Hasta el año 2011, cuando Yhonier Rodolfo Leal Hernández (Cartago, 1973) empezó a visitar con frecuencia la capital del país, nunca se le vio maldad en los ojos, como la que ahora invade su mirada, grabada en la mente de millones de personas en Colombia y en el mundo, como la de los peores criminales de la historia.
Por semana.com
Si Caín fue capaz de matar a su propio hermano, el hombre frío que el país conoció el pasado mes de noviembre fue más allá, hasta eliminar a su propia madre. Con las manos manchadas de sangre de su sangre, puso la cara a cuantos lo buscaron como doliente del presunto suicidio de su hermano, Mauricio. O mejor, una de sus caras. La que ocultaba un crimen cometido con sevicia, la que da miedo por la imperturbabilidad que refleja, sin atisbo de arrepentimiento.
Quienes conocen a Yhonier, como fue registrado en la Notaría Primera de Cartago, coinciden en describirlo como agradable, formal, muy querido y buen anfitrión, pero “tacaño a morir”. Nunca se le vio meterse la mano al bolsillo para invitar una gaseosa, una cerveza o una botella de agua. A lo mejor, dicen algunos, porque, si alguien sabe lo que es pasar noches sin comer, como tantos y tantos colombianos, son los Leal Hernández, un par de “añeritos”, como en algunos pueblos se refieren a los hermanos que apenas se llevan un año de diferencia.
Marleny Hernández Tabárez (Cartago, 1954-La Calera, 2021) quedó embarazada de Yhonier a los 18 años y lo tuvo en una camilla del hospital Sagrado Corazón de Jesús. Un año después, en 1974, dio a luz a Mauricio, su segundo hijo. Nelson Leal, el padre que no firmó el acta de registro, le seguía robando lágrimas a la mujer por traerle a la memoria los peores años de su vida, en los que tuvo que hacer de todo para reunir lo del arriendo o lo de la leche de sus pequeños. El hombre alguna vez se fue por cigarrillos, detrás de otra mujer y nunca volvió. Marleny, abandonada y con dos hijos, no lo bajaba de “perro asqueroso” en sus noches de tragos o con cualquiera de los adjetivos que Paquita la del Barrio le dedicó a esa anónima “rata de dos patas”.
En la casa ubicada en la carrera 3 A n.º 2-04 de ese municipio del norte del Valle del Cauca, Marleny alcanzó algún respiro cuando montó su peluquería: un espejo, una silla, tijeras y secadores en la propia sala de la casa. Mientras que a Yhonier lo recuerdan como poco amigo del trabajo y el estudio, a Mauricio lo pillaban volándose del colegio para ir a ver cómo trabajaba su madre. Fue cuando pasó el tren de la oportunidad que tenía a Cali como destino, y allí se marchó Marleny a montar una peluquería más grande y dejar atrás un pasado que siempre la atormentó.
Mauricio, según se ha conocido en las decenas de reportes periodísticos publicados tras su muerte, sirvió tintos, barrió pisos y lavó cabellos hasta que le dieron la oportunidad con las tijeras y los cosméticos. Se convirtió en el niño genio que con su varita mágica dejaba a las mujeres más hermosas. No fue gratuito que reinas, modelos y actrices lo buscaran, y se encariñaron con él. Montó su propia peluquería en el barrio Santa Mónica, y terminó enredado en una sociedad que llevó su nombre a la Lista Clinton. En esa época, de Yhonier poco se sabía. Había hecho su vida.
Marleny y Mauricio se radicaron en Bogotá a finales de los 2000, cuando abrieron la primera de sus peluquerías en la capital, en la calle 82 con 14. Vivían en renta en un apartamento en Cedritos, en la calle 153 abajo de la carrera Séptima. Mauricio, para vivir cerca del trabajo, se independizó y sacó un apartamento por la zona de El Lago, aunque su madre le enviaba la empleada del servicio y casi todos los días le llevaba el desayuno y el almuerzo. Seis meses después, Mauricio se mudó a otro piso, esta vez en la calle 87 con Séptima.
