La historia de un crimen espeluznante: violó y asesinó a una niña de tres años por “rabia” cuando empezó a llorar

La historia de un crimen espeluznante: violó y asesinó a una niña de tres años por “rabia” cuando empezó a llorar

Después una toma de huellas dactilares a todo el pueblo, se llegó al criminal

 

 

 





Cuando vio en sobre el pasto el cuerpo de June Anne Devaney, una niña de tres años y once meses que había sido asesinada y violada, el detective John Capstick estuvo a punto de desmayarse. Por primera vez en su carrera, el horror lograba impresionarlo, como si fuera un virus incurable.

Por Infobae

“No me avergüenza decir que la vi a través de una niebla de lágrimas. Años de servicio de detective me habían endurecido para muchas cosas terribles, pero este diminuto y patético cuerpo, en su camisón empapado en sangre y barro, era algo que ningún hombre podía ver indiferente, y me persigue hasta el día de hoy”. El inspector jefe se juró a sí mismo encontrar al cruel asesino y llevarlo ante la Justicia.

El hecho ocurrió el 15 de mayo de 1948, hace poco más de 74 años, en Blackburn, Lancashire, Inglaterra. June se encontraba en una cuna, internada por una neumonía en el Queen’s Park Hospital. Llevaba diez días ahí y su cuadro mejoraba. Pensaban darle de alta el 16, pero la noche anterior ocurrió lo inimaginable.

Se encontraba en la sala CH3 del hospital, bajo la supervisión de la enfermera Gwendolyn Humphreys en el turno noche. La madrugada en la que ocurrió lo peor, la mujer estaba en la cocina de la sala preparando el desayuno de los niños cuando escuchó el llanto de un niño de la sala CH3. Revisó el lugar, tranquilizó al niño, de seis años, y lo devolvió a su catre. Notó que en la cuna de al lado, June Anne Devaney dormía profundamente.

 

El trágico asesinato ocurrió el 15 de mayo de 1948, hace poco más de 74 años, en Blackburn, Lancashire, Inglaterra

 

La enfermera volvió a la cocina hasta que poco después de la una de la madrugada insistió una corriente de aire y notó una puerta abierta al final de la sala CH3. En ese momento descubrió, aterrada, que la cuna de June Anne estaba vacía. Vio que en el piso encerado había huellas de medias de adulto y que la niña habia sido alzada porque los barrotes móviles de la cuna estaban en su lugar.

Humphreys buscó con desesperación por la sala y alertó a sus compañeros del hospital. A la media hora, como la niña no aparecía, llamaron a la Policía. En una hora la encontraron: estaba boca abajo en la hierba, en los terrenos cercanos al hospital. Había sido violada y golpeada con violencia en su cabeza.

El hospital y sus terrenos fueron cercados como una escena del crimen. Para resolver el crimen, la Policía decidió obtener todas las huellas dactilares de todos los hombres mayores de 16 años que estuvieron en las cercanías de Blackburn la noche del 14 al 15 de mayo para comparar sus huellas dactilares con las dejadas en la escena del crimen por el asesino.

Eso marcó un hito en la historia de la ciencia forense porque fue la primera vez que se realizaba una toma de huellas dactilares masivas para esclarecer un caso.

 

Gracias a las huellas dactilares encontradas en una botella pudieron dar con el asesino

 

La autopsia determinó que June Anne había muerto de shock debido tanto a extensas lesiones internas como a múltiples fracturas de cráneo. Las lesiones internas coincidían con que la niña había sido violada, y las múltiples y extensas fracturas y el trauma por fuerza contundente en su cráneo habían sido infligidos porque la niña fue golpeada repetidamente contra la pared fronteriza mientras su violador y asesino la sostenía por las piernas, los tobillos o los pies. También se encontraron numerosas marcas de dientes y heridas punzantes de uñas humanas en un tobillo.

Una pista fue aportada por un taxista que dijo que la noche del asesinato llevó a un hombre con acento local cerca del hospital. Los detectives llegaron a sospechar que el crimen había sido cometido por una persona local o una con amplios conocimientos geográficos de la zona.

Al lado de la cuna de Devaney se encontró una botella de vidrio Winchester de 1946, parcialmente llena de agua esterilizada, junto con otras huellas -de veinticinco centímetros y medio- que eran muy visibles en el piso del hospital altamente pulido. El asesino y violador se había quitado los zapatos para inspeccionar la habitación y seleccionar a su víctima. En la botella había huellas.

Después de que se compararan las huellas dactilares de todos los empleados del hospital con las de la botella, un equipo de detectives de la Policía de Lancashire rastreó a todas las personas que podrían haber tenido un motivo para haber estado en el Pabellón CH3 en los dos años anteriores al asesinato por los propósitos tanto del rastreo de coartada como de la comparación de huellas dactilares.

Las personas rastreadas incluyeron conductores de ambulancias, novios de enfermeras, electricistas y comerciantes. Todos fueron eliminados como sospechosos. Tras la finalización de esta tarea exhaustiva, quedó un conjunto de huellas dactilares no identificado. El jefe de la Oficina de Huellas Dactilares de Lancashire declaró que este conjunto de huellas dactilares pertenecía al asesino de la niña.

 

La nena llevaba diez días en el hospital y pensaban darle el alta pronto porque estaba mejorando

 

Esas huellas no tenían coincidencia con ninguna de las huellas dactilares de la oficina de la Policía, lo que dejaba en claro que el sospechoso no tenía antecedentes ni condenas por ningún delito. Fue así que en un esfuerzo conjunto entre las fuerzas policiales locales y los detectives superiores de Scotland Yard, el inspector jefe de detectives a cargo de la investigación, DCI John Capstick, propuso que todos los hombres de 16 años o más que vivieran o estuvieran en las cercanías de Blackburn (entonces una ciudad de 123.000 habitantes) entre el 14 y el 15 se acercaran a tomarse las huellas dactilares.

