William Anseume: El bono (nada bueno) de alimentación

William Anseume: El bono (nada bueno) de alimentación

Todo el país trabajador debe recibir una compensación alimentaria oficial, mensual, denominada Bono de Alimentación. Al personal jubilado se le cancela su equivalente con el sutil nombre simulado, apuntando a la vejez y a la decrepitud, de bono de salud. Popularmente se le conoce con el remoquete de Cesta Ticket, debatido entre el papel y el pago electrónico. Este alcance “complementario” del sueldo posee en su (in) existencia (sí, es como hablar de algo intangible, un concepto inabarcable, una entelequia débil, una fantasía mala…) el don de ser representación exacta de la ridiculez económica con la que el régimen “aprecia” el valor del trabajo y a los trabajadores en general en Venezuela.

El Bono mentado es la retrotracción nemotécnica diaria y mensual de la miseria, de la indigencia en la que ha sumido Maduro y su combo clap a los trabajadores venezolanos.





Analicemos con algo de rigor este aporte complementario. Lo primero que debemos mencionar es la posibilidad de su ser, como se diría en filosofía, aquel debate dicotómico de Hamlet, existencial. Diría un chamo de hoy: “¿Qué son dos mil bolos pa?”. Dos millones inútiles, al mes. La simulación de una verdad. Por tanto, un hecho casi delictivo y, sin duda, ofensivo, humillante a la inteligencia más lerda. Incluso a la de algunos de los ilusos integrantes del esmirriado PSUV, que por estos días “celebra” su “congreso”, o su juntura de directrices. Crees que te doy y te doy la nada sartreana. La bolsita mata hambre resulta un aporte mayor. Ambos “beneficios” constituirían, según los Derechos Humanos, Artículo 23: complemento, “en caso de ser necesario, por cualesquiera otros medios de protección social”, para lograr que toda persona que trabaje tenga “remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana…”. Pero no, el bono de alimentación es lo que no es, para eso alcanza.

Segundo, y no por ello menos importante, dirían los abogados amigos, la razón de su existencia: garantizar la alimentación diaria, para quien labora o para quien fue jubilado de sus labores, en el trabajo. Vaya magistral incumplimiento de un propósito, similar a quien debe darnos luces y nos da sólo alumbramientos esporádicos y nocturnidad de día. Motta Domínguez, sí. Distribuyamos los dos millones al mes, suponiendo los cinco días habituales del trabajo en febrero pasado, porque si faltas, en algunas partes, lo descuentan. Pero, supongamos también que no es este el caso: que el trabajador encontró transporte, tuvo luz para aplanchar su ropita, les rindieron los zapatos tipo profesor universitario, le llegó el agua y la bolsa la recibió ayer y por tanto comió arepita con lentejas, sin aliño, y mantiene, recién pagados sus cesta tickets, dos millones entre cinco semanal, entre veinte al mes, hay meses con veintidós, seamos generosos: cien mil bolívares diarios para la ingesta de comida en el trabajo. Cualquier refresco de dos litros o de litro y medio tiene un costo superior en dos o tres veces al de todo un mes de bono alimentario. Este complemento es una burla descarada, descarnada.

Tercero, tampoco sin importancia: los bonos de este tipo no poseen valor de sueldo; por tanto no representan en nada un aporte para la protección social o sindical o de salud del empleado, no sirven para su caja de ahorros, para la asociación o el sindicato que lo protege ni para las ya desaparecidas prestaciones sociales, son un aquí y ahora de la inexistencia.
El gobiernucho bien podría inventarse verdaderos y significativos aportes a la protección social del trabajador, pero es puro maquillaje desvaído, engañifa de mendicantes. Los complementos están considerados como un derecho humano ante la carencia de un verdadero sueldo que permita la vida, justo como es el caso actual en Venezuela, pero sólo cuando ese complemento es real. No así. Del resto: debe permitir, es obligante, la ayuda de otros países que quieran brindarle esa indispensable protección al individuo, pero no, se niega a ese derecho estatuido en el Artículo 22 de la Declaración Universal: “la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y a l libre desarrollo de su personalidad”, “mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional”.

El cesta ticket demuestra en su inexistencia la razón indubitable que tienen (tenemos) todos aquellos que hoy llaman (llamamos) a paro, a protestas callejeras y de carteles, a manifestar al mundo lo que todos dentro y fuera sabemos, el descontento profundo, doliente, quemante, ante esta ralladura de esclavitud en la que nos sume la tiranía, y a exigirles la renuncia, cuanto más inmediata más provechosa, para el levantamiento necesario de las nuevas cimientes de la república de libertad que aspiramos y reavivaremos.

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