Heisy Mejías: Lo feo como política

Heisy Mejías: Lo feo como política

Cuando se piensa en Caracas, la memoria toca la puerta y los recuerdos entran como una fuerte brisa. Esta hermosa ciudad era lugar de cobijo para todo el mundo, para los del interior del país y para muchos extranjeros que se asentaron en la capital. Aquí convivíamos todos, en la acelerada y tumultuosa dinámica citadina.

Puedo recordar las reuniones con los amigos en Plaza Francia (Altamira) hasta que faltara muy poco para cerrar el Metro; los conciertos pagos o gratuitos que se ofrecían al público y pasar un fin de semana distinto o caminar por el boulevard de Sabana Grande y ver todas las manifestaciones artísticas durante el día, para convertirse en “sabana gay” por la noche. En fin, uno se sentía a gusto y esa sensación era colectiva, al punto que los caraqueños decíamos “Caracas es Caracas y lo demás, monte y culebra”.

Pero en mi ciudad creció la hierba mala y las serpientes anidan en el Capitolio. Caracas es un nido de ratas rojas y no hay remedios hasta ahora. La creolina no espanta a estos animales y mi ciudad, bella en otrora tiempo, hoy está sumergida en la oscuridad. Está fea, no es amigable a la vista, tampoco permite generar espacios de amistad con otros ¿Quién puede reunirse en un parque descuidado y compartir lo poco que se tiene con algún amigo? ¿Cuál de los pocos panas que quedan en el país?





La pregunta es ¿Por qué nuestro sentido estético ha sido transformado -no desde ahora, Chávez ya tenía rato haciendo la tarea- de manera tan abrupta durante estos 20 años? ¿A qué se debe pues, que sea política de Estado que los espacios que se consideraban simbólicos de algunos lugares, hayan sido expropiados y desmejorados estéticamente, abandonados o destrozados? Véase el caso de los hoteles, de los parques, los edificios, los centros comerciales e incluso de los medios.

Este desorden del sentido de lo bello, de lo que produce placer tiene su razón, no es fortuito. Nos quieren acostumbrar a la imposibilidad de mejorar, nos quieren acostumbrar a la inacción, al malandraje de los lugares, a la fealdad de espíritu. Nos quieren quitar el placer de ver nuestra ciudad bien y sentirnos bien, pero se les olvida algo, el venezolano, el caraqueño siempre consigue placer hasta en las cosas más efímeras y allí, en el placer, resurge algo nuevo, un horizonte, una posibilidad que no logrará ser arrancada por monte y culebra roja.

 

@HeisyVisionaria