie.
La justicia tampoco investigó entonces las primeras denuncias de abusos sexuales contra Mornie que empezaban a surgir del colegio religioso.
La Iglesia, por su parte, decidió cerrar el cao y guardar silencio. El obispado se mantuvo firme en la versión “oficial” que aseguraba que la Hermana Gabrielle había dejado los hábitos sin avisarle a nadie para huir con un amante. Y que lo había hecho de esa manera para no avergonzar a su familia.
El obispo resolvió también sostener al canónigo Gastón Mornie en su puesto en el convento y como director de la escuela católica que dependía de él. Aquí no ha pasado nada.
Escándalo sexual
Y transcurrieron otros ocho años sin que pasara nada, hasta que estalló un escándalo imposible de ocultar.
En 1990, una investigación periodística de la revista Aktuell puso al canónigo en el ojo de la tormenta al vincularlo con el tráfico de drogas en bares. La publicación de la nota trajo otra ola de denuncias, con testimonios de niños y jóvenes -muchos de ellos exalumnos del colegio de dirigía Mornie– acusándolo de haber abusado sexualmente de ellos, dentro y fuera del convento.
La revista también recordó el caso de la Hermana Gabrielle y vinculó las nuevas denuncias con la desaparición de la monja. Era imposible no hacerlo: el común denominador era Mornie.
La policía intervino, entrevistó a los testigos y grabó audios con testimonios de los antiguos alumnos del canónigo, que contaron sus abusos con lujo de detalles.
En los interrogatorios, Mornie negó los abusos y volvió a decir que no había tenido nada que ver con la desaparición de la monja Germaine Robberechts. El detector de mentiras volvió a demostrar que nada de lo que decía era verdad.
Sin embargo, la Justicia volvió a favorecer al canónigo. La fiscalía consideró que los testimonios de abusos sexuales no eran suficientes para procesarlo.
En cuanto a la desaparición de la monja, la Fiscalía dijo que no había ninguna prueba de peso que permitiera llevarlo a juicio. Y el “cuerpo del delito” seguía sin aparecer.
El canónigo Gastón Mornie no pasó un solo día entre rejas aunque, luego de este segundo escándalo y su repercusión pública, el obispado no tuvo más remedio que apartarlo de sus cargos.
Morniel fue destinado a un convento con la orden de guardar silencio. Pasó un par de años allí hasta que lo enviaron a un instituto psiquiátrico en Zelzate, donde permaneció internado hasta su muerte, en 2011.
Cuarenta años después
La historia, olvidada durante décadas, volvió a salir a la luz el año pasado, cuando la justicia belga decidió aprovechar las obras de remodelación del Convento de los Santos Vicente y Pablo para tratar de darle un cierre total al caso.
Por orden de la Fiscalía, los trabajos se hicieron con presencia policial y de peritos forenses con un objetivo preciso: encontrar los restos de Germaine Robberechts, si estaban enterrados en algún lugar del convento.
Sería un cierre simbólico: el delito, si se había tratado de un homicidio, hacía años que había prescripto y el presunto culpable, el canónigo Mornie, llevaba diez años muerto y enterrado.
Pero ni siquiera ese final fue posible: el cadáver de la Hermana Gabrielle no estaba ahí, aunque el misterio de su desaparición volvió a sobrevolar sobre las tranquilas calles de Termonde y la memoria de sus habitantes.