Siempre se puede estar peor…Y lamentablemente en Venezuela somos el mejor ejemplo de ello. En el terreno político hay hiperinflación de engaños, descalificaciones, zancadillas e intereses personales que atentan contra cualquier asomo de coherencia. La cordura entre nuestros dirigentes escasea, van pa’ trás y pa’ lante en sus discursos como si nosotros fuéramos autómatas y no tuviésemos ni una pizca de criterio y discernimiento. Se les olvida que hay hambre, desaliento, desesperanza y, sobre todo, metástasis en la credibilidad y confianza.
Nuestra oposición ha puesto todos los huevos en una sola canasta: la comunidad internacional, cerrando todos los demás caminos y encerrándose solita en su propia jaula. Solita se ha cortado las alas, solita ha abandonado el juego político y solita le ha regalado todos los espacios al rey. Solita se está haciendo jaque mate, y lo peor es que parecieran no darse cuenta de la sumatoria de errores que nos han llevado hasta donde estamos, realidad que sin duda se agravará en los meses por venir.
En el terreno económico, también vamos de mal en peor. A una semana del anuncio del paquete económico elaborado por el mismo presidente Nicolás Maduro, según él mismo dice una y otra vez, todo está peor que hace siete días, pero igual el “ilegítimo” sigue pa’ lante. La escalada de precios se ha duplicado, hasta triplicado, propiciada en la mayoría de los casos por el mismo gobierno que ha oficializado la lista de los bachaqueros bajo el nombre de “precios controlados”.
De entrada, el precio mínimo de cualquier producto es de 0,50, la moneda de más baja denominación del nuevo cono monetario. Por debajo de eso no hay nada porque no hay forma de dar vuelto. El precio temporal fijado para el transporte público es la muestra más clara de que es el mismo gobierno el que que está aumentando los precios de productos y servicios de manera abrupta y exorbitante. Hasta hace una semana éste estaba entre 10.000 y 20.000 bolívares, y con la reconversión monetaria pasó, de un solo golpe, a 100.000 bolívares, en un solo sentido. Es decir, que para ir y regresar a su casa usted necesita, como mínimo, dos bolívares, o lo que es lo mismo, 200.000 de los fuertes.
La harina Pan saltó oficialmente a 2.000.000 de bolívares (20 soberanos), el queso lo venden a 20.000.000 (200 soberanos) y el kilo de carne está en 23.000.000 (230 soberanos) en caso de que se consiga. Eso por nombrar solo algunos. Todo esto se traduce en que el aumento del sueldo mínimo a 180.000.000 (1.800 soberanos), que aún no se ha hecho efectivo, ya se volvió sal y agua; el anclaje al Petro es una utopía porque sigue mandando la cotización del dólar en el mercado paralelo, ya hay gente desempleada porque las empresas no pueden pagar el referido aumento, el control de precios genera escasez de productos y que la economía no se rige por el Sebin, Guardia Nacional ni ejército sino por producción, oferta, demanda, confianza y credibilidad.
Pero en todo este marasmo, los grandes perdedores somos nosotros, los venezolanos. Seguimos pagando los platos rotos de un gobierno al que no le importa la roncha que estemos pasando con tal de permanecer en el poder y que es capaz de decir que toda la diáspora, comparada por organismos internacionales con los niveles arrojados por la guerra de Siria, es una farsa, un montaje; pero también sufrimos las consecuencias de una oposición que se autodinamitó, que se suicidó, que implosionó y que sigue empeñada en no reconocerse como iguales, con un mismo objetivo, y sobre todo, con una misma necesidad de supervivencia.
“Lo peor de las guerras no es pasar hambre o tener que huir, incluso que nos maten. Lo peor es que nos hagan perder los ideales, porque sin ideales una persona no es nadie”. Esta frase la escuché en la película española Pan Negro, y me pregunto, ¿en qué nivel estamos nosotros?. Hasta ahora, Maduro sigue venciendo.
Gladys Socorro
Periodista
Twitter:@gladyssocorro
Blog: gsocorro.wordpress.com