La clase media venezolana, en todos sus niveles, sufre de incongruencia de estatus, como lo llaman los sociólogos. Es portadora de valores y principios que ya no se compadecen con los recursos materiales de que dispone cayéndosele la casa encima o deteriorado el apartamento que pagaron con sacrificios por cuotas de largos años, de imposible acceso a una póliza de seguro, con el el carro dando trastazos si es que ha sobrevivido, con sus hijos o nietos, los que aquí se quedaron, sin aula presencial o virtual. Fue deliberada la tarea del chavismo para reducirla y destruirla, no cabe dudas, a favor de una minoría de privilegiados que no pueden tildárselas de clase media, porque carecen d valores y principios, les importa un bledo asistir o no a una universidad y, faltando poco, sus bienes tienen por origen el delito, el tráfico de influencias, la corrupción, entre otras de las lindezas rojo-rojitas.
Nuestra legítima clase media va – precisamente – a medias sobreviviendo, pero no se le puede destruir con facilidad: por encima de los bienes legítimos que tiene o le quedan, mucho, poquito o nada, es portadora extraordinaria de los valores de la libertad, del trabajo, del esfuerzo, de la educación, de la fraternidad, que hacen a la República Liberal. Por más de veinte años ha aguantado la mecha de este desgobierno y no se ha entregado, ni entregará con facilidad. Ella se sabe con una responsabilidad histórica: la de reconstruir al país cuando huyan cobardemente o vayan a parar a la Corte Internacional Penal, los rojo-rojitos.