La operación fue masiva y se desarrolló una tarjeta especial para que las secciones identificables de la mano izquierda del perpetrador que se encuentran en la botella (el índice izquierdo, el dedo medio, el dedo anular y una sección de la palma izquierda) pudieran registrarse rápidamente.

La tarjeta también registró el nombre, la dirección y el número de registro de identidad nacional de la persona. También en la tarjeta había una sección relativa a los movimientos declarados del individuo entre las 11 de la noche del 14 de mayo y las 2 de la madrugada del 15 de mayo.

El grupo de trabajo para llevar a cabo este esfuerzo fue dirigido por el inspector William Barton y estaba compuesto por un equipo de 20 oficiales que, armados con detalles del Registro Electoral, recorrieron los distritos recolectando huellas dactilares y comparándolas con las de la botella de Winchester. En dos meses se tomaron más de 40.000 juegos de impresiones de más de 35.000 hogares sin que se encontrara una coincidencia.

Pero había otra puerta más por la que había que ingresar. Los detectives comprobaron que en el Registro Electoral no figuraban algunos de los hombres que habían combatido en la Segunda Guerra Mundial, que había terminado hacía tres años.

Una de las direcciones de Blackburn que debía comprobarse era la de Peter Griffiths, un ex militar de 22 años que vivía en el 31 de Birley Street, y trabajaba como empacador en el turno de noche en un molino de harina local.

El 11 de agosto se obtuvieron sus huellas dactilares para compararlas. Cuando se le pidió que proporcionara sus huellas, Griffiths, cuya sobrina había estado en el Hospital Queen’s Park en el momento en que June Anne había sido secuestrada, las proporcionó sin dudarlo.

Cuando se las cotejó con las del asesino, el experto Colin Campbell, se levantó de su silla y gritó:

-¡Lo tengo! ¡Está aquí!

A esa altura, los oficiales habían tomado 46,253 juegos de huellas dactilares y tenían menos de 200 juegos de huellas para verificar antes de completar su tarea. Los investigadores optaron por ocultar este hecho al público hasta que arrestaron a Griffiths, a quien sorprendieron cuando salía de su casa para ir a trabajar, el 12 de agosto, casi tres meses después del asesinato.

 

Dentro del registro electoral en el que se habían basado para tomar las huellas, faltaba el grupo de hombres que habían combatido en la Segunda Guerra Mundial. Fue clave para dar con el asesino

 

Durante el viaje a la sede de la policía y en su primera entrevista, Griffiths intentó negar cualquier participación, aunque cuando se enfrentó al hecho de que sus huellas dactilares habían coincidido con las descubiertas en la botella de Winchester, se volvió hacia uno de los policías y le dijo:

-Está bien, si son mis huellas dactilares en la botella, te lo contaré todo.

“Esa noche había ido a beber solo. Estaba muy ebrio. Caminé hasta que hablé con un hombre que estaba en su auto estacionado. Le pedí fuego. Este hombre, al verme en ese estado, me dijo que entrara, bajara la ventanilla que me daría una vuelta. Y me dejó en el hospital. Entré y vi una puerta abierta en la sala de niños. Tomé la botella para defenderme por si me encontraban. Una enfermera tarareaba para sí mismo o golpeaba cosas, como si estuviera lavando o algo así. Silencié a la niña y salimos del lugar”.

Griffiths se negó a hablar con mucho detalle sobre las atrocidades que infligió a a la niña. “La maté en una ataque de rabia, cuando ella empezó a llorar”, declaró. Tras matarla atrozmente se fue a su casa y durmió hasta las 9 de la mañana.

Pese a que no mostró ningún remordimiento, y culpó a su estado de intoxicación, Griffiths reconoció que merecía la pena de muerte: “Lo siento por por el bien de ambos padres y espero obtener lo que merezco”.

“Queremos lo peor para él, nada nos devolverá a nuestra hija”, declararon Albert y Emily Devaney, padres de la niña. Para completar la investigación, la Policía allanó su casa y encontró manchas de sangre de la víctima en uno de los trajes del asesino.

El juicio comenzó el 15 de octubre y duró dos días. El abogado defensor de Griffiths, Alaistair Robertson Grant, pidió que se lo declare insano. Y argumentó que su defendido tenía problemas mentales, entre ellos un cuadro de esquizofrenia, y no comprendió la criminalidad de sus actos.

El perito psiquiátrico oficial, del penal de Walton Gaol, donde estuvo detenido el asesino Federick Brisby, dictaminó que el imputado estaba cuerdo y que supo lo que hacía cuando cometía el bestial crimen.

Peter Griffiths fue declarado culpable del asesinato de June Anne Devaney y sentenciado a la horca. El cierre del veredicto fue del jue Oliver:

“Peter Griffiths, este jurado lo ha declarado culpable de un crimen de la ferocidad más brutal. Estoy totalmente de acuerdo con su veredicto. La sentencia de la Corte es que te lleven de este lugar a una prisión legal y de allí a un lugar de ejecución, y que allí sufras la muerte en la horca y que el Señor se apiade de tu alma”.

El asesino no apeló. Y fue ahorcado el 19 de noviembre en la prisión de HM Liverpool. Fue por la mañana. Su cuerpo fue enterrado en la misma prisión. Su verdugo, imperturbable, fue Albert Pierrepoint.