Es una ironía del destino o una parábola de la transición de vida que está afrontando. Axel Geller habla con Infobae desde un tren en movimiento que viaja desde Boston hasta New York. Está en camino a su nuevo destino de vida. Días atrás anunció una decisión que no extrañó a aquellos que estuvieron a su lado a cada paso, pero sí a los fanáticos del tenis: esa estrella en ascenso que dejó de lado el circuito junior cuando era número 1 del mundo para iniciar sus estudios en la Universidad de Stanford con la promesa de reaparecer en el profesionalismo, ahora confirmó que no volverá a jugar porque dedicará sus horas al trabajo que consiguió en un importante banco norteamericano. Y desde ese tren en movimiento lo relata…
Por Infobae
“Lo puedo explicar de muchas formas: ¿más largo o más corto?”, pregunta mientras muda sus pertenencias hacia New York en compañía de su novia. Y arranca un relato detallado que se extenderá a lo largo de cinco minutos con un análisis que irá desde el riesgo de la lesión que perjudique su carrera deportiva hasta las ganas de poder vivir sin las extenuantes exigencias del deporte de élite.
Axel empezó a jugar a los 4 años en Pilar, le ganó el prestigioso Orange Bowl en el Sub 14 al australiano Alex De Minaur (hoy 26° ATP) en el 2013, pero su salto a la fama llegó para finales del 2017 cuando escaló al número 1 del mundo junior –por encima de, entre otros, el serbio Miomir Kecmanovi? (hoy 31° del mundo), el finlandés Emil Ruusuvuori (43°) o el español Alejandro Davidovich (36°)– tras ser finalista de los Wimbledon y US Open juveniles, donde cayó ante Davidovich y Yibing Wu respectivamente. En el 2018 entró en un impasse del circuito para iniciar su carrera vinculada a las finanzas en Stanford de Palo Alto, una de las universidades más prestigiosas del planeta. La promesa de reaparecer como profesional una vez que terminaran los estudios todavía estaba sobre la mesa, pero la experiencia posterior cambió el mapa.
“Fue gradual, pero me acuerdo el día perfecto que hice el click. Había entrenado tenis y físico a la mañana. Tenía que hacer físico a la tarde y me había vuelto al departamento donde estaba. Terminé de comer y me tenía que buscar un amigo para irme. Me quedaban diez minutos, ese día me tocaban pasadas. Dije: ‘¿Sabés qué? No tengo ganas de hacer esto nunca más’. Desde ahí, nunca más. Dije que me dolía la panza, que no iba y me tomé un día para decir esto es lo que es. Y desde ahí nunca más”, marca el punto de bifurcación definitiva.
“Sí, cuando empecé a estudiar quería seguir jugando”, reconoce. Y recuerda que hasta ganó tres títulos a nivel Future durante los siguientes dos veranos norteamericanos. En uno de ellos venció en instancias decisivas al francés Maxime Cressy (41° ATP hoy) y al estadounidense Sebastian Korda (59°). “Durante el Covid tuve más tiempo para pensar, tener más aficiones. Tuve muchos motivos para dejar, pero en mi caso creo que fue tener la opción de poder vivir algo diferente del tenis. Me encanta la parte competitiva, jugar adentro de la cancha, pero todo el resto medio que no me gustaba tanto. Muchos viajes, es muy solitario. Y por ahí tenía la chance de saltearme un montón de cosas que no me gustaban del tenis empezando un trabajo. Además de otras cosas que me estaban empezando a gustar cada vez más dentro de la universidad”, enumera sobre aquella decisión que se terminó de digerir a finales del 2020, pero que hizo pública semanas atrás en su Instagram.
“Además de todo eso estaba empezando con las lesiones: toda la vida tuve un problema en el Aquiles izquierdo, estuve seis meses sin jugar. Entre las lesiones, lo difícil es que llegar al Top 100 o 50, que es cuando empieza a valer la pena jugar, terminé diciendo que no era para mí”, se sincera. Aunque mientras suelta sus mismas palabras se le cae otro argumento más: “Yo me veía con chances de que me fuera muy bien, pero el tenis es una carrera muy corta y a mí me interesan muchas cosas además del deporte. Por ahí lo veía más difícil, si me dedicaba a jugar al tenis hasta los 30 o 30 pico, que después ya te tenés que retirar igual, poder empezar por otro lado. Mientras que empezando a trabajar directo tengo otras opciones acá; en temas de la visa también. Así que un montón de todas esas cositas terminaron haciendo que me definiera…”.
