La estrella de los liberales canadienses, Justin Trudeau, pese a lograr la victoria en las elecciones parlamentarias de Canadá, fracasó en su intento de ganar con holgura un tercer mandato que le habría permitido gobernar con mayoría.
Ya en 2019 su reelección no resultó sencilla, pese a una entrada sensacional en la política cuatro años antes. Pero, esta vez, Trudeau pensaba que su gestión sobre la pandemia lo ayudaría.
Toda la campaña ha sido una carrera de obstáculos para el carismático primer ministro saliente, que prometió en 2015 un futuro brillante en Canadá, desencadenando una “Trudeaumanía”.
Parece que ya pasaron los días en que la revista estadounidense Rolling Stone se preguntó en la portada en julio de 2017: “¿Por qué no puede ser nuestro presidente?”
A la vuelta del verano boreal, sonriente y con porte tranquilo, Trudeau explicó su decisión de anticipar los comicios. Creía que su país estaba en un “momento histórico” debido a la pandemia por el coronavirus y que era necesario “dar la palabra” a los canadienses.
“Ya no es el Trudeau que se presentó en 2015”, señala Geneviève Tellier, profesora de Ciencias Políticas en Ottawa, quien asegura que la crisis sanitaria lo ha ayudado: “Le debe a la pandemia el seguir gozando de popularidad.”
“Es más grave que un simple desgaste del poder, es una decepción total. Había prometido tanto…”, prosigue Tellier.
Además, en temas como “el cambio climático o la reconciliación con los pueblos indígenas”, Trudeau “no fue el reformador que muchos esperaban”, explica Maxwell Cameron, experto de la Universidad de Columbia Británica.
Durante la campaña, no son las imágenes de las caminatas, que tanto le gustan, las que los votantes podían ver en la televisión, sino las de los manifestantes donde le han proferido insultos y amenazas e, incluso, le han arrojado piedras.
– “Espectador más que actor” –
En los debates, Trudeau tampoco brilló y recibió duras críticas de sus contrincantes que denunciaron implacablemente sus estratagemas políticas, especialmente su decisión de convocar las elecciones en plena pandemia mientras el parlamento funcionaba, pero también su inacción en materia medioambiental o política exterior.
“Canadá era un país con una fuerte personalidad internacional, pero con Trudeau estamos más en el asiento de espectador que actor”, opina Jocelyn Coulon, investigador en Relaciones Internacionales y exconsejero del primer ministro.
A su llegada en 2015, sin embargo, el mundo entero observó con interés, incluso admiración, los primeros pasos en el poder de este líder que proclamó que Canadá estaría de vuelta en la escena internacional.
Nacido el 25 de diciembre de 1971, Trudeau, hijo mayor del carismático Pierre Elliott Trudeau, ex primer ministro fallecido en 2000, estudió Literatura Inglesa y Ciencias de la Educación, antes de encontrar su camino: boxeador aficionado, instructor de snowboard y profesor de inglés y francés.
Pero, al final, siguió los pasos de su padre al entrar en la política en 2007 y ser elegido diputado por Montreal en 2008. Cinco años después, se convirtió en el líder de un partido liberal en horas bajas.
Como jefe el Ejecutivo, legalizó el cannabis, instauró la eutanasia, impuso una tasa al carbón, permitió la acogida de decenas de miles de refugiados sirios y firmó una versión modernizada del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Alena).
Pero, su mandato estuvo salpicado por una serie de escándalos que perjudicó su imagen. A finales de 2007, este padre de tres hijos, casado con Sophie Gregoire, una expresentadora de televisión, fue acusado por la Comisión de Ética de haber ido dos veces con los gastos pagados del anfitrión a la isla privada del Aga Khan en Bahamas.
Además, un informe oficial lo inculpa de conflicto de intereses en 2019 por presionar a su ministra de justicia para que interviniera en un caso contra una empresa de Quebec por corrupción. AFP