El llamado “Estrangulador de Coyoacán” llamaba la atención por su físico y su agradable forma de tratar a los además, pero esa faceta que mostraba al mundo ocultaba sus verdaderos demonios: además de consumir drogas, lo movía la aversión que sentía por su familia a la que planeó destruir a lo largo de toda su vida.
La fecha fatídica fue el lunes 1 de noviembre de 1971, cuando Jaime Antonio Huerdo se introdujo a una lujosa mansión ubicada en Presidente Carranza número 90, en Coyoacán; el entonces joven de tan sólo 21 años, no tuvo empacho en saltar la reja del acaudalado lugar, para después llevar a cabo su truculento plan.
Jaime Antonio se apresuró a entrar a la habitación principal, en la que la anciana que ahí residía, a penas lo alcanzó a distinguir, por lo que le preguntó quién era; a la interrogante, Huerdo respondió que era Carlos y que estaba ahí para matarla.
Por más que suplicó, la señora no logró librarse de las manos de Jaime Antonio, que se ceñían a su cuello en un continuo y ciego deseo de muerte. Gracia Cuéllar, de 68 años, le prometió darle todo lo que tenía si la dejaba continuar con vida: sus propiedades, el dinero que tenía en sus cuentas de banco, sus joyas. Nada funcionó.
Ante la gran vitalidad de la anciana, Jaime Antonio, desesperó y tomó un lazo de xitle que le ató alrededor del cuello hasta acabar con ella. Era su abuela, pero su crimen no terminó ahí.
Fue a la habitación en la que dormía la persona que le ayudaba con los quehaceres de la casa, de nombre María Luisa Sánchez Oceguera de tan sólo 15 años, quien era originaria de Oaxaca, niña a la que las autoridades encontraran horas después en el cuarto de servicio completamente vestida y semitapada con las cobijas de su cama y quien sufrió la misma suerte que Gracia Cuéllar.
Ambas mujeres fueron halladas muertas por María del Refugio Cabello Servín, la otra mujer que ayudaba en casa, cuando ésta llegó al día siguiente al filo de las 9 de la mañana de aquel domingo.
En cuanto a Jaime Antonio, antes de irse, hurtó el auto de la casa, algunas prendas y alhajas que después vendió. El móvil apuntaba a un mero robo y, como tal, fue reportado por las autoridades que comenzaban a darle seguimiento al caso, así como por la prensa.
Huerdo odiaba profundamente a su abuela, quien junto con su familia, jamás lo trató bien, comenzando porque a ella no le gustaba su nombre y por esa razón siempre lo llamó Carlos, además de hacerle saber durante toda su vida que no lo consideraba su nieto, que su papá no era su padre y, al final de sus días planeba desheredarlo por el mal comportamiento por el que se le conocía.
Previo al asesinato de ambas mujeres, el estrangulador contrajo matrimonio con María Luisa Hernández Monraz,de la misma edad y adicciones que él tenía, con quien huyó una vez que acabó con su abuela y con la niña que le ayudaba en casa.
La pesquisa se dio después de culparan hasta al hijo que vivía con Gracia Cuéllar, quien al momento de su asesinato, se encontraba de vacaciones el Acapulco. Por el tipo de escena que dejó el supuesto Carlos, todo apuntó siempre a un robo, hasta que al tratar de despistar a los investigadores del caso, Jaime Antonio dijo que él sólo había robado el auto y que un amigo suyo era quien había cometido los crímenes.
Finalmente terminó por confesar que primero mató a su abuela y después a la adolescente, además de que para ello se había drogado, a fin de perder el miedo. Sin embargo, jamás demostró tener remordimiento,al grado en que enseñó a los fotógrafos que documentaron el caso los movimientos que hizo para estrangular a las dos féminas.
Señaló sentirse diferente, aunque para ello tuviera que matar también a otra mujer y cuando le preguntaron la razón de su odio hacia la anciana, relató que la mujer siempre lo trató mal, al grado de sembrarle una “semillita” de odio que fue creciendo cada vez que lo llamaba por el apodo que ella misma le había puesto: “El Tutifrutti”.
El tío que andaba en Acapulco, se salvó, pues a él también lo odiaba por tratarlo mal desde siempre, al grado de acusarlo de robo, una vez que Jaime Antonio regresó de un viaje; tampoco sus primos lo trataban bien, pues lo insultaban y le decía que era un mantenido.
El estrangulador gozó de su triste fama, pues era narcisista y exhibicionista; rió ante su larga condena, de la que sólo temía que se le enviara a prisión a la Preventiva de la Ciudad, en lugar de a la Cárcel de Coyoacán. Fue llevado a ésta última de la que se fugó el 8 de julio de 1972.
Parte de la documentación de este caso, además del seguimiento a notas policíacas de la época, se basó en el libro “Nota Roja 70´s” de Myriam Laurini y Rolo Diez, editorial Diana.