Y aparece “un último motivo” a medida que brota su extensa explicación. “Este es más personal”, aclara como si el resto no lo fueran. “En mi caso, a mí me gusta dar todo lo que uno tiene si vas a hacer algo y el tenis es una de las pocas disciplinas que es 24/7, porque no podés dormir cuando querés, comer lo que querés. Tenés que ser muy específico con un montón de cosas y la verdad que a mí muchas veces no me hacía bien la intensidad que le ponía. La verdad, no me estaba viendo con nadie, estaba siendo muy muy serio. Por ahí podría haber hecho un poco diferentes las cosas, pero también creo eso es lo que hacía que me fuera bien. Sentía que eso era lo que tenía que hacer, no lo iba a dejar de lado”.
— ¿Ya es un no rotundo o hay chances de una vuelta en el futuro?
— Es muy difícil, voy a estar trabajando. El trabajo que arranco son entre 80, 90, 100 horas a la semana. En Estados Unidos es muy clara la filosofía de que uno trabaja muy duro para tener opciones de más grande.
— ¿De qué vas a trabajar?
— Voy a estar cubriendo compañías de tecnología. Por ahí una empresa quiere comprar a otra, contratan a un banco, que sería lo que hago yo, para ayudarlos a tomar una decisión de cuánto pagar, de qué forma pagar. Una compañía se quiere vender a otra y es lo mismo. O una compañía es privada y quiere ir a ser pública. Lo mismo si una empresa declara bancarrota y quiere saber qué hacer con lo que queda. En Estados Unidos es muy típico hacer ese trabajo por dos años, trabajás muchas horas, pero después tenés muchas opciones. Ves muchas cosas y tenés muchas opciones para ver hacia dónde vas de ahí en adelante. Después si querés estar en otro lado, invertir en compañías o lo que sea, reclutan desde ahí las empresas.
— ¿Te generó nostalgia cerrar esta etapa?
— Mi primer año en la Universidad me costaba mucho cuando miraba afuera. Yo la final de Wimbledon la jugué con Davidovich y él se metió Top 100 en menos de un año. O a Moutet también le gané en semis y se metió en menos de un año. Después en el verano entrenaba con gente que estaba Top 100 y les ganaba… Me costó un poco al principio eso. Pero después desde la universidad pude ver otras cosas que me interesaban fuera de la vida del tenis. Fue más por ahí: ver lo positivo de todo lo que aprendí y me llevo del tenis, y las cosas buenas que tengo por delante. Tengo el privilegio de poder decidir y a mí me costaba un poco hacer la vida del tenista.
— Dijiste que te habían ofrecido ser profesional, ¿cómo es una oferta de ese estilo? ¿Plata, ropa, ayuda para viajar?
— Entrené ocho meses con una empresa de representación cuando me fue muy bien. Y había una gente que me hablaba bastante porque querían que firmara un contrato para ellos. Me conseguían con Yonex, que es la raqueta que usé siempre, y con Nike por bastante plata. Para que la gente se dé una idea, a nivel internacional, las empresas te mandan 200 millones de cosas, te dan cajas de ropa, literalmente. Es más que el tema de dinero. Nos juega en contra a los argentinos que somos considerados un mercado chico y nos ofrecen menos plata que a otros. La final del US Open la perdí con un chico chino, Wu Yibing, que a la semana ganó un challenger y firmó por un millón de dólares solamente con una marca de ropa. No sé cuánto le pagaban la raqueta y otros contratos. Perdí la final con él, pero terminé arriba en el ranking y no me ofrecían ni cerca de eso…
— Un contrato así te asegura buena parte de la vida deportiva.
— Si a los 18 años te dicen contrato de tres años de un millón por año es diferente. A mi no me dijeron eso…
— ¿Con qué mentes destacadas pudiste compartir la vida en la universidad?
— Peloteé algunas veces con Serguéi Brin, que es el co fundador de Google. Al tenis no le va muy bien, pero hablabas cinco minutos y se le notaba lo pensativo que era. Él no entiende mucho, pero se le notaba la intencionalidad en las preguntas que hacía. Cuando alguien está afuera de su área de expertise y te hace preguntas tan inteligentes, te das cuenta de que la persona va muy rápido. Después compartí con un montón de “hijos de” en mi universidad. La hija de Steve Jobs, la hija de Bill Gates. Con la hija de Steve Jobs más o menos era amigo. También una compañera que soy bastante amigo inventó una tecnología para testear ébola que ganó un premio de Google. Hay gente que hoy no sabés, pero dentro de diez años quizás terminan siendo cracks.
