León Sarcos: ¡Hola… que tal!

León Sarcos: ¡Hola… que tal!

Me pareció escuchar la voz gutural de un Gremlin que había empujado la puerta principal del pequeño establecimiento de no más de 30 metros cuadrados que nos servía de sitio de reunión y tertulias a una parte de los parroquianos de la zona norte, específicamente de la Paragüita, en Maracaibo, estado Zulia. Su tono de apretado gruñido, casi que arrastrado, se esparcía como spray en besos a diestra y siniestra que repartía sin discriminación entre sus amigos, conocidos y hasta a los desconocidos, como era mi caso. Por la manera de transmitir su saludo, era un candidato ideal para recibir el virus de moda, que pescó muy tarde y con sobrada valentía venció.

No me gustó el acercamiento rápido y vertiginoso, pero confieso que la desbordante simpatía superó la rapidez de mi defensa para mantener la distancia oriental que siempre he guardado con todo el que me conoce. Le advertí a mi cariñoso interlocutor con respeto y afecto, y juró ante el público presente mantener la distancia debida.

Traigo al recuerdo esos días de amistad hermosa entre muchos de los asiduos visitantes de esa pequeña tasca, de la honorable maestra Leída Carmona y sus hijos, Gerardo y Juan, para acariciar bonitos momentos compartidos con personajes que ya no están, en fecha de celebración de homenaje a Nuestra señora, la Virgen de Chiquinquirá, y a nuestras tradiciones y gentilicio. Fue a finales de la última década del siglo XX, después de las elecciones presidenciales de 1998, cuando la visité, sin darme cuenta de que, en ese diminuto espacio, forjaría lazos de amistad inolvidables con distinguidos ciudadanos que todos recordaremos por sus iniciativas, su ingenio, su chispa y su extraordinaria condición humana.





Debo confesar que me costó mucho ganarme la distancia afectiva con Manolo Quintero, mejor conocido como Hola que Tal, el ser humano más efusivo del mundo; demostraba afecto por todos los seres vivos que habitaban en su entorno y los que no, también, y sufría mucho por la contención forzada después por la pandemia. Fue así como después de reiteradas observaciones se ganaría para la idea de saludar a distancia, no sin antes aclarar: permiso economista, sepa Ud., que si pudiera saludarlo como a mí me gusta, lo abrazaría y lo besaría, porque lo quiero y lo respeto. 

Constituíamos una verdadera cofradía para exaltar valores humanos, iniciativas ciudadanas, actividades recreativas y entretenimiento. La música siempre fue un punto de encuentro, especialmente la que identificaba a adultos contemporáneos, preferencia que Juan Romay sabía trabajar con ejemplar ecuanimidad para que nadie se sintiera excluido o tratado con desdén. De allí su envidiable recurso para zanjar diferencias echando mano a un medio imparcial a las disputas con sus interpretaciones magistrales de Luis Miguel. 

Muchos venían, como el radiólogo Franklin Aranguren en su viejo Malibú, para tomarse algunas frías y contemplar platónicamente a quien en ocasiones servía de anfitriona. Otros, es el caso del ingeniero hidráulico Evelio Fernández, para que el mejor intérprete de los Ángeles Negros le cantara No morirá jamás y La ciudad sin ti, o el Profesor Lidio Parra, un excelente catedrático universitario egresado de Georgetown, quien compartía sin que nadie protestara My Way de Frank Sinatra con todas las voces que se sumaran. De carácter y personalidad muy fuertes, solo me aceptó después de saber, por un amigo común, que yo había hecho una pasantía por su amada universidad.

Estaban los polemistas, como Raúl Vargas, uno de los mejores licenciados en administración y reconocido auditor del Zulia, casado con mi maestra querida de la primaria Emérita Ortega. No había discusión a la que no se integrara con opinión y juicio propio. Siempre tenía algún tema para discutir o una anécdota para recordar. Era de esos personajes genuinos que no dan tregua, que tienen personalidad y que se hacen querer por responsables, inteligentes y justos. 

