Jimmy Savile era uno de los hombres más conocidos de Inglaterra. Un conductor televisivo, al que en algún momento, le llegaban veinte mil cartas semanales. Era número uno en la radio y en la televisión. Amigo de primeros ministros y de príncipes. Nombrado Caballero por la reina. Se mantuvo en los primeros planos durante más de cinco décadas. Murió en su lujosos penthouse cuando tenía 85 años. Dejó como herencia alrededor de 5 millones de libras, varias propiedades y un par de Rolls Royce. La BBC alteró su programación para homenajearlo. Los diarios le dedicaron parte de sus portadas y largos obituarios. Tuvo un funeral similar al de un hombre de estado. Calles cerradas, vallas, casi diez mil personas se acercaron a despedirlo, un ataúd dorado.
Por infobae.com
Pero a las pocas semanas, la imagen pública del Dj, conductor televisivo y filántropo se desmoronó. Se conocieron viejas denuncias de abusos de menores, violaciones y pedofilia. Nada de casos aislados. Los casos se acumularon. Los investigadores policiales se pusieron en acción. En pocos meses recibieron más de 400 denuncias. Más de una decena de fuerzas y agencias gubernamentales participaron. Pero ya era tarde. Savile estaba muerto desde hacía meses. Durante su vida, varias mujeres lo habían denunciado pero nunca ni la policía ni los investigadores encontraron motivos para continuar con las acciones. Siempre la respuesta era similar: sostenían que no había evidencias suficientes para continuar con la pesquisa. De hecho muy pocas veces, Savile fue interrogado. La única vez que formalmente lo interrogaron, ya había pasado los ochenta años de edad. Aunque tampoco, en esa ocasión, debió rendir cuentas.
Los sitios de los abusos, de los que sacaba a sus víctimas, estremecen. Colegios, orfanatos, hospitales, centros de rehabilitación. Sitios a los que accedía gracias a sus labores como filántropo, como impulsor de campañas para conseguir fondos.
El principio de La Carta Robada, el cuento de Edgar Allan Poe en el que el culpable deja a la vista sobre su escritorio la carta que busca la policía. Rastrean en cada rincón, detrás de los cuadros, debajo del forro de los sillones, agujerean las paredes. Pero no encuentran nada porque el criminal había dejado tan a la vista el papel que lo había hecho invisible para los investigadores que buscaban en lugares secretos, inesperados.
Jimmy Savile mantenía su vida lo más pública que podía. Apariciones en los medios, eventos benéficos, perfil alto. La exposición permanente hacía que nadie mirara más allá de dónde él quería. Una apariencia estrafalaria. Tintura, peinados imposibles, joggings fosforescentes, enormes habanos, desplazamientos ampulosos. La falta de discreción, la habilidad para hacerse notar, era la clave de su fama. Y la fama fue la clave de su impunidad.
De lo que no se hablaba, de lo que no se sabía nada, era de su vida privada. Soltero eterno, jugaba en sus declaraciones con la dualidad, mezcla –según le convenía- de playboy y ermitaño. Daba entender que él se debía a su público y que a ellos había dedicado su vida.
De lo privado no se hablaba porque era insoportable. Fue un continuo de más de cincuenta años de prácticas aberrantes.
Unas semanas atrás, Netflix estrenó Jimmy Savile: A British Horror Story, un documental algo morboso de dos capítulos que narra la vida del conductor televisivo e informa sobre sus delitos sexuales. Eso produjo que el caso tome nuevamente actualidad y que se conozca alrededor del mundo más sobre Savile, un personaje de mucha fama en Inglaterra pero no tanto en otros países. Lo que el documental muestra es la enorme exposición del protagonista, su contacto permanente con personas poderosas y su acceso casi irrestricto a lugares en los que tenía al alcance de la mano, sin ser molestado, a sus víctimas. Se escuchan también testimonios desgarradores de las mujeres, que siendo niñas, fueron abusadas.
Jimmy Savile fue un DJ y conductor radial y televisivo británico. Una celebridad durante más de medio siglo. Según su propia versión fue el primer DJ en utilizar dos bandejas para empalmar temas y que no hubiera ni siquiera un segundo de silencio en el salón (algunos ofrecen pruebas de que las dos bandejas habían sido usadas antes, pero sin dudas él fue, al menos, el gran difusor del sistema). De allí pasó a la radio. Y de ahí a la televisión. Fue el primer conductor de Top of The Tops, el legendario programa musical británico. Y también quien estuvo en la última emisión del ciclo cuarenta años después. En 1975 comenzó Jimmy’ ll Fix It, en el que se le cumplían los sueños más disparatados, inocentes o desusados a chicos de toda Inglaterra. El personaje de Savile al frente del show desdeñaba a los chicos, se vanagloriaba de que no le caían bien. Era un paso de comedia que el público festejaba.
El programa se convirtió en un éxito enorme. Miles de cartas llegaban al canal semanalmente. Como Savile se dedicaba a cumplir deseos y sueños, alguien le pidió que colaborara con un hospital y centro de rehabilitación de pacientes con lesiones en la médula espinal. Una gran tormenta había volado techos, tirado abajo algún pabellón y arruinado buena parte de los equipos. Savile aceptó el desafío. Aprovechó su visibilidad e inició una campaña de recaudación de fondos. Logró muchos aportes y que varios famosos y poderosos se sumaran a la causa. A partir de ese momento buena parte de su vida pública fue impulsar la beneficencia y campañas de bien público. Comandó colectas por todo el país. En tres décadas logró juntar más de 50 millones de Libras. Hospitales, geriátricos, centros de rehabilitación, instituciones mentales, escuelas. Parecía que toda institución que necesitaba ayuda, recurría a él. Y que él la brindaba. Maratones, cenas para recaudar fondos, programas especiales. Savile conseguía que la gente le confiara su dinero y que los poderosos depositaran en esas cuentas cheques con muchos ceros.
