¿Alguien puede creer que 2021 será mejor que 2020? Tal fe podría ser el mejor chiste de castromaduristas y de opositores, todos aferrados a sus respectivas cuotas de poder y ganancias, desde que en 1998 los grandes partidos se esfumaron entre las máscaras de Hugo Chávez, las orientaciones e hipocresías de la estrategia de codicia de Fidel Castro y la cabalgata ingenua y pedante de Salas Romer hacia un Carabobo que ya no era siquiera fantasma del pasado, la gran inocentada desde la muerte de Gómez, por sólo poner alguna fecha.
Pase lo que pase en Estados Unidos, tenga o no parkinson y esté pensando en retirarse Putin, esté al frente de lo que los Castro han dejado en Cuba el hijo del hermano menor o sólo sea un parapeto sostenido con las uñas de la represión, la Venezuela castromadurista con su nueva mayoría parlamentaria y sus mismas comunas en crecimiento, no va a cambiar.
Aunque los chinos hayan sido los inventores de internet y los estadounidenses del coronavirus –Maduro dixit entre baile y baile-, el desastre venezolano seguirá en su ruta estratégica –es un decir- marcada, la de destruirlo todo pero no para comenzar de nuevo una nueva república, sino para consolidar las ruinas.
La estrategia de destruir para reconstruir ya fracasó en todo el mundo, sólo los chinos han logrado levantar un país nuevo conservando el poder central pero animando a los centenares de millones de funcionarios y campesinos a emprender por su cuenta. Vigilados por el Estado y el ejército, como ya es costumbre, pero con la posibilidad de convertirse en empresarios de diversos tamaños y en más o en menos millonarios por su cuenta y riesgo. Rusia derribó el muro y al comunismo, pero siguen siendo una megapotencia con pies de barro, con una economía endeble, poco tiempo les queda para más que alardear un poco mientras tratan de siquiera igualarse económicamente con sus clientes petroleros europeos.
De manera que el castromadurismo seguirá sobreviviendo con el poco petróleo que ha logrado sobrevivirlo y que se reparte entre tres: para pagarle deudas colosales a los chinos, para enviar lo que se pueda a Cuba y para beneficiar a los venezolanos si algo sobra. Ya la gasolina es iraní y llega tarde y lenta, el azúcar y la leche en polvo brasileñas, las afeitadoras y los espirales antizancudos chinos y son una mierda.
Hemos logrado la coincidencia ideal del concepto estratégico del país estúpido, un régimen de tiranía a medias, con una oposición que poco inventa y menos ve más allá de sus curules y narices, y una ciudadanía ignorante resignada a las minucias que la precaria organización comunal les da.
Alerta Monseñor Moronta que lo que viene es la oficialización parlamentaria del estado comunal con la rediseñada mayoría legislativa, y puede que tenga razón en cuanto a nuevas leyes para rodear a la Constitución chavista aprobada entre lluvias torrenciales y un deslave monumental. Pero el espíritu comunal ya existe, ya opera y distribuye a su precario criterio, tras cobrarlas previamente, las cajas y bolsas CLAP (antes infladas en sus costos porque hay cuentas revolucionarias que alimentar), entre otras iniciativas.
Seguramente ese nuevo estado constitucional comunal dejará sin efecto alcaldías y gobernaciones, lo cual significa que enredarán aún más el desastre y forjaremos, unos por corrompida comisión, otros por resignada omisión, el silencio y la miseria que han sido las características civicomilitares de esto que llaman revolución.
Y quizás hasta logren lo que ya se logró en la Venezuela de cambios tras la muerte de Gómez y la huida de Pérez Jiménez. Que los ladrones conserven sus fortunas y sigan fortaleciendo la nueva aristocracia del dinero. Y entonces, con ayuda y control de Estados Unidos y algo de Europa –los europeos tienen más historia y mucho más por hablar antes de actuar, historia vieja- se dedicarán a construir un nuevo país con ellos como nuevos –pero no innovadores- motores de inversión, compraventa y crecimiento.
En lo personal me importa un pepino porque mi edad me garantiza que estaré muerto, aunque Monseñor Moronta tiene cardenalato y edad para llegar hasta a Papa. Después de todo, si ya tuvimos un agitado polaco duramente anticomunista, un alemán culto que no aguantó la mecha y un argentino que no termina uno de entender si es peronista, comunista o jesuita enredador, ¿por qué no uno de los Andes venezolanos, Táchira incluido?
Esto no se lo llevó quien lo trajo, en realidad seguimos esperándolo. Con sólo una esperanza: la transición.