La querida Caracas, una ciudad donde las posibilidades siempre fueron infinitas y definitivamente los cuentos hacen que la mente vuele al pasado gracias a la historia que cada rincón posee.
lapatilla.1eye.us | Katerín García
En esta segunda entrega de la serie “Crónicas de Caracas”, conocerás más anécdotas sobre la ciudad que en algún momento fue ejemplo de progreso para la región suramericana, con avances inigualables incluso en la época colonial.
Con más de 400 años, “la ciudad de la furia” conserva su historia intacta en muchos casos, como lo plasmamos aquí, contando de dónde viene el nombre de cada esquina.
Caracas es la única ciudad en el mundo que mantiene los nombres de estos cruces, tal como en su momento los habitantes de aquella época de vestidos armados y carruajes decidieron llamarlos.
Las esquinas que hoy te describimos gozan de nombres algo extraños Avilanes, La Marrón, La Romualda y Socarras, pero ¿a qué se deben estas particulares designaciones?…
Descúbrelo a partir de este nuevo recorrido fotográfico:
Esquina Avilanes
El relato de este cruce considera dos aspectos que caracterizan a los venezolanos, la rumba y una carismática jocosidad..
Resulta que para 1875, aquí vivían unos hermanos músicos, apellidados Avilán. Ellos eran cuatro y fueron durante años los más cotizados en la ciudad para amenizar retretas y fiestas.
Cabe destacar, que esta esquina es una de las más populares en la parroquia La Candelaria y a raíz de los hermanos Avilanes tener este espacio como su hogar, los lugareños impusieron su apellido como nombre del lugar.
Esquina La Marrón
Los Marrón, fueron otra emblemática familia en Santiago de León de Caracas durante la primera mitad del siglo XVIII. A partir de aquí viene la curiosa historia.
Don Lorenzo Marrón, se codeaba con los personajes más distinguidos de la ciudad en grandes banquetes, reuniones y aprovechando que su hogar estaba cerca de “el juego de la pelota” – ¿recuerdan? – practicaba el deporte vasco con la nobleza.
Sin embargo, en ese entonces la gente comenzó a llamar el sitio tal por su apellido “de Marrón”. Con el transcurso del tiempo y la conformación familiar de Don Lorenzo, nacieron dos niñas que al crecer fueron unas mujeres sumamente agraciadas (o al menos eso cuentan).
Desde el crecimiento de Margarita Petronila y Ana María Marrón, a la esquina comenzaron a llamarla “Las Marrones”, en honor de la belleza que estas jóvenes inspiraban, apodo que llevaban las hermanas.
Esquina La Romualda
Como referencia histórica en esta zona se tiene la construcción del puente Fuerzas Armadas, uno de los primeros puentes construidos en la ciudad sobre el río Catuche. La obra se realizó para garantizar el paso hacia La Candelaria por el constante crecimiento del raudal.
Justo en esa encrucijada estaba la “concurridísima” peluquería de Doña Romualda Caraballo Rubí en 1824, una cocinera muy reconocida. Además, era admiradora de “El Libertador” y apodada como “ña Romualda”.
Esta mujer en reiteradas oportunidades contribuyó con las reparaciones del puente que hoy en día es un refugio de negocios improvisados.
Lo más curiosos es que “ña Romualda” como era cocinera, brindaba banquetes exquisitos, en los que sus comensales buscaban la tradicional sopa de mondongo, que el mismo presidente José Antonio Paéz en algún momento también deleitó.
Lo más hermoso de esta historia no es solo que Romualda logró hacerse reconocida desde la humildad. Ella cumplió su sueño, ver a Simón Bolívar y de hecho la historia cuenta que la doña dijo: “Puedo morir en paz, he visto a El Libertador”.
Esquina Socarras
Aquí se encontraba la “botica” del Dr. Francisco Javier de Socarrás, un médico cubano y tío de Francisco Javier Yanes conocido por ser el “padre de la historia venezolana”.
Socarrás le compró la “botica” a Rafael Ellelker, otro médico colonial llamado por muchas personas como “Don Rafael el Inglés” durante la pandemia de viruela que azotó a Caracas durante 1840.
Otro dato curioso sobre la “esquina de Socarrás”, es que en 1900 Cipriano Castro sufrió un atentado mientras paseaba en el coche presidencial. Esto terminó en un intento frustrado por el agente de policía nº 111, quien desvió el arma con la que pretendían asesinar a el entonces presidente.