Hoy vivimos dos guerras nuevas, la biológica y la cibernética, y podríamos no estar conscientes de ello. ¿Qué pasaría si en estos momentos cuando todos vivimos conectados y trabajamos, nos informamos y hacemos todas las transacciones virtualmente, se afectara nuestra conectividad por un ataque cibernético?
Por Juan Carlos Restrepo Piedrahíta / elespectador.com
Los estudiosos de las guerras y los temas de defensa tienen claro que las próximas guerras bien pueden ser, o están siendo, guerras biológicas o guerras cibernéticas. El costo de la guerra regular, aquella que demanda costosos equipos como barcos porta aviones, tanques y aeronaves de combate hoy son menos costo-eficientes, y grandes aparatos militares y de inteligencia como los que tienen los Estados Unidos y el Reino Unido son hoy menos eficaces para detener las nuevas formas de agresión de enemigos tradicionales como Rusia, Korea del Norte o Irán. No es que no sean necesarios, pero los arsenales que han mantenido a los tradicionales hegemones hoy no garantizan su seguridad.
Hoy el mundo entero se encuentra en jaque por el SARS-CoV-2 o COVID-19, un virus letal que ha causado ya más de 18 millones de contagios y más de 700.000 muertos (160.000 en Estados Unidos, la mayor potencial global), y que mantiene al mundo encerrado y ad-portas de la mayor crisis económica que haya conocido nuestra generación. Mientras pareciera haber consenso en que el virus se originó en un laboratorio ubicado en Wuhan, China, las circunstancias en que esto ocurrió es difusa, y pareciera haber más esfuerzos de parte de China por ocultar la información que por aclararla. Hay estudios que afirmarían que en dicho laboratorio el virus habría recibido componentes que lo hicieron más peligroso. Los teóricos de la conspiración sostienen que se trata de una acción deliberada de China, y otros afirman que el virus se creó por humanos, y se liberó accidentalmente. Sir Richard Dearlove, un exdirector del servicio secreto británico MI-6 entre 1999 y 2004 valida lo anterior, aunque con oposición de sectores de la comunidad científica. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, por su parte lo llama “el virus chino”, y es una razón más que aviva el creciente distanciamiento entre las dos naciones en un año donde Trump se juega su reelección, y su manejo de la pandemia le resta favorabilidad cada día.
No pretendo aquí probar la teoría de la conspiración, pero tampoco me parece creíble que el virus haya venido de un murciélago mal cocinado. Cualquier laboratorio de investigación en China es controlado por el Estado, así como sucede con cualquier otra actividad científica, académica o económica en ese país. La información en China es controlada por el Estado y no es transparente para el mundo. No obstante, no necesitamos de la venia del gobierno chino para entender que el potencial destructivo de las armas biológicas ha venido siendo estudiado y utilizado en la guerra y en la politica principalmente por países tradicionalmente antípodas de occidente como Irak, Corea del Norte, Rusia y China. En Rusia, por ejemplo, líderes opositores y espías han sido sistemáticamente asesinados o contaminados mediante envenenamiento, y en Irak ha sido usada por el gobierno contra su propia gente. Kim Jong-nam, un hermano de Kim Jong-un, fue asesinado en 2017 en Malasia con un agente nervioso VX, una de las armas químicas más potentes conocidas.
En la economía política, frente a cada evento hay que preguntarse quién gana y quién pierde. Desde hace varios años Estados Unidos, y el mundo occidental en general, han venido provocando a China mediante bloqueos en la Organización Mundial de Comercio y guerras comerciales. La administración Trump lo ha hecho de manera intensa. El mundo occidental le teme a China por el potencial de dominio que tiene si obtiene acceso pleno a los mercados donde Estados Unidos y los países europeos campean, y China necesita herramientas de cualquier clase para conseguir que eso sea así. Al mismo tiempo que el mundo occidental es incapaz de competir con los costos de producción de los bienes provenientes de un país donde los derechos de los trabajadores prácticamente no existen, muchas de las empresas más importantes del mundo dependen de insumos provenientes de China. Una pandemia como la que estamos viviendo, con las consecuencias conocidas y por conocer de la crisis económica que se avecina y el desplome de los íconos tradicionales del mundo capitalista, le dan a China la oportunidad de pescar en río revuelto y buscar beneficios en términos de ganar posiciones y alterar el balance de poder que conocemos.
Simultáneamente con la guerra biológica que podemos estar viviendo aun sin reconocerlo, existe la posibilidad real y presente de una guerra cibernética. Hoy el mundo es virtual y depende completamente de la internet para que la vida discurra con normalidad. La vida de hoy es más virtual que presencial. La seguridad de las personas y las empresas está en buena medida en sus comunicaciones y el manejo y preservación de la información.
La capacidad de China y de Rusia de influir e interferir en esta materia en beneficio de sus propios intereses también son evidentes. De acuerdo con la investigación llevada a cabo durante dos años por el investigador especial Robert Mueller acerca de la interferencia rusa en las elecciones a la Presidencia de los Estados Unidos de 2016, Rusia interfirió en dichas elecciones de manera arrolladora y sistemática, “y lo sigue haciendo”, según testificó Mueller ante el Congreso de los Estados Unidos en 2019. La Comisión de Inteligencia del Senado de dicho país, en un estudio bipartisano publicado en dos volúmenes en 2019, advirtió que el gobierno debía blindar las elecciones de 2020 contra la interferencia rusa. Lo mismo han advertido con relación a China e Irán. ¿No le conviene a Rusia para sus intereses geopolíticos en el mundo tener un presidente americano que sea duro contra los demás y blando con Rusia?
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