El hundimiento del acorazado Bismarck, el monstruo marino de los nazis que Hitler creía invencible

El hundimiento del acorazado Bismarck, el monstruo marino de los nazis que Hitler creía invencible

El acorazado Bismarck fue el más grande y poderoso acorazado alemán de la Segunda Guerra Mundial

 

El almirante alemán Günther Lütjens, jefe de la operación Rheinübung (“Maniobra Rin”) supo que el acorazado Bismarck no tenía salvación a las 21.40 del 26 de mayo de 1941, cuando llevaba tres días combatiendo contra las naves y los aviones aliados en las brumas del Estrecho de Dinamarca.

Tomó la radio e informó al cuartel general: “Barco imposible de maniobrar. Lucharemos hasta el último proyectil. Larga vida al Führer”.

Exactamente 53 minutos antes, una oleada de quince aviones británicos Sworfish había atacado al acorazado con torpedos armados con detonadores. El Bismarck intentó evitarlos virando de manera violenta mientras disparaba todas sus baterías antiaéreas contra los torpederos y casi logró salir intacto. Sólo dos de los torpedos dieron en el blanco: uno en el centro del buque, del lado de babor, justo debajo del cinturón acorazado principal, donde causó daños estructurales y algunas vías de agua; el otro dio cerca del timón de babor, lo atascó y dejó la nave prácticamente ingobernable.

El capitán Ernst Lindemann había sugerido arrancar el timón con explosivos para maniobrar la nave solamente con el timón de estribor, pero Lütjens se negó: “No podemos poner en peligro toda la nave con una explosión así”, le contestó.

Con el timón de babor atascado, el Bismarck navegaba en amplios círculos, incapaz de huir de los barcos británicos que lo rodeaban. Aun así, el Bismark siguió combatiendo durante 13 horas más.

El reloj marcaba exactamente las 10.39 del 27 de mayo cuando finalmente se hundió, y con él la Armada nazi perdió al acorazado más grande jamás construido por la Alemania de Adolf Hitler. Llevaba 2221 hombres a bordo.

Un monstruo marino

Botado en agosto de 1940, el Bismarck –bautizado así en homenaje al canciller Otto von Bismarck, promotor de la unificación alemana en 1871 – era el acorazado más moderno construido hasta entonces, junto a su gemelo Tirpitz.

También, aunque la Armada alemana no lo sabía, uno de los mayores errores de su estrategia naval era el de una flota híbrida compuesta por unos pocos acorazados y crucero para contrarrestar la supremacía naval británica, y montones de submarinos con algunos buques de incursión de superficie para cortar las líneas de abastecimiento enemigas.

Pero los principales buques de guerra alemanes nunca llegaron a ser lo suficientemente numerosos como para suponer una seria amenaza para la Royal Navy y, en cambio, su construcción desvió recursos que hubiesen sido más útiles si se los hubiera destinado a los submarinos, que demostraron ser mucho más efectivos en la guerra.

Pese a eso, el Bismark era un monstruo marino realmente temible por su poderío de fuego: estaba equipado con cañones de 38 centímetros en cuatro torretas gemelas y tenía una abundante artillería secundaria, con baterías y cañones antiaéreos. Cerca de su chimenea tenía una catapulta que permitía lanzar hasta cuatro hidroaviones.

El blindaje principal del buque era de 320 milímetros y, con sus más de 251 metros de eslora y 36 de manga, desplazaba 42 000 toneladas y alcanzaba una velocidad punta de poco más de 30 nudos, con una autonomía efectiva de 9000 millas náuticas.

Antes de entrar en operaciones, el acorazado el Bismarck fue sometido a ejercicios exhaustivos, pruebas de velocidad y prácticas de fuego en el mar Báltico y, bajo el mando del experimentado capitán Ernst Lindemann, la tripulación se convirtió en una unidad cohesionada y operativa que pronto estuvo preparada para el combate.

Hasta sus enemigos británicos reconocían que el Bismarck, fuerte y rápido, era más más poderoso que cualquiera de sus propios barcos más rápidos y más veloz que los más fuertes.

La Operación Rheinübung

Cuando a principios de 1941 el acorazado se dispuso a participar en la batalla por el Atlántico, La Unión soviética y Estados Unidos aún no habían entrado en la guerra. El único rival en la disputa de las aguas que tenía Alemania era la armada inglesa.

El 5 de mayo, Adolf Hitler, Wilhelm Keitel y buena parte de la plana mayor del Tercer Reich inspeccionaron al Bismarck y al Tirpitz en el puerto de Gotenhafen. Después, el dictador alemán se reunió con el almirante Lütjens para analizar los últimos detalles de la Operación Rheinübung, en la que el Bismarck y el crucero pesado Prinz Eugen jugarían el papel de verdaderos corsarios, atacando para hundir –y si era posible saquear– a los transportes de suministros ingleses en el Atlántico.

