El toque de queda, el aislamiento total y los Puntos de Asistencia Social Integral (PASI), forman parte del hilo conductor de la cuarentena en la frontera. Los retornados siguen arribando a una zona que cedió su ritmo habitual a un escenario protagonizado por una pandemia que ha cambiado la vida de todos.
Por Jonathan Maldonado / lanacionweb.com
La avenida Venezuela, arteria vial que hace más de tres meses lucía atestada de ciudadanos que iban y venían de Colombia, ahora es el punto de entrada de cientos de connacionales que, tras pasar por los protocolos de bioseguridad, son trasladados a los PASI para cumplir con el proceso de aislamiento preventivo.
La soledad de la avenida refleja el panorama que persiste desde hace 106 días en la jurisdicción fronteriza de Bolívar. De 10:00 a.m. y hasta las 4:00 p.m., la ciudadanía puede circular para hacer sus diligencias. En el otro lapso de tiempo, de 4:00 p.m. y hasta las 10:00 a.m. del día siguiente, nadie puede estar fuera de su casa.
Gran parte de los habitantes se han ajustado a las normas; otros, en menor proporción, suelen romperlas en medio de estrictos patrullajes por parte de funcionarios de la Guardia Nacional Bolivariana (GNB) y de la Policía Nacional Bolivariana (PNB), que circulan por las diversas vías de la localidad, vigilando que se cumplan las normas.
Para los sanantonienses y migrantes internos que aún resisten la paralización de la economía informal, la situación se torna compleja. El día a día se ha transformado en una batalla para sobrevivir. Hay quienes aprovechan el frente de su casa para armar su tarantín de venta de comida; otros optan por recorrer la ciudad ofreciendo su producto: café, pan, frutas o cualquier otro artículo.
Más de 62 mil retornados
De acuerdo con el alcalde del municipio Bolívar, William Gómez, más de 62 mil connacionales han ingresado por el estado Táchira. “Desde el 14 de marzo al 3 de abril —en lo que han denominado una evacuación directa a sus estados de origen—, entraron más de 27 mil venezolanos”, dijo.
Prosiguió recordando que, desde el 4 de abril y hasta el mes de junio, más de 35 mil ciudadanos han pasado por los PASI de la región. Una vez cumplieron con los protocolos de bioseguridad, son trasladados a sus ciudades en los autobuses rojos, marca Yutong.
La máxima autoridad local resaltó que en Táchira hay 23 Puntos de Asistencia Social Integral (PASI), de los cuales cuatro están en su municipio: Liceo Manuel Díaz Rodríguez, Liceo Nacional San Antonio, Unidad Educativa República de Cuba y Escuela El Palotal.
Igualmente, enumeró los dos Puntos de Asistencia Social Integral Especial (PASIE) que hay en San Antonio del Táchira, los cuales alojan a los pacientes positivos covid-19, pero asintomáticos: José Gregorio Hernández y Escuela Pérez del Real.
“El Terminal de Pasajeros funge como Punto de Asistencia Social Integral de Campaña (PASIC) y como Punto de Asistencia Social (PAS)”, puntualizó el burgomaestre, al tiempo que recalcaba el segundo PAS: Aduana Principal de San Antonio. “Recientemente creamos el Punto de Asistencia Social Integral para Migrantes Internos (PASIMI)”, indicó.
“Caemos y volvemos a levantarnos”
Dominga Camacho, de 52 años, junto a su hermana, Irma, abandonó la ciudad de Mérida para buscar nuevas oportunidades en la frontera. “La situación se puso muy difícil allá, yo hacía dulces y salía a venderlos, pero lo que quedaba de ganancia era muy poco”, recalcó la dama desde su puesto de ventas de empanadas en la avenida Venezuela.
Camacho arribó a San Antonio en noviembre del año pasado. “Mi hermana y yo llegamos con el deseo de hacer algo”, indicó quien no dudó en probar con las empanadas, producto que, en medio de la pandemia, aún lo ofrece. “En diciembre nos fue muy bien. Ya los vendedores informales y los transeúntes nos conocían”, agregó.
De un promedio de 80 empanadas que sacaba antes de la llegada de la covid-19, pasó a vender solo 15. “Ya estábamos despegando de nuevo con 40 unidades, pese a todo, y la semana que acaba de culminar tuvimos que bajar nuevamente, ya que las autoridades radicalizaron el cumplimiento de las medidas”, aseguró.
