Conquistarlo es el deseo de muchos. Quizás por la adrenalina y la satisfacción que puede proporcionar llegar a su cima, son cientos los hombres y mujeres que cada año buscan escalar la totalidad de los 8848,86 metros del Everest, la montaña más alta del planeta. Pero no todos pueden lograrlo. Algunos desisten en el camino y otros perecen en el intento y quedan, para siempre, durmiendo su sueño eterno en esas hostiles laderas.
Por La Nación
Según diversos historiadores del llamado “techo del mundo”, ubicado en la cadena del Himalaya, -que actúa como frontera natural entre Nepal, India y la región del Tibet-, hay más de 200 cadáveres repartidos en distintos puntos en las alturas del Everest. Algunos perdidos en grietas, otros cubiertos por la nieve y otros, más expuestos y a la vista, que incluso son usados por los escaladores como mojones o marcas de referencia en su camino a la cima.
De hecho, existe una zona en el lado norte de la montaña, que supera los 8000 metros de altura, que es conocida como “el valle del Arco Iris”. Esto se debe al color que le imprimen las coloridas camperas, pantalones y calzado de los aventureros muertos en sus intentos de alcanzar el extremo más alto del lugar. Son montañistas que quedaron tendidos allí para siempre, víctimas de una caída, de una avalancha, una tormenta de nieve, de su propio agotamiento, del mal de altura o simplemente del hecho de no saber o no querer pegar la vuelta cuando el cuerpo ya no puede más.
Bien conservados, casi momificados, por el gélido clima del lugar, algunos de estos cuerpos de aventureros fenecidos se convirtieron en una leyenda para los que tuvieron ocasión de pisar el Everest. Y sus historias son dignas de ser contadas.
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