Cuando manejaba su auto por el sur de Miami-Dade, el sicario a sueldo Jesús ‘Chucho’ Castro recibió una lluvia de balas enviadas por su patrona narcotraficante, porque días antes había pateado a uno de sus hijos. El hasta entonces hombre de confianza se salvó de milagro, pero no ocurrió lo mismo con Jhonny, su bebé de 2 años que venía en el puesto trasero desde donde recibió dos disparos. “Ya estamos a mano”, fue lo único que dijo la mujer al enterarse del error de puntería.
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Así era Griselda Blanco, la ‘Reina de la cocaína’, la pionera del tráfico de droga de Colombia a Estados Unidos, negocio con el que levantó un imperio de millones de dólares en el que trabajaban más de 1.500 delincuentes. La mujer que inventó las mulas y las estrategias hasta ahora conocidas para camuflar los cargamentos. Y quien inició a Pablo Escobar, el temido líder del Cartel de Medellín, en el narcotráfico.
“Si no hubiese existido, no habría habido guerras de cocaína en Miami”, la describe el mafioso Max Merlmestein en su libro ‘El hombre que vio llover coca’. En efecto, Blanco tiñó de rojo las calles de la ciudad de Florida en las décadas de los 60 y 70 con el asesinato de más de 250 personas, incluyendo tres de sus esposos. Puso a la DEA en jaque e intentó secuestrar a John Kennedy Jr.
Pese a lo que muchos creen, fue ella, y no Escobar, la verdadera patrona del mal.
Desde su nacimiento Griselda Blanco estuvo marcada por la crueldad. Su madre, Ana Lucía Restrepo, la concibió en Cartagena luego de ser obligada por su patrón a mantener relaciones con él en la misma finca donde trabajaba. Parió a escondidas, pero fue despedida cuando la señora de la casa conoció lo sucedido. Con la bebé en brazos, tuvo que mudarse a la comuna 13, el empobrecido y peligroso barrio fundado por desplazados en Medellín.
Sin más salidas, Griselda rápidamente siguió la única oportunidad de movilidad social y se convirtió en una carterista profesional a sus escasos 11 años. Pero la ambición creció. En busca de mayor rentabilidad agrupó a varios amigos para secuestrar a un niño adinerado de su misma edad. No obtuvieron la recompensa que esperaban, entonces, sin pensarlo mucho, Blanco tomó un arma y le disparó a su víctima amarrada. Ahí comenzó su prontuario asesino.
A los 14 años abandonó su hogar tras haber sido violada por su padrastro, hecho que su madre nunca le creyó. Las inseguras calles de la comuna la terminaron de criar, y no necesitó saber leer ni escribir para crear un multimillonaria imperio de lujos y extravagancias, como siempre soñó.
El imperio.
Blanco conoció el mercado negro de Estados Unidos de la mano de su primer esposo, Carlos Trujillo, un alcohólico que falsificaba visas del país norteamericano, con el que tuvo tres hijos. Al morir de cirrosis, ella se adueñó del negocio y a los tres meses de un entierro sin duelo se fue a vivir con su amante Alberto Bravo. Con él se inició en el negocio de la coca, que para entonces apenas empezaba a surgir.
Los contactos que ya había hecho con la delincuencia de Estados Unidos fueron la clave para convertirse en el puente entre los productores colombianos y los distribuidores americanos. Pero al poco tiempo se hizo a su propia red de fabricación y tráfico de droga, siendo ‘La madrina’ de todos los narcos del país, y la única dueña de las rutas del narcotráfico a través de Miami, que ella misma diseñó.
Metió al negocio a más de 1.500 delincuentes de poca monta, entre ellos Pablo Escobar, un entonces joven bandido cuya visión lo mantuvo pegado a Blanco. Con sus consejos, dejó de vender la droga que producía en su primer laboratorio para los Ochoa y creó su propio cartel, junto a una sangrienta carrera criminal solo superada por su mentora. Después de ayudarse, él enviando el clorhidrato camuflado en llantas de aviones y ella recibiéndolo en Miami, se convirtieron en enemigos asiduos.
Para entonces, claro, Blanco ya tenía un imperio de millones de drogas en los que enviaba a Estados Unidos más de una tonelada y media de cocaína al mes, por mar y aire. Creando estrategias de camuflaje históricas en el mundo del narcotráfico, como las mulas, unas señoritas bonitas que tenían sus sostenes y tacones llenos del adictivo polvo blanco. Su osadía superaba lo impensable en esa época.
En 1976, aprovechando la algarabía de la celebración de los 200 años de independencia de Estados Unidos, llenó los revestimientos interiores del buque Gloria que desfilaba en las calles con 1.000 kilos de cocaína, valuados entonces en 40 millones de dólares. Así lo contó Richard Smitten en el libro sobre su vida, ‘La viuda negra’.
Griselda Blanco se volvió un ícono para todos los narcotraficantes del mundo, que todavía ahora algunos siguen frotando una estatua de ‘La madrina’ antes de despachar un cargamento de droga para llamar la suerte. Ella, en un negocio machista, fue la reina de todos los hombres, a quienes les infundió respeto a punta de descuartizamientos, cadáveres empacados en bolsas y maletas, orejas enviadas en sobres y cuerpos flotando en el agua.