Yhonier, en cambio, vivía en Cali con su esposa, Luz Elena Betancurt, el hijo de ella, y Juan David, el mono, el hijo que tenían en común. La niña Valeria completa su familia. Andaba sin un peso en el bolsillo, y se movía en una moto AKT, con la que hizo su primer viaje a Bogotá para mirar nuevos horizontes, cuando su vida volvió a cruzarse con la de su hermano y su madre. Ni Yhonier ni su mujer tenían trabajo cuando atravesó el frío del alto de la Línea en motocicleta, pero lo encontraron cuando su hermano les ofreció empleo.
Mauricio rentó un nuevo local por 12 millones de pesos mensuales y abrió una peluquería más grande. Yhonier se radicó en el barrio El Polo, cambió por una jota la inicial de su nombre y fue contratado como un peluquero más. Tenía sueldo, estabilidad. Su hijo, el mono Juan David, loco por el fútbol, recibía el patrocinio de Mauricio, quien pagaba la mensualidad en la escuela de formación, le compraba los guayos más caros y los uniformes originales de los equipos que él quisiera. Detrás de lo que parecía una familia amorosa, se escondía una guerra fratricida.
Las primeras en chocar fueron Marleny y Luz Elena. A la mujer de Jhonier le gustaba el dinero y quería ganar más plata que el resto de peluqueros. Le insistía a su esposo que reclamara lo que le pertenecía, que no era otra cosa que conseguir que su hermano Mauricio lo nombrara administrador.
Los roces comenzaron cuando Jhonier y Luz Elena gastaban más productos que los demás peluqueros, sin ninguna explicación. Y se profundizaron cuando Jhonier se encegueció por ser igual a su hermano, pero sin fortuna. “Era imposible, mujer que tocaba Mauricio, mujer que quedaba hermosa”.
Tanta era la obsesión de Jhonier que en el año 2015, cuando su hermano Mauricio sacó el disco Me verás volar, se fue unas semanas a Cali y allí lo vieron grabando en un estudio musical varias canciones de Marc Anthony. Su disco nunca se imprimió.
Cuando Jhonier le dijo a Mauricio que él debía ser el administrador de las peluquerías, su hermano menor lo puso en su lugar al recordarle que era un estilista más. Se independizó y montó con Luz Elena el salón Jhonier Leal Peluquería, negocio que siempre tuvo la asesoría y orientación de Mauricio, pero no resultó exitoso. Acosado por las deudas, Jhonier buscó un millonario préstamo y le pidió ayuda a Mauricio, pero esta vez no se la pudo ofrecer. Jhonier nunca le creyó sus explicaciones.
Luz Elena calificó a su esposo como un “alma de Dios” en una declaración que rindió ante la Fiscalía. Pero los que conocieron a esta pareja aseguran que ella era quien encendía la mecha para ponerlo en contra de su hermano y su madre.
Marleny y Mauricio “eran como un par de novios”, según una persona que los conoció. Cualquier capricho de la madre, Mauricio lo complacía. Jhonier, en cambio, la veía como una piedra en su camino por manejar el poder en las peluquerías de su hermano.
Hace cinco meses, Jhonier regresó a su nido cuando dijo estar solo, en proceso de divorcio con su mujer. Aunque volvió a ser cobijado por su madre y su hermano, su mirada ya no era la misma de hace una década, cuando encontró algo de fortuna en Bogotá gracias a ellos. Esta vez la maldad estaba en sus ojos, enceguecidos por la envidia, la codicia y la ambición. Ya no era Yhonier Rodolfo Leal Hernández, sino el peluquero Jhonier Leal, el nuevo rostro de la larga lista de criminales de la historia. El hombre cuya mirada refleja la vanidad del mal.