En los últimos años la oposición se ha fraccionado en sendos grupos. El que está dispuesto a participar electoralmente y el que se niega. En ambos bandos hay razones de peso en muchas de sus posiciones.
Los que no quieren participar señalan que hacerlo es prestarse para una farsa, haciéndole el juego al gobierno. Que el régimen busca legitimarse y realizar unas elecciones sin condiciones mínimas. Tomar aire frente a la comunidad internacional. Desplazar a Guaidó al vencer el período constitucional y sustituir a la Asamblea Nacional opositora con elecciones. En este sentido, las decisiones de nombrar un nuevo C.N.E. desde el T.S.J. y no desde el parlamento como órgano competente, acaba con la posibilidad de que el mundo reconozca esta convocatoria a elecciones. Lo anterior sumado a la toma de las directivas de A.D. y Primero Justicia. El régimen no entiende que sin acuerdos mínimos que incluyan al G4, se profundizan las sanciones y la crisis se agrava. Igualmente, el tema es que si no votamos la única salida que queda deja de estar en manos del soberano y pasa a la esfera internacional o de los militares.
La otra parte que quiere votar, explica que es posible ante el rechazo gubernamental derrotar en las urnas al gobierno. Que en el 2015 con un C.N.E. adverso obtuvimos una mayoría calificada del parlamento. Que en el 2005 cuando no votamos o cuando no hemos ido a las elecciones no hemos hecho nada, sino fracasar.
Estamos frente a un dilema ante el cual ambas partes tienen razón. Sin embargo, lo verdaderamente grave es la división. Partidos en dos pedazos, estamos frente a un escenario perder-perder. Y una minoría rechazada por el 78% de la población puede imponerse a una gigantesca mayoría.
La oposición tendría que profundizar sus contactos y conversaciones. Es urgente que se encuentre y de una respuesta lo más unitaria posible. Si concurre dividida será casi imposible alcanzar la victoria. El liderazgo existe para unir, sumar y multiplicar. Conformar una coalición mayoritaria y ganadora.
@OscarArnal