Auge de la santería en Bogotá, entre el señalamiento y la creencia

Auge de la santería en Bogotá, entre el señalamiento y la creencia

Los rituales de santería tienen como objetivo conectar con sus antepasados. FOTO: Milton Díaz. EL TIEMPO

 

 

Hace unos meses, cuando EL TIEMPO reveló el inconformismo de varios vecinos de Fontibón que se quejaban por la presencia de tres mujeres que practicaban la santería, quedó en evidencia un fenómeno que hoy se esparce por toda la ciudad.





Por Jonathan Toro | EL TIEMPO

La historia daba cuenta de prácticas que tenían lugar en una casa del barrio Casandra, donde se leían el tabaco y las cartas. La Policía acudía al lugar con cada reclamo, pero no podía hacer mayor cosa. Hasta que las mujeres, a quienes algunas vecinas no dejaban de llamar ‘brujas’, tuvieron que irse de allí. Pero, ¿qué tanto ha crecido este fenómeno en la capital?

Son cerca de 9.125 kilómetros los que separan las raíces de la santería yoruba, en Nigeria, con los ritos y prácticas de esta religión que se ha asentado en la capital colombiana y otras regiones del Caribe central y latinoamericano. Fue esta la misma distancia que recorrieron los negros africanos esclavizados en la conquista, que a bordo de navíos trajeron consigo los cimientos de una nueva creencia basada en la conversación con los muertos y el culto a los antepasados, deidades u Orishás, como los santeros los llaman.

“¡Que viva Shangó!”, dicen los santeros, “¡que viva Changó!”, dicen quienes han bailado al ritmo de la mítica y tradicional canción cubana de Celina y Reutilio, que sin saber es un pregón de alabanza a una de las figuras más importantes del panteón Orisha de la religión yoruba, que mediante la música y cueros del tambor se ha colado en la culturas híbridas y mestizas de ciudades cosmopolitas, como Bogotá.

Pese a que la santería se ha tomado un terreno importante en la ciudad, los babalawos y sacerdotisas dicen que aún están en las sombras, que mantienen su credo encerrado y protegido en las paredes de las casas. Es una religión que se practica en silencio, entre quienes se inician y las deidades que son llamadas para brindar protección y, en algunos casos, para modificar los destinos.

Las sacerdotisas cuentan que aunque es una creencia basada en lo positivo hay quienes usan este conocimiento para hacer el mal. Foto: Milton Díaz. EL TIEMPO

 

Presencia en Kennedy

En Bogotá es un secreto a voces, como lo dice con acento entonado y risa nerviosa, Catalina Ortega*, quien se ha dedicado a la santería desde que tenía 8 años por herencia de su madre. “Aquí, en Kennedy, no soy solo yo, somos muchos”. Para ella, lo paradójico de la situación es que sus vecinos, algunos de los que condenan su práctica, son los mismos que a escondidas se “escurren hasta la casa para pagar una consulta”.

Sin embargo, el camino no ha sido fácil. Tanto en Cuba como en Brasil, Venezuela y Colombia, esta práctica se ha escondido entre las selvas, las regiones apartadas o, en el caso de Bogotá, entre las calles de barrios tradicionales y populares a donde han llegado la mayoría de migrantes provenientes de Centroamérica y Suramérica.

El olor a tabaco que se puede percibir desde la distancia, las velas quemadas, flores que se marchitan en el altar, frutas, alimentos, carnes y sangre de animales son algunos rasgos característicos de los consultorios o casas de culto que se ubican en Kennedy, Chapinero, La Candelaria, Santa Fe, Suba, Bosa y Ciudad Bolívar.

“Nosotros ayudamos a conectar con sus ancestros, a buscar protección, a abrir el camino que a veces sentimos cerrado. Como en todo, hay quienes usan lo que saben para hacer el mal, nosotros no, porque seguimos los lineamientos de un dios supremo que nos envió para hacer el bien en la Tierra”. Así describió su oficio Catalina.

En su casa, ubicada en Kennedy Central, en el suroccidente de la capital, recibe a sus amigos, clientes o a quienes desean emprender el camino religioso. En medio de un altar de velones de colores y encendidos con diferentes intenciones, la sacerdotisa, como se hace llamar, prende tres tabacos, que fuma al tiempo, y comienza la charla.

Los puchos se queman y empiezan a mostrar el ‘camino’, que a veces es feliz y otras, trágico. En esta creencia, esa visión puede marcar el destino de quien consulta. “Yo les explico lo que mis ancestros me dicen, lo que la adivinación les predice, les doy recomendaciones y algunos rituales dependiendo de su necesidad, pero ellos deciden qué hacer y qué no”.

Aunque pareciera fácil, la mujer, de unos 40 años, dice que lleva un peso muy grande encima. Para ella, se trata de cargar una historia, un legado, pero sobre todo, una fe que debe sobrepasar el prejuicio y el señalamiento. “Esto no es brujería, esto es una religión, una creencia”, insiste.

No fue sino hasta 1980 cuando la santería cubana se abrió paso en Colombia a raíz de los carteles del narcotráfico que buscaban amparo en esta creencia. De ahí que la historia de los santeros en el país ha estado marcada por narraciones macabras y ligadas a la brujería, como lo señaló Luis Carlos Castro, sociólogo y autor del libro Narrativas sobre el cuerpo en el trance y la posesión: una mirada desde la santería cubana y el espiritismo en Bogotá.

Ashanti Dinah Orozco, sacerdotisa y poetisa afrocolombiana, explicó que “la santería está basada en la creencia de un dios que se llama ‘Olodumare’ y que rige la cosmopoética vital del universo. A la vez existen unas deidades que se llaman Orishás, que componen el sistema de pensamiento y de cosmogonía que, a su vez, rige los pensamientos, la memoria, los códigos éticos, morales y religiosos de la vida”.

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