Los barcos zarparon el 16 de mayo con un plan preciso: abandonarían el Báltico a través de los estrechos daneses, repostarían en la Noruega ocupada o de un buque cisterna en aguas del Ártico y luego optarían entre el estrecho de Dinamarca –entre Islandia y Groenlandia– o el paso entre las islas Feroe e Islandia para salir al Atlántico a cazar convoyes aliados.

Al finalizar sus actividades se retirarían hacia Europa y regresarían a Noruega o buscarían refugio en las bases de Brest o Saint Nazaire, en la Francia ocupada.

Para apoyarlos se habían dispuesto 18 barcos de suministros, mientras que cuatro submarinos se colocarían a lo largo de la ruta posible del convoy de suministros británico, entre Halifax y el Reino Unido, para realizar tareas de reconocimiento e informar sobre las posiciones de las naves a las que debían atacar. A bordo del Bismarck, el almirante Lütjens y su plana mayor dirigirían la operación.

El secreto era fundamental para el éxito de la operación, por lo que la fuerza dejó Gdinia, en la actual Polonia, el 19 de mayo bajo un cielo encapotado. Los barcos siguieron después a lo largo de la costa occidental de Suecia y continuaron hacia un fiordo cerca de Bergen, en la costa occidental de Noruega, para permitir que el Prinz Eugen llenara sus depósitos.

Descubierto y luego perdido

Pese al secreto en que se había planificado la operación, el almirantazgo británico ya sabía que el Bismarck y el Prinz Eugen saldrían del Báltico para reunirse con el resto de la flota alemana en puertos franceses, por lo que había ordenado una vigilancia aérea estrecha en las costas de Dinamarca y Noruega con el objeto de prevenir la salida sorpresiva del Bismarck. Además, la red de espías ingleses en las costas de Suecia y Noruega estaba alerta, a la espera de cualquier indicio que indicar la ubicación del acorazado.

La vigilancia dio resultado. El 20 de mayo los buques alemanes fueron avistados por un crucero sueco mientras navegaban por el Kattegat y los británicos enviaron aviones de reconocimiento y descubrieron a los buques alemanes cuando ingresaban al puerto de Bergen, en la costa de Noruega.

Se ordenó un ataque aéreo para el día siguiente, pero los servicios de intercepción radiofónica alemanes habían detectado que los británicos sabían que el Bismarck estaba en aguas noruegas y los barcos partieron bajo un cielo de nubes bajas esa misma noche. Cuando el escuadrón de bombarderos británicos llegó a Bergen, el Bismarck y el Prinz Eugen habían desaparecido rumbo norte sin destino conocido.

El avistamiento estremeció a los miembros del Almirantazgo en Londres y del cuartel general de la Home Fleet en Scapa Flow, en las islas Orcadas, al norte de Escocia. El almirante John C. Tovey se convirtió en el responsable de capturar a los incursores alemanes o, por lo menos, minimizar los daños que pudieran causar.

Mientras el Norfolk y el Suffolk, dos de los cruceros pesados con los radares más avanzados, patrullaban el estrecho de Dinamarca, y otros lo hacían por el canal de las Feroe, en el lado más próximo a Islandia, Tovey hizo zarpar las fuerzas que convergerían hacia la formación alemana. Tenía bajo su mando directo al poderoso crucero de batalla Hood, junto a los acorazados Prince of Wales y King George V y cuatro cruceros y nueve destructores más.

Un segundo escuadrón, estacionado en la costa occidental de Inglaterra, estaba formado por el portaaviones Victorious, los cruceros de batalla Rodney y Repulse y una escolta de destructores. Por último, estaba la Force H del almirante James Somerville, con base en Gibraltar y organizada en torno al portaaviones Ark Royal y el acorazado Renown, que podía unirse rápidamente a la caza, sobre todo si Lütjens optaba por poner rumbo a una base francesa.

Pero el Bismarck había desaparecido.

El hundimiento del Hood

Los británicos perdieron contacto con el acorazado alemán y su acompañante durante casi 48 horas, hasta a las 20.22 del 23 de mayo, el crucero Suffolk restableció contacto visual y por radar con la formación alemana y alertó a Londres: “Un acorazado y un crucero de batalla, posición 20º, distancia 13 km, rumbo 240º”.

La unidad de inteligencia alemana a bordo del Prinz Eugen interceptó y descifró el mensaje inmediatamente y se lo notifico por señales al almirante Lütjens mediante señales, quien supuso que su localización estaba comprometida y rompió el silencio de radio para trasladar la noticia a sus superiores.

Las escaramuzas comenzaron la mañana del 25 de mayo, entre tormentas de nieve intermitentes, a velocidades que alcanzaron los 30 nudos y con fuego naval ocasional, en el que el Bismarck, intercambiando frecuentemente su posición con el Prinz Eugen, arrastró al Suffolk y al Norfolk a una carrera desenfrenada hacia el sudoeste intentando sacudirse a sus perseguidores.

Pasado el mediodía, el Bismarck y el crucero Prinz eugen volvieron a esfumarse. Recién pasadas las cinco de la tarde el crucero de batalla Hood volvió a encontrarlos.

