Diez semanas después de manifestarse en la ciudad industrial de Wuhan, China, el coronavirus —denominado covid-19 por la Organización Mundial de la Salud— se ha convertido en el mayor factor disruptivo de la globalización. El tratamiento para contener el virus ha llevado a los gobiernos a aislar parcial o totalmente las regiones contagiadas.
Hoy, la Universidad Johns Hopkins confirmó la expansión del covid-19 en 153 países con 205.452 casos confirmados. Han muerto 8.248 personas y 82.091 se han recuperado totalmente.
A la gran fábrica del planeta y la segunda economía más fuerte del mundo (14 billones de dólares) le tomó 3 meses controlar la epidemia. Para lograrlo, el régimen autoritario de China (Partido Comunista) tuvo que adoptar medidas draconianas como la suspensión del libre tránsito de los individuos, el control social a través del manejo de la big data y el diagnóstico masivo de la población.
Las dos primeras medidas condujeron al cierre de los límites fronterizos de los espacios geográficos. En consecuencia, la actividad económica se ha visto impactada. A tal punto que, en el primer trimestre de este año, Bloomberg estima que China tendrá una caída del PIB en 11% con respecto a 2019 —la última vez que el gigante asiático experimentó una contracción económica fue en 1976—. Su nuevo pronóstico es un crecimiento de 1,4% para 2020 con respecto al anterior de 5,2%.
La solución de Pekín a la epidemia del coronavirus ha impactado las cadenas de suministros en todo el mundo. La integración de las grandes empresas con la fabricación en China mostró ser vulnerable. E indicó que la gran ventaja de la producción rápida, barata y eficiente es altamente inestable cuando el suministro de bienes y servicios se interrumpe. Carece de back up para sustituir la caída de la oferta de suministros.
El efecto se observa en el comportamiento de las grandes bolsas de valores. Se han desplomado, indicando que la economía global sufrirá una recesión por primera vez desde la crisis financiera de 2008.
Morgan Stanley considera ahora como “caso base” una recesión mundial con una caída del PIB de 0,9% este año. Goldman Sachs pronostica un desplome del crecimiento económico de 1,25%. Y S&P Global espera que la expansión del PIB varía entre 1% y 1,5% en 2020.
La respuesta de los Bancos Centrales al impacto económico del covid-19 ha sido similar a la de la crisis financiera de 2008: disminución de los intereses y la expansión monetaria cuantitativa. Ante el bajo impacto de estas medidas, los gobiernos del G-7 han propuesto un paquete de estímulo/fiscal para aumentar la demanda. Buscan con todas estas acciones inyectar liquidez en la economía.
La respuesta de Occidente a la expansión del coronavirus a su región es similar a la de China. Se aísla, esperando controlarlo en 3 meses. Por lo que el impacto económico tendrá un desfase de un trimestre con el gigante asiático. La demanda global y las cadenas de suministro mundiales se verán afectadas, tocando de lleno a los exportadores de China este trimestre por la paralización de su economía y en el segundo por la de Estados Unidos, la Unión Europea y Reino Unido.
Es temprano para evaluar el impacto político del manejo del covid-19. Las elecciones más cerca son las de Estados Unidos. La presidencial será el 3 de noviembre. Si se prolonga la medida del aislamiento y la economía estadounidense se contrae en el segundo y tercer trimestre, la reelección de Trump podría estar comprometida. Y es que hasta ahora el factor emocional que más conecta al electorado norteamericano con el candidato republicano es la economía: la tasa de paro es la más baja en medio siglo, los salarios suben, la inflación es baja y la confianza del mercado se mantiene sólida. Además, sería difícil ser el candidato-presidente de una economía en recesión después de haber tenido el récord de 128 meses de expansión.
El otro impacto político en la región es en Venezuela. El manejo de la crisis del coronavirus coloca el país en aislamiento total, toque de queda. Por lo que desarticula la lucha social de las fuerzas democráticas. Una vez superada la crisis de coronavirus en junio, se generaría una discusión entre los partidos que apoyan al presidente de la Asamblea Nacional e interino de Venezuela sobre la estrategia para restaurar la democracia en el país bolivariano. Ante la falta de logros concretos y el trauma de las parlamentarias de 2005, es altamente probable que asistan divididos a las elecciones legislativas de 2020. Con lo que Maduro lograría su objetivo. Un nuevo Parlamento y elecciones presidenciales para 2024. Al menos que la combinación de la crisis de los servicios públicos, el confinamiento de la población y el gran déficit de caja del régimen genere un estallido social que obligue a los factores políticos a buscar una salida política, la elección presidencial con las parlamentarias.
El efecto del coronavirus es alto en la población, devastador en la economía, expone la globalización, deslegitima al populista y fortalece al autoritario.