Mientras que los rusos van intensificando las acciones contra la región de Odesa, en el suroeste de Ucrania, tras el ataque de ayer desde dos barcos, los abuelos ucranianos se sientan tranquilos en el parque para jugar al ajedrez ya que ante la imposibilidad física, mental y económica de huir, solo les queda una opción: quedarse en la ciudad y esperar.
En la plaza Soborna, en el centro de Odesa, las alarmas antiaéreas se mezclan con el repique de las campanas de la Catedral de la Transfiguración, que empiezan a sonar cuando se activan las sirenas ante un posible ataque. A pesar de esos sonidos, varios abuelos se reúnen cada día para jugar y sin protegerse en ningún refugio.
“Los refugios subterráneos son de antes de la II Guerra Mundial, así que no estoy seguro de que puedan soportar las armas modernas”, dice a Efe Andriy, un pensionista de 70 años, en el momento en el que suena una de las alarmas, aunque prefiere quedarse en el parque mientras se prepara para ver una partida de ajedrez.
TENSIÓN EN ODESA
La ciudad de Odesa, la llamada perla del mar Negro, vive en tensión prácticamente desde que comenzó la guerra de Rusia contra Ucrania el pasado 24 de febrero, al ser uno de los objetivos más preciados de Moscú por ser uno de los puntos más estratégicos del país.
Pero ayer los habitantes vivieron un pico de tensión después de días de relativa calma cuando dos barcos rusos atacaron con artillería a las afueras de la urbe, la primera vez que se acercan tanto a la ciudad, dañando edificios residenciales, pero sin víctimas, según informaron las autoridades municipales de Odesa.
Además, un funcionario de alto rango del Pentágono aseguró ayer de que habían detectado un aumento de la actividad naval rusa en el mar Negro e indicó que algunos de los ataques de artillería contra Odesa son resultado de las actividades de esa flota rusa, “sobre todo de las embarcaciones de combate anfibias”.
No obstante, la fuente aseveró que esto no significa que iba a haber un asalto anfibio a la localidad desde el puerto de Odesa, algo que la población teme desde el principio de la guerra.
A pesar de esta amenaza contra la ciudad, Andriy, que se acaricia su espeso bigote, solo le tiene preocupado una cosa: su pensión mensual.
“Venimos cada día aquí, al parque, porque no sabemos qué va a pasar y sobre todo qué va a pasar con nosotros. Si no nos pagan nuestra pensión mensual, ¿qué vamos a hacer? No podemos trabajar”, afirma Andriy, de 70 años, que recibe una pensión de unos 250 euros.
SI FUERA JOVEN…
Irse de la ciudad no está entre los planes de Andriy ni el de ninguno de sus colegas que le acompañan a estas partidas de ajedrez matutinas que se pueden alargar hasta la caída del sol.
Llevando un sombrero de lana llamado papaja, Andriy, que antes trabajaba como agente de seguridad, dice que no sabe “cómo vivir en el extranjero”. Por eso, insiste en que no se va a ir porque, además, “se necesita dinero para huir” y “no todo el mundo puede dejar la ciudad”.
En una de las mesas del parque con el tablero de ajedrez y el cronómetro de cuerda ya preparado, Vladimir y Anatoliy, ambos también de 70 años, se concentran en su partida.
Mientras que Boris, de 71 años, espera el jaque mate para tomar la posición del perdedor, asegura a Efe: “¿Por quién nos vamos a ir? Rondamos entre los 70 y 80 años, ¿dónde vamos a ir? Si fuera joven, sí me iría”.
Cuando Vladimir se levanta tras haber perdido la partida encadenando un cigarro tras otro, afirma a Efe entre bromas que Odesa significa “la sonrisa de Dios” y que no le va a pasar nada.
“¿Quién nos va a proteger? No tenemos protectores”, explica e incide en el tema de las pensiones: “No tiene sentido que nos vayamos cuando tenemos dinero”.
Según las últimas cifras de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), los ciudadanos ucranianos, en su mayoría mujeres y niños, que han dejado su país a consecuencia de la invasión rusa se elevan a 3,48 millones.
Entre refugiados y desplazados internos, ACNUR teme que unos 10 millones de ucranianos, casi la cuarta parte de la población total del país, se han visto obligados a dejar sus hogares.
EFE