Cuando la fosa común es la mejor opción en Indonesia

Cuando la fosa común es la mejor opción en Indonesia

Familiares de los fallecidos tras terremoto en Indonesia //  AFP PHOTO / MUHAMMAD RIFKI

 

Para la familia de Oji Magfira, la benjamina de 10 hermanos y hermanastros, enterrar a la pequeña de dos años en la fosa común de Palu era la mejor opción. Oji murió junto a su madre en la playa, como otros centenares de habitantes de esta ciudad indonesia, cuando el tsunami que arrolló el pasado viernes la costa de la isla de Célebes (Indonesia) tras un fuerte terremoto se las llevó literalmente por delante. El cuerpo de la niña fue encontrado tres días después en un árbol; la identificaron por su camiseta de rayas multicolor y por la particular forma curvada de los dedos de sus pies.

Por XAVIER FONTDEGLÒRIA / El País

Nada se sabe aún del paradero de la madre y, aunque la familia Pratama-Magfira evita hablar de ella en pasado, los hermanos de Oji defienden la decisión de haberla enterrado en una fosa común junto a otro millar de cuerpos. “Es muy probable que su madre ya esté allí. Y si no fuera así, al menos sabemos seguro que descansa acompañada”, afirma Ayu Alur Magfira, una de los hermanos.

Muchos de los cuerpos encontrados en Palu y alrededores de esta zona, a pocos kilómetros del epicentro del terremoto (de magnitud 7,5) y donde golpeó el posterior tsunami, no han sido ni siquiera identificados. Según el último recuento oficial, son ya más de 1.400 los muertos. Las autoridades han acelerado la sepultura de las víctimas por la rápida descomposición de los cuerpos para evitar enfermedades, así que no se han tomado huellas dactilares o muestras de ADN. Si alguien es capaz de identificar a un familiar de forma más o menos rápida y probarlo puede elegir entre llevárselo o enterrarlo en la fosa común. Cuando el cuerpo está dañado y el reconocimiento a simple vista es complicado, se ha optado por lo segundo.

Oji y su madre no eran conscientes de que el maremoto iba hacia ellas. Apenas minutos antes, ella tranquilizó en una llamada a su marido. Le contó que había sentido el fuerte temblor, pero que no parecía haber generado un tsunami y que ella y la niña estaban a salvo en la playa. La siguiente llamada, unos 10 minutos después, ya no obtuvo respuesta. Así lo cuentan Ari, de 28 años, Ayu, de 19, y Abdi, de 18, los tres hermanos mayores de la familia, numerosa como casi todas en Indonesia, porque el padre no es capaz de articular palabra.

Todos viven ahora en el patio cubierto de una casa deshabitada que está catalogada de interés histórico por el Gobierno de Palu. Su hogar habitual ha sido dañado por el terremoto, tiene “unas grietas que no son muy grandes”, dice Ari. Prefieren no volver allí hasta que no esté arreglada. Su vida transcurre estos días sobre una lona azul donde tienen una pequeña cocina improvisada con gas, mientras los pequeños corretean en un generoso patio exterior. Tienen una pequeña reserva de comida en sacos: fideos instantáneos y arroz. Tampoco les falta agua porque rellenan bidones con la manguera de riego del parque situado enfrente, y antes de beberla la hierven. Se quejan de que no es mucho, pero lo hacen con la boca pequeña porque no han acudido al reparto de ayuda humanitaria. “Hay gente que está peor que nosotros”, explica el joven.

 

 

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