El año 1980 empezó convulsionado en Japón. Los habitantes de la tierra del sol naciente siempre fueron grandes consumidores de la música de Occidente, pero ese año que recién comenzaba era particularmente especial ya que por fin, después de casi 15 años de impaciente espera, iban a poder ver en vivo a uno de los mayores exponentes del pop mundial. A los 16 días de haber iniciado una nueva década, Paul McCartney aterrizó en Tokio para hacer una serie de conciertos con su banda Wings. Sin embargo, la gira no llegó a concretarse porque fue detenido y encarcelado por las autoridades niponas. Lo que iba a ser su regreso triunfal al continente asiático se convirtió en una de sus experiencias más traumáticas.
Por Infobae
El último tour que hizo con The Beatles en 1966 antes de que la banda abandonara los escenarios tuvo una escala en Japón. Allí fueron recibidos por una entusiasta audiencia, pero también fueron amenazados por los sectores más tradicionalistas de la sociedad japonesa, por lo que su visita fue sometida a un riguroso operativo de seguridad. Muchos consideraron una falta de respeto que la banda se presentara en el Nippon Budokan, un estadio cerrado construido especialmente para las artes marciales. De hecho, ellos fueron los primeros en brindar un recital en este lugar que luego se convertiría en uno de los escenarios más prestigiosos del mundo, en donde grandes artistas grabarían clásicos álbumes en vivo, desde Bob Dylan hasta Ozzy Osbourne.
Los promotores de conciertos japoneses querían llevar a Paul a su país en 1975, pero la condena que recibió en 1973 por haber cultivado marihuana en su granja de Escocia se los impidió. Fue sentenciado a pagar una multa, pero Japón prohibía la entrada por siete años a todo aquel que tuviera antecedentes penales. Tras meses de negociaciones con las autoridades, la productora Udo Music logró que se le diera la visa al músico antes de que se cumpliera ese plazo para que Wings, ya en su sexta formación, hiciera una pequeña gira de dos semanas por ese país. Como condición, debía firmar una declaración jurada afirmando que ya no consumía cannabis.
El proyecto post Beatles de McCartney era muy exitoso en Japón. Las cien mil entradas que se habían puesto a la venta para los once conciertos programados –algunos de ellos en el Nippon Budokan- se agotaron rápidamente.
A todos los miembros de la comitiva de Wings se les advirtió que serían revisados minuciosamente al llegar al aeropuerto, por lo que debían abstenerse de llevar consigo cualquier sustancia considerada ilegal. Con el antecedente de Paul, la policía nipona estaría muy atenta a su equipaje, por lo que no había margen para correr riesgos. Llegaron en dos aviones distintos. La banda y el staff venían de Londres, mientras que Paul, su familia, y el guitarrista Laurence Juber habían viajado desde Nueva York. Después de saludar a las cámaras con su hijo James en brazos, fue sometido al control de la aduana. Para sorpresa de todos, solo el equipaje del ex Beatle fue inspeccionado con más meticulosidad.
No fue necesario someterlo a un examen riguroso, sino que bastó con mover algunas prendas para que los agentes encontraran una bolsa de plástico con marihuana y un poco más en un neceser. “Cuando el tipo la sacó de la maleta, parecía más avergonzado que yo”, recordaría Paul más tarde. “No traté de esconderla. Venía de los Estados Unidos y todavía tenía esa actitud norteamericana de que la marihuana no es tan mala. No me di cuenta de lo estrictos que eran los japoneses”.
Y efectivamente lo eran. Tanto él como Juber fueron llevados a salas de interrogatorio. Al guitarrista lo liberaron luego de que desarmara una guitarra con un destornillador para demostrar que estaba limpia, pero Macca fue trasladado a una comisaría en el centro de Tokio. Allí, la división antinarcóticos de la policía volvió a hacerle preguntas y durante cinco horas, en un inglés muy rudimentario, trató de sacarle una confesión. Él dijo que la marihuana era para consumo personal y que se la habían dado unos amigos, pero para las fuerzas de seguridad la cantidad de 218 gramos que llevaba consigo era suficiente como para acusarlo de contrabando o, peor aún, de tráfico de drogas.
Poco importó que la gira de Wings fuera un acontecimiento nacional y mucho menos su fama. Paul McCartney había cometido un delito y debía ser sometido a un proceso penal. Como en Japón no existía la libertad bajo fianza, mientras se llevaba a cabo la investigación debía permanecer detenido.
Fue llevado a una celda que solo tenía una esterilla en donde dormir. Estaba totalmente aislado y no se le permitió el contacto con su esposa Linda ni con sus hijos. Atormentado por un fuerte dolor de cabeza, la primera noche que pasó en la cárcel fue una pesadilla. Estuvo toda la noche despierto, sentado contra la pared, con miedo de que alguien lo atacara por la noche y abusara de él.
