Naufragios, tifones, fiebres tropicales, hacinamiento en las bodegas de una nave, carrera por la vacuna, hostilidad de autoridades locales, competencia con otras naciones… Algunos rasgos de esta aventura de principios del siglo XIX pueden parecernos familiares en el contexto de la pandemia de hoy; pero si algunos rodean de épica los vuelos comerciales que buscan la vacuna en sus sitios de producción, la de Francisco Javier Balmis, médico enviado por el rey de España Carlos IV, fue una verdadera odisea que insumió más de tres años y debió enfrentar muchos obstáculos: naturales y políticos.
Por infobae.com
Fue además una empresa altruista: Balmis era un funcionario a sueldo de la corona que, tras cumplir su misión, murió con honores en Madrid en 1819, pero pobre.
En 2020, el Gobierno español actual bautizó Operación Balmis su campaña contra el coronavirus, en homenaje al médico que dirigió aquella misión. En buena hora: su historia merece ser rescatada del olvido.
Era el 30 de noviembre de 1803. Ese día, comandada por el alicantino Francisco Javier Balmis (1753-1819), médico militar, zarpaba del puerto de La Coruña la que hoy es considerada como la primera misión sanitaria internacional.
A bordo de la Corbeta María Pita, dos niños, huérfanos, inoculados contra la viruela oficiaban de portadores vivos de la vacuna. A lo largo del viaje, a los 9 ó 10 días, con el fluido de sus llagas se inocularía a otros dos y así sucesivamente, en una cadena de transmisión hasta la llegada a destino. Como en la actualidad, el desafío era el transporte. Había que garantizar que la vacuna llegara en buenas condiciones.
La viruela era hasta ese momento la más grave de las enfermedades epidémicas, por su alta contagiosidad y letalidad. Con una tasa de mortalidad del 90 por ciento, era más mortífera que la guerra. Los sobrevivientes llevaban para siempre los estigmas en la piel. Anualmente, la viruela se cobraba unas 200 mil vidas en Europa. Y cuando los conquistadores españoles llegaron a América, hizo estragos en la población nativa. Según algunas estimaciones, la viruela había exterminado a una quinta parte de la población azteca.
Este mal afectaba a gente de todas las edades y estratos sociales. En 1724 había muerto de viruela el joven rey Luis I de España con apenas 17 años de edad y a menos de un año de su coronación.
El propio Carlos IV, cuyo reinado se extendió de 1788 a 1808, había perdido a una hija por causa de la viruela. Por lo tanto, cuando Balmis le habló de la vacuna creada por el médico inglés Edward Jenner y le expuso su plan para una campaña masiva de vacunación en las colonias españolas de todo el mundo, éste no dudó en respaldar la iniciativa.
Los 22 ángeles
En el año 2016, cuando el mundo todavía no intuía la pandemia de COVID-19, una serie coproducida por Radio Televisión Española y Four Luck Banana recreó la misión humanitaria del doctor Balmis, con el título “22 ángeles”. A la distancia, resultan fascinantes los avatares de aquellos raros expedicionarios y de aquellos niños sin infancia, embarcados en una aventura incierta en el tiempo y en la distancia.
La razón por la cual Balmis optó por estos pequeños transportadores brazo a brazo fue que era más fácil que niños pequeños no hubiesen tenido ningún contacto previo con el virus.
Edward Jenner era un médico rural inglés que en 1796 observó que los campesinos que ordeñaban vacas contraían un tipo de viruela diferente -la viruela de las vacas precisamente- que las inmunizaba frente a la otra. Se puso a estudiar el fenómeno y a experimentar con humanos y en el año 1800, cuando Europa estaba siendo castigada una vez más por la viruela, su investigación llegó a buen término y su descubrimiento empezó a extenderse.
La llamada “linfa vaccinal” se transportaba entre vidrios, pero para una travesía del Atlántico era un método poco seguro y se corría el riesgo de que la vacuna se perdiera. Fue por eso que Balmis ideó la cadena humana con los pequeños “ángeles”.
El mecanismo consistía en impregnar un bisturí en “linfa vaccinal” e introducirlo en el brazo del niño mediante una incisión subcutánea. Unos diez días después, aparecía un puñado de pústulas o granos vacuníferos. Antes de secarse, estos granos exudaban un fluido que era inoculado en otro niño. Así sucesivamente, hasta llegar a destino.
Para reclutar a los niños, se intentó primero la cesión voluntaria por los padres. Se ofreció para ello su mantenimiento y educación a cargo de la Corona, hasta que hallaran un oficio y empleo. Pero no era sencillo encontrar familias que desearan ceder a sus hijos para una aventura tan incierta y lejana.
Hubo que recurrir a niños sin familia. Balmis se dirigió entonces a la Casa de Expósitos de La Coruña y en acuerdo con la rectora, Isabel de Cendala y Gómez, que se sumó a la expedición con su propio hijo, seleccionó a 22 huérfanos en edades de 4 a 10 años.
La carrera por la vacuna
La primera escala del viaje fueron las islas Canarias donde Balmis procedió a vacunar a la población. En febrero de 1804 tocaron tierra americana, en Puerto Real, Puerto Rico. Allí se enteraron de que la vacuna ya había sido introducida por el cirujano Francisco Ollier que había traído el flujo salvador desde la isla Saint Thomas, entonces en manos de Dinamarca que la había obtenido a su vez de los ingleses.
Desde entonces, la expedición de Balmis conocería alternativamente recepciones fervorosas y agradecidas allí donde la vacuna no había llegado aún; o bien repudio, recelo y hasta agresiones en los sitios donde alguien les había ganado de mano. Cabe señalar que, mientras la expedición de Balmis era filantrópica -no se cobraba la vacuna y todos los gastos corrían por cuenta de la Corona- muchos de los introductores de la vacuna en América aspiraban a un provecho pecuniario -cuando no eran directamente contrabandistas- y su accionar derivaba con frecuencia en la formación de un mercado negro, en el que la vacuna circulaba a precios exorbitantes.