En el momento del contacto estaba a la cabeza de la formación cabeza el Prinz Eugen y no el Bismarck, lo que confundió a los artilleros del Hood porque el perfil del crucero se parecía bastante al del acorazado, cuyos cañones de 20,3 centímetros estaban desplegados de forma idéntica. A las 5.53 los navíos británicos abrieron fuego sobre el Prinz Eugen, sin hacer blanco, y permitieron que el Bismarck apuntara al Hood sin ser atacado.

A las seis en punto, una salva de cañonazos del acorazado alemán impactó en el Hood, atravesó su blindaje y lo voló por los aires con un tremendo estallido. El barco británico se hundió de inmediato, de su tripulación de 1421 hombres, solo sobrevivieron tres.

Poco después, el Bismarck intercambió salvas brevemente con el Prince of Wales donde ambos acorazaros recibieron y absorbieron los impactos, hasta que el buque británico viró finalmente al este, permitiendo que los alemanes continuaran hacia el sur perseguidos a distancia por el Suffolk y el Norfolk.

En el transcurso del combate el Bismarck había disparado 93 proyectiles perforantes y había recibido solo tres impactos. El proyectil del castillo de proa había provocado la entrada de entre 1000 y 2000 toneladas de agua que contaminó el combustible almacenado en la proa. Lütjens se negó a permitir una reducción de la velocidad para que los equipos de control de daños repararan el agujero del proyectil, que se hizo aún más grande y dejó entrar más agua.

Otro impacto causó algunas inundaciones y su metralla dañó la línea de flotación en la sala del turbogenerador, aunque el Bismarck tenía suficientes reservas de generador.

El monstruo marino alemán podía seguir combatiendo… o escapar.

A la caza del Bismarck

Luego del combate, el almirante Lütjens informó al alto mando alemán desde el Bismarck: “Crucero de batalla, probablemente el Hood, hundido. Otro acorazado, King George V o Renown, se fue dañado. Dos cruceros pesados mantienen contacto”. Eran el Suffolk y el Norkfolk.

El almirantazgo británico ordenó sumar aún más fuerzas para cazar al Bismarck. Los acorazados Rodney y Ramillies, que cumplían misiones de escolta en Gribraltar partieron hacia el área de combate. Pero el monstruo alemán había desaparecido nuevamente: el Suffolk, que lo había seguido de cerca, lo perdió de vista una vez más.

Pasaron horas sin que los británicos pudieran siquiera saber la posición de los barcos alemanes, hasta que la mañana del 26 de mayo, un avión Catalina británico lo detectó casi de manera fortuita, cuando el Bismarck –al que la tripulación de la aeronave no había visto- disparó sorpresivamente contra él.

El ataque final contra el monstruo marino alemán comenzó a las 15 con un error: los pilotos de los torpederos Sworfish del portaaviones Ark Royal confundieron al Sheffield con el Bismark y dispararon contra el barco británico en lugar de hacerlo contra el alemán. No lo hundieron porque no acertaron ningún disparo de torpedo.

A las 19 lanzaron un segundo ataque, este sí contra el blanco preciso. Con la primera oleada no obtuvieron resultados, pero con la segunda, a las 20.53, lograron los impactos que inutilizaron el timón de babor. Fue el principio del fin del Bismarck.

El final del monstruo marino

Las sombras de la noche le dieron horas de vida al acorazado alemán, que ya navegaba haciendo círculos, a la deriva, pero con las primeras luces del 27 de mayo su suerte quedó definitivamente sellada.

El bombardeo final comenzó a las 8.47 cuando el King George V empezó a disparar proyectiles de 35,6 centímetros contra el Bismarck, cuyo fuego se fue volviendo tan errático como desde la noche anterior eran su velocidad y su rumbo. Más tarde, los cruceros de batalla Rodney, Norfolk y Dorsetshire se sumaron a la refriega, que ya casi era una ejecución.

Los cuatro buques británicos dispararon más de 2800 proyectiles contra el Bismarck y acertaron más de 400, pero no fueron capaces de hundir el acorazado alemán.

El monstruo marino fue hundido por su propia tripulación. A las 10.35, Hans Oels, el primer oficial, ordenó a los hombres bajo la cubierta abandonar el barco. También instruyó a la tripulación de la sala de máquinas para abrir los compartimentos estancos del acorazado y preparar cargas explosivas para echarlo a pique. Las mechas debían demorar nueve minutos en arder, pero algo falló y las cargas estallaron antes.

El monstruo marino se fue a pique. De su tripulación de 2221 hombres, solo sobrevivieron 114.

Los restos hundidos del Bismarck fueron descubiertos en junio de 1989, 48 años después de esa batalla final por un equipo de científicos que utilizaron al robot óptico Argo, el mismo que detectó los restos del Titanic, para encontrarlo.

El monstruo marino estaba –y todavía permanece allí- a 4.780 metros de profundidad sobre el fondo del Océano Atlántico.

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