“Hay cosas en tu vida que no son para mí. Y sí, estoy hablando de tus hijos. Estoy seguro de que son buenos chicos, pero no importa cuán buenos sean… El hecho es que yo no deseo tener hijos”.
Por Clarín
Las palabras retumbaban en su mente. No podía dejar de pensar en ellas. Veía que el auto se hundía y no lograba reaccionar. Estaba paralizada.
Su mundo se estaba derrumbando. Se había empezado a derrumbar con la carta que le escribió Tom Finlay, ese hombre perfecto que había llegado para sacudir su difícil realidad y convertirse en su obsesión.
No era la primera vez que sentía algo así. Su vida había sido un sinfín de situaciones difíciles, complejas. Y muchas veces sus reacciones habían resultado inexplicables. Pero esta vez, lo sabía, había ido demasiado lejos.
Pasaron 5 minutos y 52 segundos. El auto desapareció. Se lo tragó el lago. Sus hijos Michael, de 3 años, y Alexander, de 1, estaban ahí dentro. Era el fin. O el principio. Ella sólo salió corriendo.
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