Nunca antes fue tan angustioso el paso del tiempo como en este oscuro capítulo de la historia nacional. Marzo, el mes que nadie quiere recordar, salpicó con su tercer apagón a un abril que inició en día lunes con incertidumbre y zozobra, publica Panorama. Desde el viernes 29, cuando otro apagón dejó a oscuras a toda Venezuela, muchos sectores del estado Zulia siguen sin energía eléctrica.
Por L. Suárez
El llamado “blackout” que cayó sobre medio país se ha dejado ver con todo su horror. En el caso de los municipios zulianos, que son una olla refractaria por las noches, la solución de encaramarse a los techos o arrastrarse a los frentes para dormir ya no consuela a nadie. Miles han pasado la noche en vela pues dormirse padeciendo casi 100 horas de presión térmica continuas es casi imposible.
Se esfumaron el agua fría y el hielo. Los niños del Zulia, donde viven 4.3 millones de almas, lloran desesperados, sin entender qué le pasó a la casa, que ahora está a oscuras, y quién les está robando las horas de clase y los recuerdos de su país. A diferencia de las catástrofes naturales, donde en cualquier nación del mundo las autoridades abundan por todos los medios posibles en información técnica, real aunque dolorosa, constante y de utilidad para todas las poblaciones afectadas, lo que se escucha en las zonas más remotas, con la dificultad de no tener casi baterías ni tiempo para perder es repetición, música y propaganda. Es deber de Estado disponer de todo cuanto sea necesario para sacar de la anormalidad la vida de sus ciudadanos, cualquiera sea el motivo, como ocurre con el paso anual de huracanes en norteamérica, o con los sismos frecuentes en Chile.
Parte de la gobernabilidad de un país guarda relación directa con la manera en que posee capacidades para prevenir los problemas y resolverlos.
En Inglaterra, por llegar un minuto tarde al parlamento, un Lord británico prefirió renunciar el año pasado, lo que hace pensar en cuán lejos estamos como sociedad de ciertos valores y, a la vez, cuán alérgico es el funcionariado de nuestros países a confrontarse deontológicamente. “Con solo imaginar que mi mamá tiene sed y no puede comprar un pan para cenar, me muero de tristeza”, confiesa una zuliana que decidió irse del país hace cuatro años. A falta de internet y con pésimas comunicaciones móviles, la angustia dentro y fuera del país es la misma, sobretodo si se quedan los afectos. En este tercer apagón nacional, Caracas – donde tienen sede todos los órganos del poder político- probó poco más tiempo la calamidad que ya es moneda de curso en las regiones. Sin embargo, el problema se magnifica cuando el clima es capaz de poner en riesgo la vida si no se cuenta con medios artificiales para soportarlo, como ocurre en el caso del estado Zulia. No se debe olvidar que Maracaibo fue la primera ciudad del país en contar con energía eléctrica. Desde 1889 autogeneraba su servicio y nunca tuvo interrupciones en más de cien años ni por causas naturales, ni humanas. Lo cierto es que en dos distintos intentos desde el pasado sábado no ha sido posible que la anergía eléctrica fluya con regularidad en la región.
La primera restitución parcial fue el sábado 30 de marzo, pero duró, a lo sumo, dos horas. El ambiente en las calles de Maracaibo era de ilusión.
Ya estaba llegando el servicio a la Costa Oriental del Lago y en efecto, minutos después fue llenando el mapa de la capital zuliana, pero ni bien era un hecho| en varios sectores, se volvió a caer. Se callaron los que soltaban “ya llegó la luz!” por el pasillo de un supermercado, con la propiedad de quien se cree portador de una noticia impostergable, acaso más urgido por el deseo que por la certeza. El domingo, otro intento fue fallido.
Imposible será evitar que las próximas horas, haya o no haya luz, sea de paranoia, pues el estado de calamidad que viven los ciudadanos de a pie en Venezuela ha llegado a un punto de no retorno tras más de 200 horas sin suministro eléctrico contadas desde el pasado 7 de marzo.
En horas de la noche del lunes regresó la alectricidad para 40% de la capital zuliana, en una operación lenta y silenciosa para no desatar falsas expectativas, pero el resto continuó sumando horas a la espera. El agravante de la falta de agua provocó focos de protesta, pero en medio de semejante agotamiento colectivo y al asedio de grupos armados el temor también busca imponer su ley.
Lo que ha quedado en la conciencia de quienes viven en los barrios y urbanizaciones son los cálculos domésticos de cuánto se puede aguantar y cómo sobrellevar la vida si otro apagón castigara a los que muy lejos están de las comodidades del poder.