Tenía 32 años. Joven. Instruido. Poco agraciado, sí. Pero con una proyección única: sería, algún día, el Rey de Gran Bretaña y soberano de Australia, Canadá, Nueva Zelanda y otros incontables estados independientes que forman parte de la mancomunidad. Hijo de la reina Isabel II y de Felipe, Duque de Edimburgo, Charles Philip Arthur George (sencillamente, Carlos) se encontraba por primera vez entre la espada y la pared.
Se sentía forzado, una vez más por su padre, a hacer algo. Esta vez, casarse con alguien a quien apenas conocía y con quien no guardaba ningún tipo de interés en común. Apenas su amor -a diferente escala- por el Reino Unido.
Robert Jobson, corresponsal de la Casa Real, indagó en lo más profundo de la vida de aquel príncipe. Era 1981 y había visto apenas unas doce veces a quien sería -por mandato- la madre de sus hijos y la futura princesa, duquesa, reina. Aquella mujer, Diana Spencer, era bellísima. Pero eso no resultaba suficiente para Carlos.
En su libro Charles at 70: Pensamientos, Deseos y Sueños, Jobson se adentra en los tormentosos días previos al enlace real. Supo que no era para él recién cuando debió tener mayor contacto. Ese vínculo más formal comenzó cuando ya estaban comprometidos. Y fue cuando Carlos cayó en la cuenta que no eran tal para cual. Que jamás la amaría. Ni ella a él.
De acuerdo al libro de Jobson, los diálogos entre ambos estaban desconectados. Él, acostumbrado a la pompa y los compromisos. Ella, maestra de escuela, mucho más terrenal. “Él trataba de hablar con ella sobre sus compromisos laborales y el día que acababa de pasar, y Diana lo miraba fijamente sin comprender”, dice el autor, de acuerdo a un extracto de su obra.
“Deseaba desesperadamente huir de esa boda en 1981, cuando, durante el compromiso, descubrí lo horribles que eran las perspectivas, al no haber tenido la oportunidad de conocer a Diana de antemano”, le confiaría Carlos a sus más íntimos amigos.
Pero la unión entre ambos resultó una pesadilla no sólo para el príncipe, sino para la joven de 19 años de rostro angelical y cercano a la gente.
Como si la suerte del joven heredero no fuera poca, cuando pensó que quizás podría convencer a sus padres de dar marcha atrás con alguna excusa original, los medios ya habían arrojado tanta luz sobre la relación entre Carlos y Diana que ya resultaba imposible arrojar el compromiso por la borda.
“De haberme retirado, como pueden imaginar, hubiera sido cataclísmico. Por eso estaba permanentemente entre el diablo y un mar azul profundo”, continuó su confesión Charles a sus íntimos de acuerdo a la biografía de Jobson.
El calvario de la pareja duró 15 años. En esos años nacieron William y Harry. En 1996 decidieron poner fin al matrimonio más infeliz de la historia de la realeza británica de las últimas décadas. Un año después, a los 37 años, Lady Di moriría en un trágico accidente automovilístico en París.
En el medio, Camilla Parker Bowles. Pero esa es otra historia.