Leonardo Morales P.: La verdad sea opacada

Leonardo Morales P.: La verdad sea opacada

La pandemia que ha hecho posible que algunos animales silvestres se paseen por algunas ciudades, que los efectos nocivos sobre la naturaleza y el ambiente hayan decrecido, que los individuos se refugien en sus viviendas, limitando su propia libertad de movimiento, pero también ha mostrado la materia de la que están hechos algunos políticos. Desnudos y sin pudor se exhiben ante el mundo y ante el pueblo que dicen conducir por senderos de progreso y bienestar. 

La gente entiende el riesgo, sabe de la amenaza que se cierne sobre sí y sobre sus allegados. Las noticias de lejos le proporcionan la información suficiente para atender la solicitud de sus mandatarios para que mantengan y dispongan de algunas medidas sanitarias. Su problema no tiene que ver con la simpatía o animadversión hacia quien da la orden, intuitivamente sabe lo que debe hacer y reconoce que la disposición debe ser obedecida.

Tarde piaste





Ante la inminencia de los embates de la emergencia sanitaria internacional, algunos jefes de gobierno adoptaron medidas que garantizaran o al menos le permitieran algún control sobre su impacto. Otros, por el contrario, actuaron tarde y en algunos casos apostaron por controlar hasta un cierto nivel de infección; Johnson apostó y terminó siendo tratado clínicamente por el virus. El 26 de febrero, Mr Trump advirtió que “…contraer el coronavirus en el país es “muy bajo” y dijo que EEUU está “muy, muy preparado” para cualquiera que sea la amenaza que represente el mortal brote.” 

Recién el primer ministro británico sale de la unidad de cuidados intensivos del hospital St. Thomas de Londres y aun no se sabe a quién cargará la culpa. Se equivocó Trump y ya la tragedia sacude con ferocidad importantes estados. En su caso, la evasión se dirige a descargar su furia contra quien dirige la OMS.  El show y la teatralidad seguirán intoxicando a un público saturado de información.

Falsificar la verdad

La política bien pudiera ser entendida como la escenificación que sobre las tablas de un teatro se hace para intentar transmitir emociones, tristezas y alegrías a un público espectador. Al final de la obra los asistentes comentan, celebran o castigan con su opinión lo que acaban de ver y oír. 

Cuando esa dramatización abandona la ficción y forma parte de la cotidianidad del individuo, las consecuencias pueden, en ocasiones, ser desastrosas. Una política inescrupulosa tratará que ese público-espectador transforme la tragedia en comedia, la aflicción en felicidad, lo feo en bello… Y también al revés.

Maduro, según un sondeo de Mitofsky en 11 naciones latinoamericanas tiene una aprobación del 72%, es el quinto mejor valorado por su desempeño frente a la actual situación, no obstante, su nada acertada gestión al frente del Estado-suponemos- hace que el 49% de los encuestados sospeche de la existencia de un número mayor de infectados y el 35% cree que los números que aporta el gobierno son los correctos. Por otro lado, algo extraviado en tiempos de coronavirus, Guaidó intentará inundar el espacio informativo con su verdad, buscando contrarrestar los altos números de su rival. 

Será demasiada información la que se volcará sobre un angustiado público que se sabe fuera del escenario teatral y desea sobrevivir a la pandemia. El ciudadano, indefenso frente a los merodeadores del poder, en medio de un cruce de informaciones contradictorias que, como latigazos sobre la piel desnuda, procuran colonizar sus pensamientos y pareceres, deberá concentrar su esfuerzo en el consumo de información relevante: la que le ayude en esta agobiante travesía por  su existencia. En La sociedad de la transparencia, Byung-Chul Han, señala que el exceso de información no engendra verdad: “Cuanto más se pone información en marcha, tanto más intrincado se hace el mundo. La hiperinformación y la hipercomunicación no inyecta ninguna luz a la oscuridad.”

@LeoMoralesP