— ¿Y qué profesores te sorprendieron?
— El mejor que tuve me enseñó econometría y estadística. Tuve tres clases con él. Lo echaron de todos los casinos de Las Vegas porque contaba cartas, lo hacía tan bien que no lo dejaron entrar más. Enseñaba muy bien, era buenísimo el flaco. Tuve uno famoso que se llama John Taylor (ex subsecretario del Tesoro de los Estados Unidos), no sé bien los detalles pero en la crisis del 2001 de Argentina fue uno de los que tomó decisiones… Después otro se llamaba Michael Boskin, que lo mandaron a Rusia cuando se cayó el muro de Berlín para ver la transición después del comunismo. Éramos pocos alumnos y, además de dar clases, te contaba sus experiencias personales. Después había clases por única vez con el que creó Solana, el Chief Economist de Google o Condoleezza Rice (ex secretaria de Estado).
— ¿Cómo es el procedimiento para entrar en Stanford?
— En general tenés que dar un examen que se llama SAT, un examen estandarizado que tienen que dar todos antes de entrar a la universidad. En el tema deportivo durante tu anteúltimo año de colegio, los coaches te pueden empezar a contactar. En mi caso, como era argentino que te siguen un poco menos y me empezó a ir bien un poco más tarde, yo contacté a los entrenadores. Depende de la universidad, si el entrenador está interesado te pueden hacer entrar directo o en el caso de mi universidad tuve que mandar una aplicación, mandar todas mis notas, carta de recomendación de profesores. Estuve visitando varias universidades, incluyendo la mía y Harvard. En Harvard había entrado, me dijeron que sí, pero todavía estaba esperando a ver si podía ir a la mía. El coach me dijo “sé qué estás esperando y a quién pero necesito que me digas porque tengo otra gente que me interesa por debajo tuyo y no los quiero perder”. Le dije que no a Harvard antes de entrar a mi universidad porque tenía más ganas de ir a Stanford por el clima, es una cultura diferente.
— ¿El tenis te facilitó la puerta de ingreso?
— Hay coaches de cada universidad. En muchas universidades te facilita, en la mía te ayuda, pero tenés que entrar por otro lado también.
— Eras 1 del mundo, venías de jugar finales de Grand Slam, te ofrecían contratos profesionales, ¿es difícil bajarse del “éxito”? ¿Buscaste ayuda psicológica para procesarlo?
— Fueron varias instancias. Un amigo me dijo: “Boludo, si no lo hacés por vos, hacelo por mí que si hubiera tenido tu talento por lo menos lo intentaba”. Mi entrenador me decía que su día más feliz fuera del tenis fue peor que cuando iba a ganar a un challenger en Dinamarca y ganaba un partido de cuartos de final. Y yo le decía que eso era lo que a mí me costaba. Tuve unos meses que me costó mucho digerir la decisión, tuve ayuda profesional por un año. Estoy bien con la decisión, me siento mucho mejor. Todo tiene sus buenos o malos momentos, pero tengo el privilegio de haber tomado esa decisión que quizás muchos compañeros de equipo (de Stanford) tenían el lado académico y no les daba por el lado del tenis, o muchos de los chicos que en Argentina dejaron el colegio, se dedicaron siempre a full al tenis y no tenían la opción de ese lado.
— Jugás al tenis desde los 4 años, ¿es muy difícil abandonar esa rutina también?
— Sí, es muy difícil. El año pasado hice una pasantía de verano con la empresa que estoy ahora. Arrancaba a las 10 de la mañana online y terminaba 3 o 4 de la mañana a veces. Me costaba hacer físico porque estaba lesionado del Aquiles y subí de peso, un papelón. Después me recuperé en lo físico y empecé a volver a la normalidad, pero la rutina es difícil. En mi caso, la comida, que me cuesta un montón porque entrenando seis o siete horas por día quemás muy diferente a lo que pasa cuando estás sentado frente a un escritorio. Eso, la verdad, sigue siendo mi desafío más grande. Después, a veces, extraño la competencia.
— Ustedes, los deportistas de élite, llegan lejos por condiciones, pero también por el gen competitivo que tienen dentro, ¿adónde lo depositas ahora?
