“La vida no te da lo que quieres, sino lo que necesitas para evolucionar”. Esa frase pertenece al teólogo y espiritualista alemán Bert Hellinger, pero sale de la boca de un hombre de 40 años, que sentado desde su hogar en Quito recuerda sin tapujos cómo su vida cambió drásticamente de un modo que jamás esperó, pero que le ha permitido reinventarse como montañista, padre y ser humano.
Por Jeremías Rodríguez | Infobae
Sebastián Carrasco creció rodeado de naturaleza. Desde muy joven, los campamentos de verano junto a sus padres en Ecuador sembraron dentro suyo una semilla de aventura que fue siendo regada en su adolescencia con escaladas, paseos por los bosques y tardes de bicicleta por las sierras de su país. Para el momento de terminar el colegio, su espíritu ya estaba mimetizado con estas andanzas, pero su familia lo envió a Estados Unidos para aprender inglés. Si durante su período escolar, Zuko, como lo llaman sus amigos, ya sabía que su futuro debía estar lejos del encierro de las ciudades, aquella experiencia terminó de reafirmar su convicción. La planicie del estado de Nebraska llenó de bostezos el alma de este muchacho que sólo quería escalar montañas, por lo que al regresar se sumergió en una carrera universitaria que le permitiera instruirlo en la vida que soñaba.
Tras pasar un tiempo estudiando geografía, que fue lo más parecido que encontró a lo que buscaba, se marchó a Canadá para formarse en Deportes de Aventura en donde se topó con lo que necesitaba. Enfocado en completar los estudios de Guía de Montaña, pasó tres años en la nación norteamericana de la que volvió siendo un experto en alpinismo. Fue así que pudo establecerse de nuevo en Ecuador decidido a vivir de lo que amaba. Carrasco encaminó su vida tal cual la soñaba de pequeño. Sus largas jornadas como guía de grupos que lo contrataban para alcanzar distintas cumbres, las intercalaba con viajes a otras partes del mundo en donde era él quien buscaba escalar los picos más altos del planeta. Así conoció Perú, Bolivia, Argentina y Los Andes se transformaron en su fuente de energía mental, espiritual y física.
“El vivir de lo que me encantaba hacer fue de lo mejor”, recuerda alegre en diálogo con Infobae. Pero el destino le tenía preparado algo más.
En 2015, después de que su pareja le anunciara que pronto llegaría al mundo Bianca para sumarse a la familia y hacerle compañía a la pequeña Kiara, de dos años, Zuko decidió suspender su actividad de montaña para pasar más tiempo junto a su esposa y estar junto a ella durante los meses finales del embarazo y los posteriores al parto. Entonces tomó un empleo que le ocupaba solamente un par de horas al día. Por ese tiempo se ganó el sueldo dando seguridad en un sistema de cuerdas altas, que suele ser utilizado por empresas para regalarles a sus trabajadores una tarde distinta en donde los desafíos ponen a prueba al grupo y refuerzan las relaciones laborales. Su función era velar porque cada uno de los clientes tuviera bien colocado el arnés de seguridad al realizar los desafíos en altura y que todos los equipos funcionaran correctamente para que no haya accidentes.
“Ese día era un grupo grande, había como 35 personas. Todos cumplieron con los desafíos y salieron del sistema. Ya había bajado y yo quedé arriba, en una de las torres, en la plataforma principal. Había uno de los desafíos en el que tú estás parado a 12 metros de altura con un arnés de escalada, una cuerda, casco y todas las normas de seguridad. La cuerda está amarrada bien alto, pasa por un anclaje y del otro extremo hay un asegurador, una persona. El desafío es saltar al vacío desde 12 metros de altura. Claro, como del otro extremo hay una persona que te está asegurando, éste actúa de contrapeso y tú no caes al piso. Es un salto que da mucho miedo, sobre todo para el que no está acostumbrado. Yo este salto lo había hecho muchas veces, tal vez unas 20, y estaba acostumbrado y estaba confiado. Me amarré a la cuerda, le pregunté a mi compañero si me tenía asegurado y él en seguida me dijo que no. Entonces, yo esperé un poco y después simplemente escuché una afirmación, escuché que alguien gritó ‘bueno’ o’ dale’… y ahí fue mi error. Yo no comprobé que ese grito fuera para mí y simplemente salté. Mientras caía escuché que me gritaron ‘¡no!’ porque no me tenían asegurado. Yo caí al piso, desde 12 metros de altura, en caída libre. Y fue instantáneo. Ya no pude mover mis piernas”.