Mientras tanto, el resto de la banda se alojó en el lujoso hotel Okura, el mismo al que iban John Lennon y Yoko Ono cuando visitaban a la familia de la artista. Linda McCartney trató de mantener la compostura frente a sus hijos, que preguntaban por su padre, mientras era hostigada por los medios. Frente a las cámaras de televisión declaró: “De verdad, es una gran tontería. Aquí la gente es muy diferente. Se toman [la marihuana] demasiado en serio. Ahora Paul está detenido en algún sitio y no me dejan verlo. Tan pronto como consiguen atrapar a una persona amable como Paul, parece que estuvieran de fiesta. Nunca volveré a Japón. Ésta es mi primera y última visita”.
Linda pudo encontrarse con Paul recién al segundo día de su detención, luego de haber sido sometido a un nuevo interrogatorio en el Departamento de Control de Narcóticos de la Policía de Tokio, lugar al que fue llevado con esposas y una soga atada al cuello. El sistema penitenciario japonés de esos años no se caracterizaba por su respeto a los derechos humanos. Aunque ya se había disculpado y había confesado todo, seguían indagando en su vida, sus ingresos y el consumo de drogas. “¿Hace que la música suene mejor?”, le preguntaron. También mostraron interés por su membresía a la Orden del Imperio Británico, condecoración que recibió junto al resto de The Beatles en 1965.
Cuando se disponían a regresarlo a la comisaría, fueron rodeados por un tumulto de fanáticas que, reviviendo la Beatlemanía, gritaban su nombre. Hubo que llamar a la policía antidisturbios para despejar la zona. Esta escena se repetía en cada traslado y muchos seguidores se congregaron en el Budokan para pedir por su liberación.
Si bien tardaron en confirmarlo oficialmente, la gira había sido cancelada. En la biografía de McCartney que escribió Philip Norman, el baterista Steve Holley cuenta que en el camino del aeropuerto al hotel veían carteles de la banda “cada cincuenta metros”. “A la mañana siguiente –agrega- ya no había ninguno y toda la música de Wings había desaparecido de la radio”. Luego de unos días bajo estricta vigilancia, se decidió que el 21 de enero el resto de la banda abandonara el país.
Casi todo el mundo manifestó su preocupación por la situación de Paul y siguió de cerca el proceso, orando por su liberación. El senador Edward Kennedy, el último hermano sobreviviente del ex presidente JFK, se comunicó con la embajada del Reino Unido en Japón manifestando su preocupación. Wings iba a tocar en su país a mitad de año y no quería que este incidente lo impidiera. Por su parte, los ex compañeros de Paul reaccionaron de diferentes maneras frente a lo sucedido. George Harrison envió un mensaje de apoyo, mientras que Ringo Starr se limitó a decir que se trataba de un hecho desafortunado. John Lennon, que siempre fue polémico y verborrágico, esta vez optó por el silencio.
Tras las rejas
En el juzgado, Paul McCartney descubrió que de ser declarado culpable podría enfrentar una pena de hasta siete años de prisión con trabajos forzados. El juez, dando lugar al pedido del fiscal, dictaminó que el artista permaneciera recluido mientras se llevaba a cabo el proceso judicial. Fue trasladado a la cárcel de Kosuge, en el centro de la capital, donde pasó una semana con algunos de los criminales más peligrosos de Japón.
En la prisión permaneció confinado en una celda de poco más de tres por cuatro metros. Estaba solo y se le prohibió leer y escribir. En vez de darle el clásico uniforme de presidiario, lo dejaron con el mismo traje que tenía puesto cuando aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Narita. Recién a los tres días en cautiverio descubrió que podía pedir un cambio de ropa.
Su rutina comenzaba a las seis de la mañana. Debía sentarse en el suelo con los otros internos mientras pasaban lista. Cuando llamaban al número 22 él debía responder al grito de “’¡Hai!” (“¡Sí!”). Después de limpiar su habitáculo y ser sometido a una inspección, desayunaba un cuenco de sopa de algas y cebolla. En el almuerzo tomaba una sopa de soja acompañada con pan y para cenar le daban arroz con una manzana o una naranja. La comida vegetariana fue el único pedido especial que hizo a las autoridades penitenciarias. El día terminaba a las ocho de la noche, cuando se apagaban las luces.
En Wingsman, un documental hecho para televisión producido por Mary McCartney, el músico le contó a su hija el secreto para sobrellevar ese momento: “Mi instinto natural de supervivencia y mi sentido del humor empezaron a aparecer. Pensé: ‘Seré el primero en levantarme cuando se enciendan las luces, el primero con su celda limpia, el primero que se lava y se cepilla los dientes’”. Para empezar a comunicarse con el resto de los reclusos, gritó nombres de marcas japonesas, como Toyota, Kawasaki o Datsun, y los demás le respondían “¡Johnny Walker!”.
El único momento en el que los internos socializaban cara a cara era durante la mañana, cuando se les permitía fumar dos cigarrillos por día alrededor de una lata de aluminio donde dejaban las cenizas. Allí conoció personalmente a la persona que se encontraba en la celda contigua -un estudiante marxista que estaba preso por drogas y que hablaba un poco de inglés- y a un miembro de la mafia sentenciado por homicidio que le pidió que cantara “Yesterday”. A pesar de las advertencias del guardia, Paul terminó interpretando a capella cuatro canciones. Luego de ese episodio, se ganó el respeto de todos, se sintió más seguro y se animó a bañarse en las duchas comunales, donde invitó a todos a cantar algunos standards.
