En el poder desde hace más de un cuarto de siglo, el presidente de Bielorrusia, Alexandr Lukashenko, que fue reelegido el domingo, es un caso único en Europa. Además de sus ideas neoestalinistas, sus tendencias autoritarias y su rancio machismo, niega categóricamente la existencia de una pandemia de COVID-19.
“En nuestro país no ha muerto ni una sola persona de coronavirus. ¡Ni una sola!”, dijo en su momento Lukashenko en unas declaraciones muy criticadas en Occidente que desembocaron en una visita de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Lukashenko, de 65 años y en el poder desde 1994, ganó las elecciones, pero su victoria puede ser pírrica, ya que está mancillada por el descontento social, las protestas antigubernamentales, el estancamiento económico y las tensiones con Rusia, su principal aliado y socio comercial.
NO HAY PANDEMIA QUE VALGA
Mientras el ministerio de Sanidad sigue informando diariamente sobre cientos de contagios, Lukashenko se mantiene firme en su actitud negacionista en un intento desesperado de salvaguardar la imagen del país que más recuerda a la antigua Unión Soviética.
La lógica de Lukashenko es aplastante. Para el antiguo director de una granja colectiva los muertos por coronavirus, en realidad han muerto debido a un “ramillete de afecciones crónicas”, desde insuficiencias cardíacas y respiratorias, a diabetes.
“Os lo advertía hace tres meses. La pandemia no solo es una enfermedad. Es una lucha política y, como vemos hoy, una guerra económica. Todos los países intentan aprovechar esa enfermedad para sacar ventaja y, si pueden, aprovecharse de los otros”, afirmó recientemente.
Ni siquiera reconoció el peligro de la enfermedad después de que sus médicos personales le informaran de que había contraído el virus, aunque de manera asintomática.
“Como yo he dicho, el 97% de nuestra población está pasando esta infección asintomáticamente. Gracias a Dios, yo he logrado entrar en este ejército de asintomáticos”, señaló.
A sus 65 años es tarde para cambiar. Y el KGB, el único país donde el Comité de Seguridad Estatal aún conserva su acrónimo, le ha ayudado a imponer su voluntad desde que asumiera la Presidencia en 1994.
No obstante, Lukashenko cometió un error de cálculo al minusvalorar al coronavirus como instrumento de cambio.
Su actitud durante la pandemia provocó la mayor ola de descontento popular que se recuerda en este país y dio alas a la oposición, incluso después de que el KGB detuviera a sus líderes.
PURGAS OPOSITORAS
Conocido durante mucho tiempo como el “último dictador de Europa”, Lukashenko había hecho votos en los últimos años por controlar sus instintos represores e incluso liberó a un buen número de presos políticos.
Eso mejoró las relaciones con Occidente, que parecía dispuesto a darle una nueva oportunidad a Minsk en aras de poner una cuña entre el Kremlin y su principal aliado.
No obstante, Lukashenko acabó por perder los nervios ante la imparable campaña de movilización popular puesta en marcha por la oposición democrática.
El bloguero Serguéi Tijanovski se convirtió de la noche a la mañana en un héroe nacional y el banquero Víctor Babariko recogió casi medio millón de firmas.
“Algunos siguen incitando a la gente a un Maidán el 9-10 de agosto. Dios no lo quiera que estalle un incendio y se propague por todo Minsk. No podemos permitirlo y no lo permitiremos”, dijo.
Lukashenko no tardó en hacerles pagar caro su descaro. El primero fue detenido y acusado, entre otras cosas, de instigar desórdenes masivos. El segundo fue apresado después de presentar sus firmas por diversos delitos económicos.
Detrás de ambos, según Lukashenko, estaría Rusia, representada por el consorcio gasístico Gazprom, interesado en la desestabilización de Bielorrusia, a la que está enfrentada debido a los suministros de gas.
Pero la oposición tenía un as en la manga. La esposa de Tijanovski, Svetlana, tomó el testigo y logró lo imposible, unificar a la oposición con la promesa de convocar unas elecciones auténticamente democráticas en un plazo de seis meses.
“El pueblo bielorruso ha despertado de su letargo”, aseguró.
PUTIN, UNA RELACIÓN TORMENTOSA
“Somos hermanos eslavos”, siempre le ha gustado decir a Lukashenko, cuando se dirigía al jefe del Kremlin, Vladímir Putin, y al vecino del norte, Rusia.
Le iba la vida en ello, ya que Rusia es su principal socio económico y militar, fuente de créditos, destino de sus exportaciones y mayor suministrador de petróleo y gas.
Pero las estrecheces económicas en Rusia cambiaron las tornas. Después de varios años de pulso, los liberales rusos se llevaron la partida en su intención de convencer a Putin de que Moscú no podía seguir subsidiando a Bielorrusia.
Seguidamente, Lukashenko empezó a quejarse de que la “hermana” Rusia le quería cobrar por el gas y el petróleo lo mismo que a otros clientes como Polonia o los bálticos.
Las tensiones alcanzaron su cenit a principios de año, cuando Rusia suspendió el suministro energético, pero Bielorrusia había golpeado primero.
Lukashenko dio una auténtica bofetada a Putin al negarse a firmar el tratado de la Unión Estatal entre ambos países con el argumento de que no está dispuesto a ceder ni un puñado de soberanía nacional.
Dicho desplante puede tener graves consecuencias geopolíticas para el Kremlin, ya que Bielorrusia es el único territorio que separa a la OTAN de las fronteras de Rusia.
“Sinceramente, veo a Putin como mi hermano mayor. Hay cierta tensión entre nosotros, ya que ambos tenemos una fuerte personalidad (…) Putin hace una promesa, el Gobierno ruso decide lo contrario. Yeltsin lamentó que eligió a Putin como sucesor”, dijo en una reciente entrevista con la televisión ucraniana.
GIRO A OCCIDENTE
Las tensiones con Rusia coincidieron con la normalización de las relaciones con Occidente, especialmente con Estados Unidos, que levantó las sanciones contra Minsk.
Lukashenko siempre ha defendido que su país es un puente entre el este y el oeste, tanto en el sentido político como geográfico del término, pero a la hora de la verdad nunca apostó por una sincera cooperación con Bruselas o Washington.
La Unión Europea había intentado en varias ocasiones doblegar esas reticencias con una mezcla de realpolitik y dinero, aunque los avances fueron muy tímidos.
EEUU, que lleva doce años sin embajador en Minsk, ha dado el paso más ambicioso al enviar en mayo pasado un petróleo con un cargamento de 80.000 toneladas para Bielorrusia.
El secretario de Estado, Mike Pompeo, fue hace unos meses el más alto funcionario estadounidense en viajar a Minsk en más de 25 años y se mostró dispuesto a cubrir “el 100 por cien” de la demanda de petróleo bielorrusa “a unos precios competitivos”.
Criado en la Guerra Fría, Lukashenko afronta tras su victoria un dilema sin solución. Depende de Rusia, que le exige absoluta lealtad, pero su supervivencia política puede radicar en la apertura a Occidente.EFE