Antes de las 10:00 a.m., las hermanas no pueden abrir el negocio, limitante que en muchas ocasiones les hace perder los pocos clientes que circulan por la zona. “Acá nos hemos levantado, caído, nos volvemos a levantar y otra vez caímos. Sé que Dios va a permitir que las cosas regresen a la normalidad”, acotó con la fe puesta en cada palabra.
Lo que más anhela es poder tener a su lado a su único hijo, un joven de 15 años, quien se quedó en Mérida bajo la custodia de otros familiares. “Espero que esto pase pronto para tener a mi muchacho conmigo. Ya han pasado varios meses y uno como madre siempre quiere estar al lado de ellos”, indicó.
Los últimos siete días, según Camacho, fueron pésimos, pues la GNB mantuvo mayor control por las principales arterias. “Debe haber más flexibilización, ya que la gente necesita trabajar para comprar los alimentos y otros productos de primera necesidad”, subrayó.
Para el mes de octubre, tiene previsto —si la pandemia lo permite— retornar a su estado, ya que “nada es como estar en su propia casa, en lo que es de uno”, aclaró quien en la actualidad vive en una casa prestada por uno de sus hermanos. “Nosotras la mantenemos y cuidamos de los animales”, dijo a modo de colofón.
“Las carreras han bajado en un 80 %”
Jean Carlos Durán, de 35 años, tiene año y medio como mototaxista. Pertenece a la cooperativa de Ruiz Pineda y, a diario, se ubica en la avenida Primero de Mayo, junto a los otros 13 integrantes, en espera de conseguir algunos clientes.
“Esta cuarentena ha sido muy dura”, resaltó el joven, al tiempo que lamentó que su negocio haya caído en un 80 %. “Actualmente solo estoy haciendo dos o, como mucho, tres carreras, cuando uno solía hacer más de seis”, aseguró quien hizo énfasis en lo cuesta arriba que se le ha hecho para conseguir los alimentos.
Durán tiene una hija de cuatro años, su motor para salir a diario, pese al lóbrego escenario con el que se tropieza. “Hay poco trabajo, poco dinero”, añadió mientras recordaba su experiencia en el área de alineamiento de vehículos. “Cerraron y me quedé sin trabajo. Por eso me decidí a comenzar como mototaxista”, aseveró.
“Al principio de la cuarentena, duramos varios días en los que no hacíamos nada. Me tocaba fiar en la bodega y pedir dinero prestado”, rememoró quien ve con preocupación que la situación con el coronavirus se alargue por varios meses.
“A esto no se le ve mejoría. Anhelamos la activación de la frontera, ya que genera más trabajo”, especificó mientras compartía con tres de sus compañeros los virajes por los que han tenido que pasar. “Estamos sobreviviendo, solo eso. Uno cobra la carrera en 2.000 y la gente a veces se queja”, remarcó.
En cuanto a la gasolina, han tenido que acudir a la revendida. “Uno paga entre 18.000 a 20.000 pesos a la semana”, explicó quien vio con buenos ojos el hecho de que lo hubieran incluido en el cronograma de abastecimiento de combustible subsidiado en La Esperanza, durante el tiempo que duró.
A modo de colofón, instó a los uniformados, GNB y PNB, a no aprovecharse de los escenarios que se ven en la frontera. “Deben estar para brindarnos seguridad, no para hacernos sentir desprotegidos”.
“Hay días en los que solo comemos arepa”
María Contreras, de 46 años, califica de trágica la cuarentena, ya que su familia, integrada por cuatro personas, ha tenido que pasar necesidades desde que llegó la pandemia.
Antes de los cierres de los pasos fronterizos, el pasado 14 de marzo, se dedicaba, junto a su esposo e hijo mayor, a cuidar carros, un negocio rentable para muchos en una frontera en la que era común el arribo de cientos de vehículos.
“La cuarentena ha sido bastante trágica por la situación del empleo, ya que nuestra entrada de dinero era a través de la vigilancia de carros y somos una familia de cuatro personas, y mi hijo mayor es el único que trabaja”, reiteró la dama.
“Nos hemos visto demasiado restringidos. Lo más importante es ver el día a día, qué voy a hacer para mañana, qué voy a comer. Estábamos vendiendo huevos y eran muchos en lo mismo y tuvimos que desistir”, prosiguió con un nudo en la garganta.
En algunas jornadas, ante la falta de ingresos, solo han comido arepas, situación que les ha causado mucho estrés e indignación. “Uno piensa mucho. Si hay para comer arroz y lentejas, no hay para la carne; son innumerables las limitaciones que tenemos”, recalcó.