Para el momento de publicarse estas líneas, habrán transcurrido en Venezuela poco más de ochenta días de una paralización casi total del país, que mal puede ser llamada cuarentena, donde solo un pequeño pero representativo porcentaje de la población ha acatado al pie de la letra el mandato contenido en el Decreto de Estado de Alarma promulgado por el desgobierno el pasado 13 de marzo. Así, en contravía a quienes han podido mantenerse en sus casas, en gran medida porque cuentan con la posibilidad y recursos para aguantar económica y emocionalmente todo lo que ello supone, la abrumadora mayoría se ha visto obligada a exponerse y quebrantar la rígida exigencia de quedarse en casa, por la simple y llana necesidad de la elemental subsistencia.
Por Cástor González Escobar (*)
Abundan en las redes sociales, testimonios escritos y audiovisuales sobre como la necesidad de acceder a recursos básicos y elementales como el agua o el gas doméstico, ha movilizado a comunidades enteras a infringir la regla de oro global surgida a raíz del brote pandémico del COVID19, que es la de la distancia social, donde solo un improvisado barbijo no es suficiente, ante la realidad del indeseado pero inevitable apretujo obligado para llenar un bidón con agua o para recambiar la bombona; y ni hablar de las masivas aglomeraciones que hemos podido observar en los sectores populares para proveerse de los pocos alimentos que es posible comprar, o de aquellos que formando parte de los denominados sectores no esenciales, deben salir a su rebusque para no morir de hambre, quedando con todo esto en evidencia, que el respeto a la obligación de quedarse en casa, solo está en la mente e imaginación de los guionistas del desgobierno.
No debe haber complejo alguno en reconocer que las primeras medidas, las de marzo, además de necesarias, fueron oportunas y salvaron muchas vidas, pues al igual que el resto del mundo, Venezuela no estaba preparada para enfrentar el reto desconocido de la pandemia. Por ello, cerrar las fronteras y demandar de la población el sacrificio de cesar su acostumbrada actividad, era lo que tocaba acá y en cualquier parte. No se trató entonces de una genialidad de los actores que operan en Miraflores, sino de lo que cualquiera que estuviese en el ejercicio del Poder Ejecutivo tenía que hacer ante la evidencia de lo que estaba ocurriendo en los cinco continentes, sumado a la inexistencia de un sistema de salud público con capacidad de respuesta a la crisis. Sin embargo, tal como se ha sostenido en varias de estas entregas, esas medidas, aunque necesarias, debían suponer únicamente la antesala al verdadero reto, que es el de diseñar y poner en práctica las reglas para continuar con nuestras vidas en el marco de una nueva normalidad y educar a la ciudadanía para ello. Por el contrario, en casi tres largos y valiosos meses con los que se ha contado para cumplir con el objetivo descrito, desde el centro de comando lo que ha privado es la utilización de todos sus recursos disponibles para la preservación del poder a cualquier costo, dejando a un lado lo que verdaderamente importa, que es construir el camino para la viabilidad del país en las nuevas circunstancias.
Hasta ahora, en lo que compete a lo que pudiese haber hecho el desgobierno, el tiempo se ha perdido, pues cuando ya desde la casa de Misia Jacinta se anuncia una próxima y posible flexibilización de las normas de cuarentena, lo cierto es que el país entero sigue sin estar preparado para una nueva dinámica de interacción social que contenga los riesgos de un eventual brote viral a los niveles que no hemos visto por estas latitudes; y es que poco importa lo que se haya hecho hasta ahora, ya la propia Organización Mundial de la Salud ha expuesto que el coronavirus llegó para quedarse al ser ya categorizado como endémico, entendiendo como tal al hecho de que nos tocará vivir con esa nueva realidad tal vez por mucho tiempo. Por ello, es vital que se hagan de una vez por todas la tareas, comenzando por la creación de normas que conduzcan a que retomemos actividades sin sacrificar nuestra seguridad o en todo caso minimizando los riesgos, lo cual como se afirmó arriba, va mucho más allá de la utilización de tapabocas, y pasa por ejemplo por la disposición de reglas para la utilización del transporte público, la apertura de centros comerciales, restaurantes, hoteles, tiendas, ventas de repuestos, talleres mecánicos, y todo un sinfín de actividades donde garantizar la distancia y la constante higiene y sanitización de sus espacios son fundamentales; combinado todo eso si, con un gigantesco esfuerzo por concientizar y educar a la ciudadanía sobre el hecho de que la imprudencia y negligencia personal cuando se trata de desatender las nuevas reglas, afecta no solo a quien lo irrespeta sino a todo su entorno.
Mientras el desgobierno pierde el tiempo y como siempre, afecta a todo un país con sus acciones y en este caso, muy especialmente con su inacción y omisión, la sociedad avanza a su propio ritmo resiliente, adaptándose de forma positiva al inmenso reto que tiene por delante. Y no se trata de la sociedad atropellada que lamentablemente y con cierta resignación hace hoy largas colas para abastecerse de combustible en un país otrora petrolero, sino de la que lidera el florecimiento de emprendimientos que dan respuesta y soluciones a las noveles circunstancias. Allí no se ha perdido el tiempo y es allí con ese ejemplo donde encontraremos la respuesta y de donde provendrá el anhelado cambio que con urgencia reclama Venezuela; y es que aunque el tiempo es el recurso no renovable más valioso con el que contamos y por tanto irrecuperable, nunca es ni será tarde para dar los pasos que nos conduzcan al rescate de un valor no menos valioso, como lo es nuestra libertad.
(*) Abogado. Presidente del Centro Popular de Formación Ciudadana -CPFC-
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