El golpe le provocó a Carrasco una lesión medular a nivel cervical, por lo que clínicamente es considerado cuadripléjico. De ganarse la vida como guía de montaña, recorrer Sudamérica como alpinista y de haber sido padre por segunda vez días antes, se encontró de repente postrado en una cama, sin independencia siquiera para cumplir con sus necesidades más básicas. “En un inicio estaba completamente horizontal en el hospital, con las justas podía mover el cuello, dependía de que alguien me ayudara a hacer absolutamente todo, desde comer, vestirme, darme la vuelta, no me podía ni sentar”. Para colmo, los doctores creían que pronto recuperaría la movilidad, ya que pensaban que la inflamación en la médula era la causante de su incapacidad motriz, pero con el correr del tiempo advirtieron que el daño era permanente.
“Esto fue en 2015 y empecé de cero”
Para iniciar una recuperación física, primero debía trabajar la mente. Fueron más de tres horas de terapia diaria las que lo ayudaron a pasar esos primeros meses en donde la angustia, la frustración y el reproche consigo mismo eran constantes. “Fue una época dura, no veía salida, no quería aceptar tampoco esta nueva discapacidad o forma de vida y no me veía viviendo en una silla de ruedas. Nadie lo pide, ni lo planea, pero siendo tan activo e independiente y de repente caer en esto… y darte cuenta de que ya no eres ese súper guía de montaña indestructible y ahora estás en una cama esperando que te cambien el pañal y que te den de comer, fue duro”.
Así comenzó un proceso de evolución largo que le permitió comprender que la vida continuaba: “Me ayudó mucho que hice una certificación de coach ontológico, me gané una beca para hacer eso. Eso fue muy importante. Duró 8 meses y se trabajaron muchas cosas: el aprender a perdonarme a mí mismo, a darme cuenta de que (saltar al vacío) fue un error y que tenía que pasar la página y seguir adelante; el darte cuenta que el aceptar conlleva también dejarlo ir. Aceptar lo que fue. Darme cuenta de que hay muchas cosas que no las puedo hacer de la manera que yo quería, pero que sí puedo hacer muchas otras cosas”.
Con un arduo trabajo psicológico, Carrasco de a poco fue saliendo de aquel nubarrón de negatividad inicial y pudo enfocarse en los físico. “Fui ganándome independencia, fue renacer”. Al recuperar la movilidad de sus extremidades superiores, aunque hasta el día de hoy le cuesta sostener un vaso o realizar algunos movimientos, volvió a sumergirse en el deporte de una manera diferente. A bordo de una handbike para personas con discapacidad comenzó con algunas carreras y luego se animó a participar de maratones, incluida la de Nueva York. Pero Zuko no era el mismo sin la montaña.
Fue así que un día una amiga, Gisela, le propuso una sueño: subir el monte Kilimanjaro. “A mí me sonaba como una locura. Cómo iba a conseguir la plata para ir a África, una handbike para montaña y subirme una montaña de casi 6 mil metros, con desnivel de 4 mil metros, una locura. En mi cabeza yo repetía que estaba loca, solo veía lo malo, pero en mi corazón sabía que eso era lo que necesitaba”. Tras realizar un poco de investigación, conoció a Chris Waddell, un estadounidense que tiene parálisis de la cintura hacia abajo y en 2008 se convirtió en el primer atleta paralímpico en subir el Kilimanjaro usando solo sus brazos. “Lo busqué, lo contacté, le conté mi proyecto y le gustó. Aparte le dije que necesitaba una handibke (especial para montaña) y me prestó la suya. Me la mandó desde Estados Unidos y usé la misma que él había usado hacía 10 años”.
El 7 de septiembre de 2019, Sebastián Carrasco comenzó su expedición africana en Tanzania junto a un grupo de amigos con la cumbre del Kilimanjaro (ubicada a 5.882 metros de altura) como meta y la misión de volver a ser Zuko. Pero pronto empezaron los problemas.
