El McDonald’s de la esquina de Schevhenka y Chaikons’koho está cerrado desde hace varios días. Justo al lado, frente a un edificio oficial al cual no podemos acercarnos sin que nos pare la policía por ser un “objetivo estratégico”, una cincuentena de hombres jóvenes con camperas camufladas escuchan las instrucciones de un oficial del ejército ucraniano.
Por Clarín
No llevan armas ni cascos. Muestran las palmas de las manos, se mueven en filas. Se los ve muy serios. Parecen estar pasando una inspección. Es sábado a la mañana en Lviv, nieva bastante y la guerra contra Rusia, desgraciadamente, asoma casi por donde uno mire en esta ciudad.
En la plaza céntrica, Rynok, donde está la intendencia, una cervecería, también cerrada -por el conflicto y porque está prohibido vender alcohol-, esconde un secreto detrás de sus ventanas tapadas. Yuriv Zastavny, dueño del Pravda Beer Theatre Restaurant, explica que a uno de sus empleados se le ocurrió la idea: había que llenar las botellas con nafta en lugar de cerveza.
El famoso cóctel Molotov o, como se las conoce acá, Lviv Smoothies o Bandera Smoothies, en referencia a un héroe ucraniano de la Segunda Guerra, Stepán Bandera, bastante controvertido por sus métodos sanguinarios.
Los locales saben cómo hacer estas bombas. Las usaron bastante en el Euromaidan o Revolución de la Dignidad, en 2014, cuando los ucranianos derrocaron al presidente prorruso Viktor Yanukóvich tras tres meses de protestas violentas. Combustible, un trapo que tape la botella y la clave: un poco de aceite para motor, para que el fuego se adhiera a la superficie cuando las tiran. Tecnología para la destrucción.
“Es ahora o nunca. El enemigo debe ser detenido y todos los ucranianos, hombres y mujeres, de cualquier edad y clase social deben hacer lo que puedan para defender nuestro país. Seguiremos combatiendo”, dice Yuriv. En un camión se cargan cajas y cajas con docenas de molotovs cada una. Viajan con destino desconocido y ojalá lleguen sin problemas, porque ese camión es literalmente una gran bomba en movimiento.
La cervecería no es el único lugar donde arman cócteles de fuego. En un pequeño garaje, lleno de herramientas, a 60 kilómetros de la ciudad, en un pueblo llamado Radechiw, donde de noche se apagan todas las luces por posibles ataques, un grupo de voluntarios que primero recolectó botellas ahora las llena con kerosén, cuyo olor lo impregna todo. Ellos también ayudan a transportar municiones que vienen desde Polonia hacia las líneas del frente.
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