El descubrimiento de Jenner se había difundido con toda la rapidez que permitían los transportes de la época. Así como el Rey de España se interesó de inmediato y buscó proteger a sus súbditos y poner fin a las periódicas catástrofes demográficas, tanto en la metrópoli como en las colonias, otros gobiernos emprendían la misma búsqueda.
La vacuna era una buena noticia que llegó a América antes que Balmis. En algunas partes, las autoridades locales se la habían procurado eludiendo el rígido monopolio comercial español, como de hecho sucedía con otras mercancías.
La diferencia entre la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna que encabezaba Francisco Javier Balmis y las iniciativas anteriores de vacunación era que la del enviado del Rey era una verdadera campaña sanitaria: no se limitaba a vacunar sino que en cada punto creaba juntas que se encargarían en adelante de la conservación de la vacuna y de su aplicación regular a toda la población.
Unos meses después de su llegada a América, en Venezuela, el contingente se dividió, y mientras Balmis continuaba la expedición hacia el Norte, hacia México, y luego desde allí hacia Filipinas, su segundo, el médico Joseph Salvany y Leopart, se encaminó hacia el sur llegando hasta Cochabamba, hoy Bolivia, donde murió en 1810.
Desde allí escribió, en un informe de su viaje: “No nos han detenido ni un solo momento la falta de caminos, precipicios, caudalosos ríos y despoblados que hemos experimentado, mucho menos las aguas, nieves, hambres y sed que muchas veces hemos sufrido”. Y en un intento por transmitir del modo más realista posible la odisea vivida, agregaba: “¿Y qué se dirá si, al expresado, casi insufrible padecer, se agrega el haber ido necesariamente con criaturas, conduciendo en sus brazos el maravilloso preservativo? (…) ¿Y qué finalmente, se dirá, sobre lo mucho que hemos trabajado para persuadir a los indios al objeto de que firmemente creyeran en la eficacia y virtud de la vacuna?”
Un párrafo que sintetiza y describe muy bien la clase de viaje emprendido por estos expedicionarios.
En Nueva Granada (hoy Colombia) la vacuna fue introducida gracias al comercio ilegal con las colonias inglesas cercanas. Algo similar pasó en Lima. “Se vendían públicamente cristales con el pus -escribió Salvany- a precios muy subidos, y salían a vacunar a los pueblos comarcanos y exigían cuatro pesos a cada vacunado”.
La rigidez del monopolio español y las grandes distancias que separan a las colonias de la metrópoli volvían inevitable el desarrollo de ese mercado paralelo y, en algunas regiones, dificultaban aún más el trabajo de la Real Expedición Filantrópica.
También a La Habana había llegado la vacuna antes que Balmis, llevada por un médico desde Puerto Rico. Y lo mismo sucedió en Veracruz, México. Pero en otras regiones, la misión vacunatoria era recibida con júbilo y toda clase de atenciones.
A lo largo del periplo, hubo que reclutar más niños. En otros casos, las autoridades locales les cedieron soldados. Y en última instancia, hubo que comprar esclavos.
A comienzos de 1805, Balmis, junto con dos de los médicos, Isabel Cendala y 27 niños mexicanos zarpó de Acapulco con dirección a Filipinas.
En este tramo de la misión, las comodidades en el “Magallanes” eran pocas y los niños padecieron una dura travesía durante la cual, debido al hacinamiento y los movimientos de la nave, hubo inoculaciones accidentales.
Llegaron a Manila el 6 de abril de 1805, tras 67 días de viaje, pero el padecimiento fue compensado por un recibimiento espléndido. Balmis vacunó en Filipinas, en Macao y llegó hasta Cantón, en China. Pese a algunos conflictos con los comerciantes ingleses, logró no solo vacunar sino enseñar a preservar el fluido, creando Juntas Médicas de la Vacuna en China, según consigna un detallado artículo de la Revista Médica del Uruguay (vol.23 no.1, marzo de 2007).
En el viaje de regreso, en septiembre de 1806, Balmis hizo escala en la isla de Santa Elena, donde años después sería desterrado Napoleón. Allí dejó a dos niños portadores de la vacuna a cambio de lo cual las autoridades locales reaprovisionaron la expedición.
El 7 de setiembre de 1806, Francisco Javier Balmis fue recibido como un héroe en la Corte española por el rey Carlos IV, que lo nombró Cirujano de Cámara e Inspector General de la Vacuna en España.
Se calcula que unas 250 mil personas fueron vacunadas directamente por la expedición de Balmis y Salvany. Pero en los años subsiguientes otras tantas personas fueron vacunadas en América y Filipinas por los agentes entrenados por estos médicos pioneros.
Al tener noticias de esta misión, el creador de la vacuna, Edward Jenner dijo: “No me imagino que en la memoria de la Historia haya un ejemplo de filantropía tan extenso y noble como éste”.
Lamentablemente, se desconoce el destino de los niños que partieron desde La Coruña en esta misión. La mayoría posiblemente quedó en México, dado que, una vez inoculados, debían ser sustituidos por otros “portadores”. Sí se sabe que su cuidadora, Isabel de Cendala y Gómez, regresó a España desde Filipinas, antes incluso que Francisco Javier Balmis, a quien no acompañó hasta China.
El destino de los pequeños queda para la imaginación o para el argumento de una serie que, aunque no puede hacerles toda la justicia que merecerían, sí al menos rescatarlos del anonimato e inscribirlos en la historia.