El de EE. UU. es un sistema electoral, arcaico -caduco para muchos- alambicado, quizás bizantino. Sin embargo, Freud, decía: “Uno, no es lo que es, sino lo que cree que es”. A los norteamericanos, por más de 200 años les han parecido sus votaciones confiables, eficaces y eficientes, cristalinas, hasta que advino el llamado trumpismo, con sus cargas de profundidad para desacreditarlo.
Ni siquiera se habían recogido los manteles de las mesas de votación, cuando Trump a través sus abogados y partidarios más recalcitrantes, emprendió una andanada de más de 60 demandas judiciales por supuesto fraude. Todas, sin faltar ninguna, fueron declaradas infundadas, muchas, por jueces postulados por el propio demandante o por anteriores jefes de Estado de su misma tendencia.
La convocatoria para el voto popular general, para elegir el Presidente por el período (2021-2025) correspondió para el tres de noviembre pasado. Sin embargo, antes de esa fecha, la normativa aplicable, permitía votar por correo o de manera presencial, en locales especialmente habilitados. En EE UU, no existe autoridad electoral nacional. Cerrada cada votación general popular, el árbitro electoral local, la certifica y remite a la Secretaría de Estado, también local, quien la recertifica, para así quedar, proclamados, los delegados electorales, que han de votar el 14 de diciembre siguiente, ya de manera directa, por su candidato a Presidente. El acta de tal votación de segundo grado, a su vez, se somete a nueva certificación que es remitida al Congreso, para que el seis de enero siguiente, se celebre sesión conjunta de las cámaras del senado y de representantes, protocolar -por lo menos hasta la muy tumultuosa sesión de ayer seis de enero- para que ratifique la elección del Presidente de parte de los delegados. A menos que surjan cuestionamientos, avalados por un miembro, por lo menos, de ambas cámaras. En cuyo caso, cada una de éstas vota por separado, para acoger o desestimar el o los cuestionamientos. La única forma de detener la toma de posesión del votado, es que ambas cámaras cuestionen el proceso electoral. Algo nunca, registrado en la Historia. Además de su retahíla de demandas judiciales, Trump, encabezó un verdadero plan, para presionar a los encargados de tales certificaciones y recertificaciones, con el objeto que se abstuvieran de cumplir sus funciones. El uso de medios tradicionales de comunicación, redes sociales, mítines y concentraciones de calle sazonaron, además, tal escalada. La coda del intrusismo electoral, quedó en evidencia con la divulgación de grabación de un telefonema con el Secretario de Estado de Georgia, a quien, el Presidente en ejercicio, sin remilgo alguno, le solicitó prefabricar 11.780 “voticos” con los que aspiraba a escamotearle a Biden su victoria en el estado de Georgia.
Ayer, seis de enero, los hechos se desarrollaron,rápidos y espasmódicos, como los movimientos de película muda. El señor Trump, calificó de traidores a los señores Mitt McConnell y Mike Pence, vistos hasta entonces, como sus aliados incondicionales. Al último de los nombrados, en específico, porque en su carácter de Vicepresidente de EE. UU. y de presidente ad-hoc de la Cámara del Senado, manifestó su disposición de recertificar la elección del señor Biden, como Presidente para el período 2021-2025, de autorizarlo así el parlamento en pleno.
La mencionada sesión conjunta de las cámaras, fue interrumpida por el asalto de las turbas de partidarios del señor Trump. Una deliberación que suele tomarse un par de plácidas horas, se convirtió, así, en Campo de Agramante, con el lamentable saldo de una dama fallecida en la propia sede del Parlamento y tres muertos más en las calles.
¿Qué viene a continuación?
Todos los obstáculos operativos, para la juramentación y toma de posesión del señor Biden, como Presidente han sido removidos, con la ratificación de este último por la sesión conjunta parlamentaria, finalizada al filo de las tres de la madrugada de hoy siete de enero. Parece improbable por no decir imposible, otra dilación o impedimento para la juramentación y toma de posesión del señor Biden como Presidente. Con o sin la presencia del señor, Trump.
Como consecuencia del asalto de anoche, se habla con insistencia de la aplicación -para nosotros improbable- de la enmienda 25, de la Constitución, que permitiría declarar la insania de Trump, con su subsiguiente remoción, antes del 20 de enero del cargo de Presidente.
Luce inminente, un choque de trenes por el control de la maquinaria republicana o, quizás, un posible desprendimiento de esta última, con Mr. Trump o uno de sus hijos a la cabeza, de un nuevo partido político de tendencia ultra derechista. Todo lo anterior aderezado, con una posible avalancha de procesos judiciales, contra miembros de la familia Trump. Algo que el polémico jefe de Estado podría neutralizar con una serie indultos y autoindulto, este ultimo de legalidad precaria para nosotros. Por lo pronto, lo único que parece seguro, es parafrasear la célebre, expresión de la zaga televisiva: “Mr. Trump ¡Usted está cesanteado!”
@omarestacio