El hombre estrambótico conseguía lo que quería. Y a él acudían los necesitados. Los miembros de la realeza lo frecuentaban. Se convirtió en consejero ad hoc del Príncipe Carlos. Llegó a pasar los días de un receso navideño con Margaret Thatcher y su familia. Fue ella la que insistió para que la corona lo nombrara caballero. Sir Jimmy Savile. Las primeras postulaciones extra oficiales de la Dama de Hierro fueron rechazadas debido a los rumores sobre la vida privada de Savile. Pero en su último elevamiento de candidatos antes de dejar el poder, volvió a incluirlo y presionó para que se le otorgara el reconocimiento (alguna vez un historiador hará el recuento de las medidas que toman los poderosos en sus últimos minutos en el poder).
Cuando ya no tuvo un programa estable, siguió siendo un invitado habitual en los medios. Programas de entrevistas, homenajes en vida, Gran Hermano Famosos, el último capítulo de Top Of The Pops o como panelista especial. Ya en los primeros años del nuevo siglo los rumores sobre sus costumbres pedófilas eran variados y reiterados. Tanto es así que el tema apareció en varias entrevistas. Él siempre recurría a la respuesta pretendidamente graciosa y desafiante.
En el reciente documental de Netflix se pueden ver extractos de algunas de estas intervenciones y son escalofriantes. Había señales, un desdén desafiante, un juego con los límites y los bordes, casi un regodeo en su impunidad. En algunas respuestas caminaba por la cornisa de la confesión, hasta de la ostentación de sus delitos, sabiendo que no sería descubierto, que era intocable.
Los rumores sobre los abusos y sobre sus tendencias pedófilas eran variados. Pero nada pasó. Alguna pregunta de unos pocos periodistas que no repreguntaban, alguna investigación policial abortada muy tempranamente y poco más.
Cuando surgía alguna de estas preguntas, Savile se defendía de maneras extrañas. Dijo que había declarado que no le gustaban los niños para no ser acusado de pedófilo. También afirmó que no tenía computadora. Pero la justificación no fue la dificultad para habituarse a las nuevas tecnologías, sino que “si no tengo computadora, nadie puede decir que bajo pornografía infantil”. Se refería, tácitamente, a una de las primeras acusaciones que llevó al músico Gary Glitter tras las rejas (luego vinieron otras de pedofilia y violación que empeoraron su pena). Hay fragmentos de conversaciones televisivas entre Savile y Glitter. Son inquietantes, y ambos parecen divertirse con su fama de pedófilos y hasta se le ven ganas de vanagloriarse de sus conquistas de menores de edad.
En esos años, Savile encontró otra manera de defenderse de las acusaciones. Un eficaz equipo de abogados comandado por uno mediático especialista en celebridades, políticos y miembros de la familia real en apuros demandaba impiadosamente por difamación al que se animara a rozar el tema. Los juicios millonarios lograron disciplinar y acobardar a las denunciantes y a los periodistas.
La fama le dio a Savile el cobijo necesario para abusar y violar serialmente durante décadas de manera impune. Se llevaba niñas y adolescentes de los colegios que visitaba y de orfanatos en los que oficiaba de padrino. Promocionaba sus tareas como voluntario en instituciones mentales y en centros de rehabilitación de personas con problemas de movilidad, pero abusaba de las pacientes. En algunos de esos hospitales, además de los cargos honorarios que le otorgaron, le dieron una oficina en la que él se instalaba y usaba como centro de operaciones.
Sus defensores -que los tuvo, hasta que la montaña de denuncias y de testimonios coincidentes los tapó- quisieron escudarlo detrás de las costumbres de época y de la cultura de las groupies. Según ellos, eran las chicas y mujeres que se tiraban a sus pies debido a su fama. Las pruebas existentes no parecen demostrarlo. Y aun si así fuera, la mayoría de las denunciantes eran niñas y adolescentes en los momentos en que Savile las manoseó, las masturbó contra su voluntad o las obligó a practicar sexo oral. Hay quienes afirman que tuvo relaciones con mujeres postradas e inconscientes y hasta se habló de prácticas de necrofilia. La policía dice que perpetró sus actos en mujeres que iban de los 8 a los 75 años.
Luego de conocerse la primera tanda de denuncias y mientras crecía la indignación colectiva, alguien decidió quitar la pomposa lápida de su tumba. Era un tríptico de mármol, que incluía un elogio de Savile, una imagen grabada de su rostro y alguna frase pretendidamente graciosa como epitafio. La operación se hizo de noche para que la prensa no se enterara y para evitar que algún indignado atacara a los empleados que convertían a esa fosa en una tumba anónima.
Jimmy Savile fue un monstruo suelto durante más de medio siglo, un depredador, que encontró terreno fértil para cometer los delitos más atroces. Sabía que nadie le haría nada, que nunca tendría que pagar. La sociedad no escuchaba a sus víctimas. Peor aun: sospechaba de ellas. Y nunca de él. ¡Cómo hacerlo! Si Savile era muy famoso y demasiado poderoso. Su voz tapaba los gritos apagados de sus múltiples víctimas.