— El tipo de trabajo que conseguí en Estados Unidos, no es por arrogancia, pero el 3 o 4 por ciento de la gente que aplica lo consigue. Entonces hay un montón de lugares acá para ser competitivo. Y ahora donde estoy y hacia dónde quiero ir, también, 3 o 4 por ciento lo consigue. Siempre te vas poniendo esos objetivos. En mi caso, era tan competitivo que a veces me hacía mal. El estilo de vida lo cambiaba para ser más competitivo todavía. Ahora puedo entender que no en todo tengo que ser tan competitivo, hay un montón de lugares para depositar esa energía.
Axel interrumpe la videollamada por unos minutos. Pide que lo esperen. Reaparece al rato y reconoce, entre risas, que quiso hacer una “argentineada” porque estaba sentado en un asiento del tren que no le correspondía. La voz informativa del transporte se colará muchas veces por el fondo de la entrevista, pero en ningún momento la calidad de la conexión a Internet será un problema a lo largo de una hora. A pesar de estar en movimiento por algún punto entre Boston y New York (más de 350 kilómetros), serán minúsculos los lapsos en que el Zoom advierta de algún posible microcorte.
Y en el medio de todo eso abre su corazón sobre la extrema exigencia que alguna vez se cargó sobre la espalda: “Un par de meses antes de dejar estaba jugando un torneo con alguien que sentía que le tenía que ganar. Terminé ganando de pedo y me enojaba mucho adentro de la cancha. Me golpeaba a mí mismo fuerte en la cabeza re caliente. Y eso no es muy sano… Estaba siendo ultra competitivo. Sentía que daba todo lo que tenía y que ese partido no lo podía perder, y no era un flaco malo el rival. Por eso creo que terminó siendo una decisión que tuvo sentido si bien me costó la principio”.
— ¿Qué reflexión podes ofrecer para que el público entienda tu decisión?
— Hay un mundo completamente diferente que tiene un montón de cosas aplicables del deporte. El deporte no es todo en la vida, pero me enseñó un montón de cosas. Mucho de lo que soy lo aprendí del deporte. Está muy bueno ser competitivo, pero está bueno a veces conseguir gente que te pueda ayudar, nunca está mal pedir ayuda. Hoy estoy en un lugar más feliz. Los deportistas son personas y no robots. El hecho de haber ganado mucha plata, lograr algo impresionante o jugar un deporte enfrente de mucha gente no saca que sigan siendo seres humanos como todos.
— El deporte de élite tiene como anexo la gran exposición que termina alimentando el ego muchas veces si te va bien porque te elogian o estás siempre siendo observado, ¿eso te termina mareando?
— Puede marearte si dejás que se te suba a la cabeza todo eso. En mi caso siempre miraba las partes para mejorar más que las buenas, entonces justo eso no me afectaba tanto. Sí pasa que a veces a alguien que entrena con vos o que le ganás le está yendo mejor y eso te daña mucho más el ego. Me pasó mucho eso. Mi primer año de universidad lo veía desde afuera cuando no podía competir. No siempre se dan las cosas que querés. En el 2011 Djokovic tuvo su mejor año, creo que ganó el 53% de los puntos que jugó, pero el otro 47% lo perdió. Y fue el mejor año de la historia del tenis.
— Hablaste de la extrema presión que te imponías, ¿cuál fue el momento que sentís que tuviste situaciones más extremas?
— En Covid tenía una dieta muy fuerte, pesaba muy poco. Siempre tuve mucha potencia, no necesitaba estar fuerte, pero necesitaba estar muy flaco porque no me muevo muy bien para el alto nivel. En sí me estaba moviendo muy bien para mi altura, pero para el nivel pro siempre tratás de ser mejor, dar todo. Me estaba flagelando un poco con eso. No me veía con nadie. Encima estaba con clases online de la universidad, entrenaba todo el día… Me iba a dormir tarde y me despertaba temprano para entrenar. Eso fue lo peor.
Geller y Sebastián Báez eran los exponentes de la next gen argentina del tenis. Aquellos que cargaban con el mote de la renovación. Axel encontró otro camino, un sendero distinto. En un país donde el deporte es rey, con protagonistas que tienen más peso que la voz de cualquier otra personalidad, el hombre que fue 1 del mundo pero se corrió del foco reflexiona: “En Estado Unidos, al menos en el círculo donde me muevo, se valora mucho más la educación que el deporte. Me acuerdo cuando dejé de jugar un montón de gente me dijo “qué buena decisión”. Y te aseguro que no es lo que la mayoría pensó en Argentina. Acá se valora mucho la educación y se nota”.