La handibke que Waddell le había prestado y que él había bautizado como Monstruo, “porque es un tanque de guerra, es pesadísima, pesa como 35 kilos”, se rompió el primer día: “Pensé que se terminaba”. Por suerte, algunos de sus compañeros se ofrecieron a bajar para llevarla a reparar en una aldea cercana mientras él alcanzaba el primer refugio a bordo de La Diabla, la otra handibke que había llevado. Afortunadamente, pudieron arreglarla y al día siguiente pudo volver a la acción.
El recorrido era tan complejo que la idea inicial de llegar hasta la cima sin ayuda para establecer un nuevo Récord Guinness fue descartada de inmediato. Entonces, el grupo se enfocó en colaborar para que Carrasco no padeciera en soledad las dificultades de un terreno que por momentos era rocoso y por otros tan empinado que necesitaban subirlo con un sistema de cuerdas. Finalmente, tras un duro trabajo en equipo, al sexto día llegaron a la cumbre.
“Fue una sensación de gratitud, ya la última parte en la recta final mi equipo se adelantó, a mí me dejaron solo, yo los veía a ellos en la cumbre pero yo seguía pedaleando y llorando de felicidad. Sentía una emoción súper fuerte y una gratitud con todo ese equipo que me ayudó a cumplir ese sueño de subir el Kilimanjaro. El pensar que no lo íbamos a lograr, pero lo sigues dando todo hasta que lo logras, el encontrar ese significado de trabajo en equipo es emocionante. Me conectó conmigo mismo, con ese Zuko que llevaba adentro y que tal vez en algún momento por la discapacidad creía que lo había perdido. Subir una montaña de este nivel fue de las cosas duras, Por un tiempo pensé que seguiría mi vida sin estas montañas, sin estos amaneceres, sin estas experiencias tan fuertes y enriquecedoras”.
Después de aquella epopeya y con el ánimo por las nubes, solo quedaba mirar hacia arriba. ¿Y qué hay más alto que una montaña?, el cielo. “Uno de mis amigos vuela en parapente y nació la idea de volar. Él había hecho un curso en Estados Unidos en donde vio a personas con discapacidad que hacían parapente con una silla. Entonces al ver esa silla, sabiendo que comprarla en Estados Unidos o en Europa sale como 4 mil dólares, una locura, él la hizo con menos de 500 dólares. Una réplica que funciona perfecta. En plena pandemia nos fuimos a la playa, un lugar súper seguro, y ahí empecé con esto del parapente y ha sido una locura, una sensación de libertad al máximo. Descubrir esto ha sido una nueva pasión”.
En abril de este año, Zuko logró subir la cumbre del Cayambe, un volcán con pico nevado que es la tercera elevación más importante de Ecuador. Tras llegar a lo más alto y disfrutar un rato de la vista, tomó su trineo y se lanzó en parapente desde 5.700 metros. “Me emociona acordarme porque fue mágico. Pasé de ser una persona que no camina a poder volar”.
Ahora, este ecuatoriano de 40 años que desconoce de límites no para de ponerse nuevos desafíos. Mientras disfruta de ver crecer a sus hijas, quienes parecen tener también impregnado el gen de la aventura y encuentran en él un ejemplo de fortaleza y fuente de inspiración que difícilmente hallarán en otro lado, se entusiasma con conocer el Himalaya y con participar de los Juegos Paralímpicos de París 2024 en la modalidad de carreras de handbike. Pero, al mismo tiempo también se encarga de dejarle una lección al mundo y espera que su experiencia pueda serle de ayuda a quienes están atravesando por momentos complejos.
“Creo que el mensaje es que todos hemos vivido situaciones difíciles y depende mucho de nosotros el cómo queramos afrontarlas. Depende de nosotros si nos quedamos atrapados en ese rol de víctima o si transformamos esta tragedia en una oportunidad y rompemos esta barrera que nos ponemos nosotros mismos muchas veces. Yo trato de transmitir el mensaje de ser agradecido con lo que sí podemos hacer porque en el rol de víctima uno se queda atrapado en lo que no puede hacer. Hay una frase que me gusta mucho de Bert Hellinger que dice: ‘La vida no te da lo que quieres, sino lo que necesitas para evolucionar’, y eso a veces es duro, pero si sabemos sacarle lo bueno, ya es un logro y un éxito”.