Y su poder lo vivió rodeada de lujos, con colecciones de Ferraris, mansiones gigantes, una colección de más de 300 zapatos, una vajilla de té de la reina Isabel y un joyero avaluado en más de 10 millones de dólares que incluía gemas sueltas, un collar de 30 esmeraldas de diez quilates ensartadas en 40 diamantes y hasta un anillo de rubíes de 25 quilates que fue de Eva Perón, la dirigente política y actriz argentina. Y un perro pastor alemán al que llamó Hitler.
La viuda negra.
Una vez, en una de sus excesivas fiestas de orgías sexuales en una de sus mansiones en Miami, mandó a descuartizar a un hombre por haberle dicho ‘gorda’. Griselda siempre fue sangrienta, pero no fue ese hecho por el que la denominaron ‘la viuda negra’, sino porque todos sus amantes terminaban muertos.
Su primer esposo murió de cirrosis, pero el resto no fallecieron de causa natural. A Alberto, el segundo, ella misma le propinó varios disparos en la cabeza luego de que las cuentas no le cuadraran. Fue un impresionante tiroteo en el que Blanco recibió una bala en el estómago que casi acaba con su vida. Pero se salvó y se casó con Darío Sepúlveda.
Con él tuvo un hijo, su preferido, a quien bautizó Michael Corleone, como el hijo de Don Vito Corleone, el jefe de una familia dedicada al crimen organizado, en la novela titulada ‘El padrino’, del escritor italoamericano Mario Puzo, que más adelante fue llevada al cine con una película homónima que fue la obsesión de Blanco.
El problema con Sepúlveda era su desacuerdo en la crianza de Michael, a quien La Madrina no quiso que estudiara en un colegio para enseñarle desde pequeño el negocio familiar que heredaría. El padre no quería que siguiera en el violento mundo de la delincuencia, quería darle otro futuro, así que se fugó con él cuando tenía 4 años.
Iracunda, Blanco lo buscó hasta encontrarlo en Medellín. Dicen que sobornó a unos policías que detuvieron a Sepúlveda en una calle a las afueras de la ciudad, donde manejaba acompañado de su hijo. Cuando los uniformados lo esposaron supo que su ex amante había ido por él. Temiendo el mismo destino que bebé Jhonny Castro, corrió para alejarse del carro mientras recibía varias balas en su espalda. Con su muerte nació el apodo de ‘La viuda negra’.
Murió en su ley.
Con el aumento de homicidios y cocaína en Miami, para entonces sede de la mafia mundial, la DEA le seguía los pasos a Griselda Blanco. Se convirtió en objetivo principal cuando desató una guerra de bandas al asesinar en 1979 a dos narcotraficantes en un centro comercial, a plena luz del día. Pero lo que terminó con su perdición fue romper la regla de oro del narcotráfico: no consumir el negocio.
‘La madrina’ se volvió adicta a la cocaína. Y cuando se drogaba contaba orgullosa los detalles de sus crímenes. Con las primeras capturas de narcotraficantes colombianos, la DEA obtuvo esas historias a cambio de beneficios judiciales para los extraditados. Además, les ayudó un sobrino de su primer esposo asesinado, Alberto Bravo, quien la perseguía con francotiradores para matarla.
Acosada, se instaló en una modesta casa en California. Pero hasta allá llegaron las autoridades norteamericanas a capturarla la madrugada del 10 de febrero de 1985. Por su sangriento prontuario criminal debió ser condenada a pena de muerte o cadena perpetua, como pedía el fiscal. Pero se supo que el principal testigo, su ex guardaespaldas Jorge Rivi Ayala, mantuvo conversaciones sexuales con miembros de la Fiscalía, y su declaración perdió credibilidad.
Eso, sumado a las millonarias sumas con las que Blanco sobornó a otros testigos para callarlos, le dieron solo 20 años de prisión. Aun tras las rejas su poder continuó, desde la cárcel asesinaba a sus enemigos. Mantuvo el negocio con ayuda de su último amante Charles Cosby, un delincuente afrodescendiente que le enviaba cartas de amor sin conocerla en persona, y terminó siendo millonario dirigiendo su industria.
Hasta que, en 1994, a Blanco se le ocurrió la idea de secuestrar al hijo del presidente John F Kennedy, a quien veía como un delfín para poder negociar con las autoridades su libertad. Pero Cosby sabía que era una locura, y mientras enviaba a un supuesto equipo de matones a Nueva York, se entregó a la justicia y declaró contra ella.
Después de cumplir la condena completa, fue deportada a Colombia en 2004, donde desapareció del mapa, pues no tenía cuentas con la justicia nacional. No se supo nada de su paradero hasta agosto de 2012 cuando unos sicarios en moto le dispararon mientras salía de una carnicería de Medellín. Murió en el pavimento con la misma técnica que ella había inventado, cuando parecía una inocente abuelita de 70 años.
La enterraron cerca a la tumba de su apadrinado Pablo Escobar Gaviria. Y así terminó un imperio que ni la mejor película de Hollywood hubiera podido escribir.