A Linda la pudo ver una vez más, al sexto día de su confinamiento. Su esposa le llevó ropa limpia, mantas, comida y novelas de ciencia ficción.
Para Philip Norman, la experiencia en la cárcel fue liberadora para el ex Beatle. “Después de tantos años de poder y libre albedrío ilimitados […] casi llegó a disfrutar de la sombría sencillez, soledad y absoluta indefensión de su vida en la cárcel. […] Lejos de una penitencia, le resultó un alivio librarse de los innumerables símbolos y ceremonias que implicaba ser Paul McCartney”, reflexiona el biógrafo del músico.
Advirtiendo la mala imagen que estaba dando al mundo, el gobierno japonés comprendió las implicancias de llevar a McCartney a juicio y tras nueve días de encierro fueron desestimados todos los cargos en su contra. Consideraron que ya había confesado todo, que había demostrado arrepentimiento y que el tiempo que había estado en la cárcel había sido suficiente castigo.
El 25 de enero, Paul fue puesto en libertad y deportado de inmediato, pero antes firmó autógrafos para sus carceleros y le devolvieron todos sus efectos personales, excepto el anillo de bodas, que alguien había sustraído. En el aeropuerto fue conducido al primer vuelo de Japan Airlines disponible, por lo que Paul y su familia terminaron en Amsterdam. Antes de subir al avión, tomó una guitarra acústica y cantó unas estrofas de “Yesterday”.
En libertad
Si bien la explicación oficial fue que al provenir de Norteamérica, donde la postura sobre el consumo de drogas era más laxa, el músico no reparó en las advertencias que había recibido sobre las leyes japonesas (según él, lo que había fumado era “demasiado bueno para tirarlo en el inodoro” y por eso lo guardó en su equipaje), lo cierto es que todavía ni él tiene claro por qué cometió tamaña imprudencia. En Wingspan admite que se comportó como un “estúpido” y se pregunta: “¿Cómo es posible que Linda, que era mucho más lista que yo, me permitiera hacerlo? Probablemente le dije que no se preocupara y que todo iría bien”.
Más allá del altísimo costo económico que generó el incidente (la productora de la gira fue indemnizada con casi 184 mil libras y los costos de hotel de la comitiva ascendieron a 10 mil libras diarias), la estadía de Paul en la cárcel derivó en la ruptura de Wings. Se sintió abandonado por sus compañeros de banda, que se habían marchado del país por pedido expreso de los organizadores. Ellos, por su parte, observaron su comportamiento con desdén. Los conciertos en Japón iban a representar ganancias importantes para todos y debido a su cancelación no obtuvieron nada. Denny Laine, histórico guitarrista del grupo, formó un grupo con su mujer Jo Jo y el baterista Steve Holley y grabó un simple que tituló, inspirado en este episodio, “Japanese Tears” (“Lágrimas Japonesas”).
Al regresar a Inglaterra, Paul puso a Wings en pausa, decidió postergar el tour por los Estados Unidos (ignorando los deseos del senador Edward Kennedy) y aprovechó para editar su segundo álbum solista, McCartney II, que incluía un instrumental llamado “Frozen Jap” (“Japonés Congelado”). “Jap” es un término peyorativo y, si bien la canción había sido grabada un año antes de lo acontecido en Japón, el pueblo nipón no pudo evitar vincularlo con su detención y se sintió ofendido. Por si fuera poco, la promesa de reprogramar la gira nunca se cumplió y los fanáticos japoneses recién tuvieron la oportunidad de verlo en vivo en 1990, en el marco de la presentación del disco Flowers In The Dirt. Fueron seis conciertos en el Domo de Tokio y Linda, pese a lo que había expresado frente a las cámaras, fue parte de ese regreso.
A modo de catarsis, el ex Beatle decidió volcar en un pequeño libro la experiencia que vivió en prisión. Bajo el título Japanese Jailbird (Preso Japonés), fue editado de forma privada y cada uno de sus hijos recibió un ejemplar para que lo leyera en su adultez. Mientras él esté vivo, esa obra, que su hija Stella eligió entre sus cosas para llevar a una isla desierta, permanecerá inédito para el público.
Como miembro de la banda más popular de la historia, Paul McCartney tuvo muchas vivencias. Incluso como estrella de rock varias veces tuvo problemas con la ley. Sin embargo, los nueve días que estuvo preso en Japón fue una de sus experiencias más extremas. Ni siquiera John Lennon, mucho más rebelde y comprometido políticamente que él, tuvo que pasar por algo semejante. Afortunadamente, Paul se lo tomó como algo liberador, lo que le permitió dar otro giro en su trayectoria. A partir de ese momento dejó atrás todo intento de formar un grupo y se concentró en su prolífica carrera solista.