No faltaban los pudorosos como Renán Bohórquez, diestro piloto de helicóptero, a quien provocaban algunos intérpretes de baladas de amor dedicándole la canción y algunos otros lo azuzaban, preguntándole si se sentía agradado, a lo que respondía deslindándose: ¡Para nada! 

Hay otro personaje especial, apoderado de casi todos, a quien nunca pasaban por alto las mujeres, el Dr M, que alardeaba de sus dotes masculinas y a quien un día tuvieron que rescatar entre varios amigos porque una dama se sintió engañada por sus pretendidos atributos y arremetió a taconazos contra su humanidad. Y no podían faltar los periodistas expertos en redes como Dimas López, que todavía nos advierte de los últimos sucesos y noticias internacionales, pero también muy pendiente de las Megalindas de la patilla. 

Todos los amigos que frecuentamos aquella pequeña ruta de escape para combatir la rutina, el fastidio y el aburrimiento guardamos una grata impresión de aquel sitio de encuentro y esparcimiento sano. Hubo visitantes fugaces, como Luis Medina, un empleado de la salud que asistió con su solidaridad a muchos en momentos difíciles, enamorado como pocos, y José Luis Blanco, uno de los contados partidarios del chavismo, que pronto terminó reconociendo que este se había transformado en el peor lastre para que la sociedad avanzara por caminos de prosperidad y desarrollo.

Ciudadanos con esa vitalidad y entusiasmo para vivir de Manolo Quintero, que no pierde un instante por demostrarle cariño y solidaridad a los otros; constituye un digno ejemplo de ser humano que ha sabido amar al prójimo. Desde su condición de trabajador insigne en la venta al por mayor de artículos de ferretería y herramientas por más de cincuenta años, ha conquistado un gran prestigio en su ramo. Él, con su trato afectuoso, su variada conversación y su inconfundible saludo: ¡Hola que tal! ha conseguido ganarse el sólido afecto de muchos de sus amigos y la simpatía de vecinos y conocidos.

Los días que transcurren son días de celebración de la tradición, festejos de feria, corridas de toros —ya extinguidas bajo los desdichados argumentos de protección animal—, tiempos de gaitas, de vallenatos, de guaracha y merengues, de procesión de nuestra santa patrona. Todo muy menguado por las estrecheces económicas, el hambre de la mayoría, la emigración en masa, la pandemia que no pasa y la tristeza y el dolor por los que con la crisis y la enfermedad partieron.  

Aun así, no abandonamos la fe en un mañana promisorio, no dejamos escapar la esperanza, no olvidamos los buenos ratos, las sonrisas compartidas, las alegrías desbordadas y los momentos estelares que nuestra memoria ya editó y nuestra alma ya registra como una parte emotiva y sentida de nuestra vida ciudadana. Obligados estamos a resistir, a creer y a luchar. La vida no se detiene, es tiempo de continuar…

Hoy a mitad de la mañana comenzarán a aparecer los que sobrevivieron al infortunio para celebrar el día de la santa patrona María del Rosario de Chiquinquirá. De seguro ahí estará nuestro animador de sonrisas, Manolo Quintero —Hola… qué tal—, y también con nosotros la imagen y el recuerdo de amigos del pasado y de nuestros familiares amados que se marcharon, y con ellos, el monumental Ricardo Aguirre, para cantarnos con su inconfundible voz:

En todo tiempo cuando a la calle sales, mi reina / Tu pueblo amado se ha confundido en un solo amor / Amor inmenso, glorioso, excelso, sublime y tierno / Amor celeste, divinizado hacia tu bondad.

Madre mía, si el Gobierno / no ayuda al pueblo zuliano / tendréis que meter la mano / y mandarlos pa’l infierno…/ La Grey Zuliana, cual rosario popular / de rodillas va implorar a su patrona / y una montaña de oraciones quiere dar / esta gaita magistral que El Saladillo la entona….

La virgen, la gaita, la Feria, viven en nosotros, porque ni el tiempo perdido ni una de las dictaduras más atroces del mundo podrán arrancarnos esa parte de la tradición sembrada en nuestra alma, porque la tradición, como bien lo decía el maestro Chesterton, es la democracia de los muertos.

León Sarcos, noviembre 2021